Hace 52 años, el ejército israelí hizo realidad el sueño de millones de judíos que por generaciones oraron para regresar a su capital milenaria.
Cuando Israel reunificó su capital, unió también en un instante la historia antigua con la realidad moderna: el uniforme verde oliva de las Fuerzas de Defensa de Israel se paseaba por el lugar donde caminaron reyes y profetas, el libro de Torá se alzaba con alegría cerca del lugar donde otrora alzaban sus manos los sacerdotes para bendecir al pueblo frente al Templo.
Pero además de unir la historia con el presente, la reunificación de Jerusalén nos unió a todos.
Ante todo, unió al pueblo de Israel que anhelaba de forma conjunta regresar al lugar donde creció como nación. El propio David Ben Gurión, a pesar de no ser ortodoxo ni creyente, dijo una vez que si la tierra tuviera un alma, esa sería Jerusalén.
Nuestra capital encierra ese encanto único de ser el lugar de consenso en nuestro pueblo. La reunificación no debe ser una alegría solo para religiosos o personas de derecha; su importancia es máxima para todo aquel que cree en el derecho del pueblo judío de ser libre en su tierra, Sión, Jerusalén.
Pero, en segundo lugar, la reunificación nos unió también con millones de creyentes cristianos en el mundo que se sienten unidos a esta tierra y a su historia.
Desde que Israel reunificó Jerusalén, por primera vez en siglos las personas de todas las religiones son libres de orar en sus lugares sagrados, la ciudad prospera como nunca antes, y la coexistencia es una realidad diaria que no alcanza a reflejarse en su totalidad en los pixeles limitados de una foto.
Jerusalén es además una señal única de la lucha conjunta entre judíos y cristianos que buscan que el mundo reconozca las verdades históricas innegables. Movimientos de millones de personas unidos por Jerusalén contra resoluciones inauditas de la Unesco —y otros organismos de la ONU— que buscan negar la presencia histórica judeo-cristiana en la ciudad.
Por eso, cuando celebramos 52 años de la reunificación de Jerusalén, la celebración debe ser en unión —ortodoxos y laicos, judíos y cristianos, derecha e izquierda—; todos debemos alegrarnos con la alegría de Jerusalén.