En estos días los judíos estamos festejando Janucá, la fiesta de las luces, pues las velas encendidas día a día hasta completar las ocho del candelabro llamado januquiyá recuerdan el milagro de la pequeña vasija de aceite que solo servía para iluminar el Templo durante un día, pero duró los ocho días necesarios para producir la cantidad de aceite apto para la rutina litúrgica.
Más allá de ese mágico milagro, está otro más asombroso e importante: el de la libertad para seguir siendo judíos practicantes, el derecho reconquistado en ese combate epopéyico y triunfal logrado por los Macabeos (el movimiento judío insurrecto), frente a la hegemonía helena en Israel.
Cuando Antíoco IV Epífanes se coronó rey seléucida en 175 a.e.c., decidió obligar al pueblo de Israel a adoptar las costumbres helenas, de modo que a los judíos se les prohibió practicar su fe y cumplir con sus tradiciones. Un grupo de judíos conocido como los Macabeos, dirigidos por Yehudá Macabi, procedente de Modiín, ciudad cercana a Jerusalén, inició una revuelta contra los soldados griegos al negarse a realizar actos contra su religión. La rebelión judía creció a un grado superlativo y, pese a que era una minoría frente al ejército griego, su firme decisión y estrategia, logró en el año 165 a.e.c.otro de los milagros de Janucá: la victoria.
Luz de libertad e independencia: encendido de la primera vela de Janucá en Kyiv, Ucrania, el pasado 18 de diciembre
(Foto: Reuters)
Desde ese entonces hasta el presente, cada año, el 25 de Kislev en el calendario hebreo —que mayormente cae en diciembre— el pueblo judío celebra tales milagros. El término Janucá viene del verbo hebreo dedicar o inaugurar, debido a que los judíos recobraron Jerusalén y nuevamente purificaron el Templo.
De esta manera, la conmemoración que evoca la recuperación de la independencia judía hace unos dos mil doscientos años demuestra la antigua existencia de la nación de Israel en su propio territorio, al cual, un par de siglos después, por asuntos políticos, otro imperio, el romano, le dio el extraño y ajeno nombre de Palestina.
Hace unos días, la Autoridad de Antigüedades de Israel (AAI), en colaboración con el Ministerio de Jerusalén y Patrimonio, anunció que había dirigido unas excavaciones en las cuevas del desierto de Judea; allí descubrieron una pequeña ánfora de madera contentiva de 15 monedas de plata que datan del período previo a la revuelta de los Macabeos. Sobre el hallazgo, el investigador de la AAI, Dr. Eitan Klein, declaró: “Es una evidencia arqueológica clara de que las cuevas del desierto de Judea fueron usadas como área de actividad en tiempos de la revuelta de los Macabeos”.
Por más que sectores extremistas como los grupos radicales islámicos y/o movimientos de ultraizquierda manipulen los hechos, el rigor de las investigaciones científicas no deja espacio a las afirmaciones infundadas que pretenden desfigurar la memoria, e instituir versiones acomodaticias sobre los acontecimientos acaecidos en lejanos tiempos, intentando imponer ficciones útiles a proyectos perversos, como la destrucción del moderno Estado de Israel. Pero gestas como la que Janucá inmortaliza proveen sólidos testimonios que glorifican la realidad histórica. Desde bastante antes de su nacimiento formal, todos los días, el Estado judío crea milagros de subsistencia, protegiendo a sus ciudadanos.