Rabino Yerahmiel Barylka
«Y brindarás paz en la Tierra y alegría eterna a sus moradores»
De la plegaria por la paz del Estado de Israel
La conmemoración de la Independencia de Israel comenzó hace algunos días, cuando egresados de algunos colegios de Yerushalaim subieron al Monte Herzl y buscaron, una a una, las tumbas de los alumnos de sus aulas que cayeron en la defensa del Estado para colocar sobre ellas banderines de Israel, una vela y el nombre del establecimiento escolar. Inicio que une el luto, el duelo, la desolación y el desconsuelo por la pérdida de hijos, parientes, amigos, alumnos, y maestros, camaradas y conocidos, a la fecha de la Declaración de la Independencia de Israel.
Me resultaba difícil aceptar esa unión entre el Día del Recuerdo de los Caídos por la defensa de Israel con la Independencia. Me era muy espinoso cambiar de un estado de profunda depresión y dolor a la eclosión de la alegría. Después, entendí que el duelo de las familias y los amigos continúa todos los días del año, y que Yom Hazicarón es imprescindible para quienes no sufrieron pérdidas familiares, ya que recuerda a la nación que su establecimiento fue logrado al precio de la pérdida de tantos jóvenes.
Desde el 5 de Iyar de 5708, el sacrificio en vidas provocado por la Guerra de la Independencia cuando toda la población judía del país no superaba los 600.000 seres y la campaña del Sinaí, la Guerra de los Seis Días, la Guerra de Yom Kipur, la Guerra de Desgaste, la Guerra del Líbano, el terrorismo de todo tipo y las amenazas de hoy mismo, no han cesado.
Pero desde 5708 hemos sido testigos del crecimiento, desarrollo y empoderamiento del Estado en todos los ámbitos.
Dibujo de Alexandra Murcián, 4º grado “A” del Colegio Moral y Luces Herzl-Bialik
Este fenómeno requiere de un gran poder espiritual, para combinar el dolor y la alegría simultáneamente. Es el legado que nos dejó la generación de 1948.
El rav Yehuda Amital citó al Rav Avdimi de Haifa, uno de los más grandes amoraítas de Eretz Israel, quien dijo: «Las cosas que hemos visto están ocultas; nosotros mismos no sabemos lo que hemos visto» (Yalkut Shimoni). Tenemos muchas preguntas; no entendemos la razón de nuestros sufrimientos durante el proceso de nuestra salvación. «Es bueno agradecer a Dios, declarar tus misericordias por la mañana y tu fidelidad por la noche» (Tehilim 92:2). Damos gracias a Dios cuando vemos sus muchas misericordias en la clara luz del día, pero también le seguimos por la noche, durante el más terrible sufrimiento, por fe. La oscuridad de la noche no oscurece las misericordias que realizó durante el día. También hemos tenido momentos terribles, y rezamos para que siempre podamos distinguir entre esos momentos y la gran bondad de la que somos testigos todos los días.
La población sigue dividida. Los políticos no son capaces de establecer un gobierno estable. Los intereses personales y egoístas son la noche que no termina, para dar paso al altruismo y al desprendimiento para que sean prioritarios. Demasiadas personas murieron por el Covid-19, muchas sin duda por la desobediencia a las normas del Estado que fácilmente les hubieran garantizado salud y vida.
Hace muchos años se le preguntó al rav Soloveitchik por qué «nuestra generación» era la que merecía ser testigo de la creación del Estado de Israel. Después de todo, hubo tantas mucho más piadosas que la nuestra, mucho más dignas que nosotros. El rav respondió: simplemente, porque nuestra generación lo necesitaba. Las generaciones anteriores pudieron florecer en su judaísmo incluso sin el beneficio de un Estado. Pero después de los horrores del Holocausto, la vida judía simplemente no podía continuar, física o espiritualmente, sin una patria. Necesitábamos refugio; precisábamos la esperanza de un futuro mejor, uno que solo podría proporcionar un Estado soberano. No es casualidad que el himno nacional se llame Hatikva. Demandábamos la esperanza de un futuro mejor.
Si bien han pasado muchos años de su respuesta, la misma sigue siendo actual. El rav, en su ensayo clásico Kol Dodí Dofek («Es la voz de mi amado que llama», Shir Hashirim 5:2), nos dice que la creación del Israel moderno desató una revolución política, militar, teológica, espiritual, moral y comunitaria. Un pueblo que había sufrido durante tantos años por su lealtad a su fe ancestral, un pueblo dado por muerto en los campos de exterminio de Europa, regresó milagrosamente, literalmente, poniendo la historia del mundo patas arriba. Millones que de otro modo se habrían perdido para la historia judía están respirando el aire del judaísmo a su alrededor, incluso si no están viviendo una vida judía plenamente observante. (¿Y alguien, acaso, puede realmente decir que está viviendo una vida judía plenamente observante en nuestros días?). En unos pocos años, Israel se ha convertido en una potencia económica y tecnológica, que atrae a inversores y capital de todo el mundo, incluidas muchas de las empresas líderes.
Hace muchos años se le preguntó al rav Soloveitchik por qué «nuestra generación» era la que merecía ser testigo de la creación del Estado de Israel. Después de todo, hubo tantas mucho más piadosas que la nuestra, mucho más dignas que nosotros. El rav respondió: simplemente, porque nuestra generación lo necesitaba
La redención es un proceso largo y prolongado, con muchos altibajos. La generación que salió de Egipto, que representaba, a lo sumo, el mejor 20% del pueblo judío, no comprendió la enormidad de lo que estaba experimentando. En lugar de marchar triunfalmente hacia la tierra con Moshé al timón, se quejaban, gimoteaban, y luego clamaron por un poco más. Por esta ingratitud, y no por la construcción de un becerro de oro idólatra, estaban destinados a morir en el desierto. Pasarían casi 500 años hasta que el rey Shlomó construyera el Templo, completando la redención de Egipto. Sin embargo, es el Éxodo, y no la construcción del Templo, lo que celebramos todos los días.
No debemos esperar a que todas las piezas encajen en su lugar para celebrar cuando las ruedas se pongan en movimiento. El regreso de los exiliados, el florecimiento de la tierra y el crecimiento de la Torá están muy avanzados.
En Yom Haatzmaut celebramos el «comienzo del florecimiento de nuestra redención». Ojalá merezcamos ver la culminación del proceso en paz y armonía.
En estos días de profunda división, de enfermedad y de amenazas, debemos re-unirnos elevándonos sobre nuestras necesidades sectoriales, para buscar lo que tenemos en común con el otro que comparte nuestro destino.
Así cumpliremos con nuestro destino histórico, y podremos volver a aspirar a ser una Luz para las Naciones.
¡Jag Haatzmaut Saméaj!
Fuente: Aurora.
Versión NMI.