Miguel Truzman Tamsot*
En el Liceo Moral y Luces «Herzl-Bialik», estudiábamos una materia llamada Historia Hebrea al inicio de la década de los 70, dictada por el profesor Mario Nassí, quien nos enseñaba, además de historia, el amor por la lectura, a ser críticos, a cuestionar, a investigar, a preguntar.
La historia del pueblo judío está llena de momentos trágicos, pero de igual forma de eventos épicos y milagrosos. Hace pocas semanas celebramos la fiesta de Pésaj, festejamos ser libres por la mano firme del Creador a través de Moisés, con un sinfín de milagros, para que el faraón, el hombre más poderoso de la tierra en aquel momento, se viera obligado a dejar salir de Egipto el pueblo judío.
En ese trayecto de 40 años por el desierto, los milagros de la alimentación a través del maná, la entrega de la Torá, el que se abriera de par en par el Mar Rojo para poder pasar en seco y, luego de eso, ahogar en sus entrañas al ejército egipcio que venía a buscar al pueblo israelita ante la ira del faraón, y paremos de contar la cantidad de milagros que hemos leído, estudiado y relatado en las diferentes fiestas que celebramos desde hace milenios, que aun cuando nos dicen que sintamos como si uno mismo hubiera salido de Egipto, en el caso de Pésaj sabemos que eso sucedió hace más de 3300 años.
Pero ante toda esa gloriosa historia que se inicia con el primer ivrit (hebreo), el patriarca Abraham, quizá no nos percatamos que los de mayor de edad hemos sido testigos, desde su origen y la gran mayoría de nosotros en su desarrollo, de un milagro moderno, contemporáneo, que se ha gestado ante nuestros ojos, que no es más que la creación misma del Estado de Israel y su proclamación como país soberano por David Ben Gurión, aquel 14 de mayo de 1948.
Un milagro del cual somos testigos presenciales. Un pueblo que fue expulsado de su tierra por el Imperio Romano después de derrotar la rebelión de Bar Kojba en el año 135 de la era común, y obligado a irse de Judea hacia los confines del Imperio y después del planeta, dispersos, sin liderazgo ni dirección, fácil presa de persecuciones, crímenes y matanzas de todo tipo, derivadas de las Cruzadas, la Inquisición, los decretos de expulsión de países europeos, las guerra entre cristianos y musulmanes, y por su puesto la Shoá, y que a pesar de haber trascurrido casi 2000 años de aquel nefasto destierro, y haber pasado en este período por tantos acontecimientos terribles, mantuvimos nuestras convicciones, tradiciones y fe, retornando con arrojo y perseverancia a través del movimiento sionista a la tierra prometida de leche y miel, que Hashem le había prometido a Abraham.
Este es, desde mi perspectiva, el mayor de los milagros del pueblo judío. Ningún otro pueblo en la historia de la humanidad ha protagonizado tamaña hazaña, eso sin contar que todos los grandes imperios por los que transitó parte de nuestra historia han desaparecido, desde los asirios, fenicios, egipcios, persas, otomanos, griegos, romanos, bizantinos, pasando por Imperio Español y el británico, hasta llegar al Tercer Reich.
El milagro de la creación del Estado judío tuvo lamentablemente que consolidarse a través de diferentes guerras iniciadas por sus vecinos, desde su mismo nacimiento, incluso en una de ellas lo intentaron en el día más sagrado del calendario hebreo, Yom Kipur.
Después de varios fracasos bélicos en 1948, 1967 y 1973, hasta cinco países árabes en conjunto contra el pequeño Estado judío, y ante la imposibilidad manifiesta de su destrucción por la vía armada, entonces cambiaron su estrategia por una campaña monumental para demonizarlo y deslegitimarlo, que aun cuando ha mostrado mayor éxito que la fuerza de las armas, tampoco ha tenido el efecto deseado, ya que la realidad es terca en manifestar lo que se vive y respira en Israel: libertad, prosperidad, dignidad.
Hoy el Estado de Israel es, sin lugar a dudas y a pesar de la jauría de los judeófobos de izquierda, de derecha e islamistas, un faro de luz para la coexistencia y la libertad en todas sus acepciones, siendo un portento del conocimiento, inventiva y creatividad a nivel global.
Hablar de Israel es hablar de vida, pasión, de historia antigua y a la vez de modernidad, de avances científicos, médicos, tecnológicos, militares y hasta espaciales. Hablar de Israel es hablar de acogida, de hogar, de retorno, de refugiados, de proyectos de vida.
Por esto y por mucho más, que no me da la posibilidad el espacio, en su septuagésimo cuarto aniversario, ¡viva el Estado de israel, viva el pueblo judío!
*Coordinador nacional de la CAIV.