Ana Jerozolimski*
Una de las frases que más escuché estos últimos días, desde que se tornó clarísimo que Biden había ganado, es que con él Estados Unidos recuperará “la normalidad”. Aun sin ser norteamericana, entiendo perfectamente a qué se refiere esa idea. Trump no se comportó como un presidente que quiere representar a todos los ciudadanos, a quienes lo votaron y a quienes no. Su convicción narcisista sobre su condición de ganador máximo que sabe todo mejor que los demás, fue traducida no simplemente en una línea firme en sus decisiones —eso siempre está bien—, sino en constantes expresiones de desprecio y burla hacia quienes estaban “del otro lado”. Él no inventó las divisiones internas en Estados Unidos, ni las tensiones sociales múltiples, pero las agigantó, dejando por el camino a mucha gente ofendida. Claro que la política es cruel, y quizás suene hasta ingenuo comentar que gente se sentía ofendida por su forma de hablar, como si esto fuera un juego de niños. Pero él llevó al extremo un modo dicotómico de discrepar, recurriendo inclusive a información inventada para plantear los puntos que quería defender.
Como periodista, pensé muchas veces qué interesante sería entrevistarlo. Y al mismo tiempo, estaba segura de antemano de que me sentiría incómoda en su presencia, por su personalidad tan particular. Sentí que podría inspirarme respeto su investidura, como presidente de la gran democracia que es Estados Unidos, pero no su forma de ser.
El entonces vicepresidente Joe Biden conversa con Benjamín Netanyahu durante una visita a Israel en 2015
(Foto: The Times of Israel)
Pero por más críticas que tengamos a la personalidad de Trump, en lo que se refiere a su política respecto a Israel hay mucho que agradecerle.
– Reconoció a Jerusalén como capital de Israel, y trasladó la embajada norteamericana a la ciudad, lo cual a nuestro criterio fue un acto de justicia histórica, un paso político osado que hizo homenaje a la verdad. Abstenerse de hacerlo porque los palestinos dicen que Jerusalén es “su” capital es ceder ante una flagrante mentira y distorsión de la historia. Jerusalén no fue jamás capital palestina, ya que jamás existió un Estado palestino.
– Reconoció la soberanía israelí en los Altos del Golán, apuntalando un tema clave para la seguridad de Israel. Cabe recordar que desde esa zona, conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días en 1967, Siria cañoneaba continuamente los poblados israelíes ubicados abajo, en el valle, convirtiendo sus vidas en una pesadilla. Israel no puede permitirse renunciar a esa ventaja topográfica.
– Impulsó dos acuerdos de paz entre Israel y países árabes del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Bahrein) y el acuerdo de normalización con Sudán, elementos clave en la geopolítica en la región.
Estos son los ejemplos principales. Y aunque sobre todos y cada uno se puede decir que sus motivaciones fueron ganar puntos que le ayuden a él en sus planes políticos y su base electoral, lo que cuenta es el resultado, logros concretos muy importantes para Israel.
La política de Trump en el tema palestino fue muy singular. Suele vérsele como enemigo de los palestinos. La propia Autoridad Palestina lo presenta como tal, rehusando desde hace tiempo tener ningún tipo de contacto con su administración. En mi opinión, eso es producto del hecho de que el liderazgo palestino no estaba acostumbrado a que alguien “le pare el carro”, a que se le diga la verdad en la cara. Pues Trump decidió que si los palestinos no vuelven a negociar, no pueden seguir quejándose y pretendiendo que todos traten de calmarlos y contentarlos.
Criticó abiertamente la incitación palestina contra Israel, acusando que eso fomenta el odio y hace imposible la paz. Tuvo toda la razón al respecto. Si eso es ser “tendenciosamente unilateral” a favor de Israel, pues sí, lo fue. Pero cabe recordar que fue la Autoridad Palestina la que rechazó el “plan del siglo” presentado por Trump ya antes de verlo y conocer sus detalles. Esto, aunque el plan proponía un Estado palestino independiente en parte del territorio en disputa, del que Israel habría tenido que retirarse. Los palestinos, nuevamente, dijeron que no. Israel, aunque preocupado por partes del plan que no le gustaban, lo aceptó. Como sabemos, no condujo a nada.
No hay ningún lugar a dudas de que habrá cambios en la política norteamericana en temas que importan a Israel, pero no es cierto que se pasa de una administración amiga a una hostil. Habrá diferencias en distintos puntos, tanto en la agenda palestina como en la nuclear iraní, y probablemente Israel tenga que trabajar más duro para plantear sus puntos de vista, que lo que requería el contacto con Trump. Pero Joe Biden, quien años atrás dijo “soy sionista”, aclarando que no es imprescindible ser judío para ello, es un amigo de larga data, que defiende la necesidad de seguridad y vida en paz de Israel.
También Kamala Harris, la futura vicepresidenta, se ha manifestado abiertamente a favor de Israel, aunque se sabe que es de línea menos centrista que Biden dentro del Partido Demócrata. Un tema clave será ver qué peso tendrá el sector “progresista” dentro del partido, los radicales, entre los que hay varios elementos claramente antiisraelíes y hasta antisemitas.
Tanto Biden como Harris se oponen a la construcción en los asentamientos israelíes en Judea y Samaria (Cisjordania) y a cualquier plan de anexión. Al respecto cabe recordar que la anexión ha quedado suspendida hasta nuevo aviso —y ahora está claro que eso será por lo menos por cuatro años— en el marco del acuerdo de paz con los Emiratos Árabes Unidos, lo cual significa que lo aprobaron tanto Trump como el premier israelí Netanyahu.
El ex embajador de Estados Unidos en Israel en la época de Obama, Dan Shapiro, declaró este domingo a la radio pública israelí que seguramente “la fórmula de dos Estados, o sea un Estado palestino junto a Israel, volverá a colocarse sobre la mesa”. Personalmente siempre estuvimos a favor de esa idea, para que ambos pueblos se separen y vivan en paz. Pero en la situación actual, es imperioso que haya cambios clave del lado palestino, para que ello pueda concretarse y conducir a la paz: debe ponerse fin en forma absoluta a la incitación, deben terminar los pagos a terroristas responsables de atentados contra Israel, y debe haber negociaciones directas para ponerse de acuerdo en temas de fondo. Sea como sea, apoyar esa fórmula, aunque hoy en día parece imposible, no es ser enemigo de Israel. También parte de la ciudadanía israelí cree que por allí pasa la única opción de paz.
Lo que no debe hacer Biden, si quiere aportar a la paz con nuevas ideas —o reflotando viejas— es traer planteamientos que lleven a los palestinos a subirse a un árbol tan alto del que luego no puedan bajar más, como hizo el presidente Barack Obama. Y no debe confundir entre una postura más liberal y quizá más cómoda con los palestinos, y cerrar los ojos antes sus continuos errores y su “no” automático ante cada propuesta que deciden rechazar.
El tema más importante de Oriente Medio que ocupará a Biden y su equipo, será el acuerdo nuclear con Irán. Él ya se ha manifestado en contra de que Irán se convierta en una potencia nuclear, quiere que detenga el desarrollo de sus misiles balísticos —que evidentemente están destinados a portar cabezales nucleares— y que ponga fin a sus acciones desestabilizadoras en Oriente Medio.
No todos estos elementos estaban en el acuerdo nuclear firmado por Obama —del que Biden era vicepresidente— y las potencias con Irán, del que Trump se retiró. Pero es indudable que la proclamación de su deseo de volver a negociar con Irán y conseguir un nuevo acuerdo, lo cual incluye disposición a cancelar algunas de las últimas sanciones impuestas por Trump al régimen de los ayatolas, es un arma de doble filo. Irán no renuncia a sus artimañas para engañar .Y la gran pregunta es si con un nuevo acuerdo Biden le mejorará el margen de maniobra, o si logrará trasmitirle la misma firmeza que Trump con otro estilo. Según medios israelíes, en los círculos de defensa de Israel estiman que sin ningún acuerdo aumenta el peligro de un conflicto armado, que consideran la peor opción.
No se puede descartar que un estilo diferente, un declarado deseo de limar asperezas y hallar soluciones negociadas, permita a Biden acercar a enemigos en lugar de alejarlos más aún. El problema, cuando se trata de regímenes como el de Irán y de un liderazgo como el palestino, es que si los vemos a todos tan felices con la victoria de Biden es porque creen que con él maniobrarán mejor y con mayor comodidad. Yo espero que se equivoquen, y que Biden muestre que un encare liberal de la política no es sinónimo de peligrosa ingenuidad.
*Periodista, directora de Semanario Hebreo (Montevideo) y Semanario Hebreo Jai.
Fuente: Semanario Hebreo Jai. Versión NMI.