El triunfo de Benjamín Netanyahu, quien comenzará su quinto mandato consecutivo y decimitercer año como primer ministro del Estado judío —el período más prolongado en el cargo en toda la historia de Israel— puede explicarse racional y políticamente por una suma de factores muy claros.
La situación económica del país es de las mejores que ha gozado la población desde 1948, desde hace por lo menos diez años, todos bajo la directa supervisión técnica del propio Netanyahu, un convencido defensor del liberalismo en todos los órdenes, desde muy temprano en su carrera política. En el terreno diplomático, también la situación de Israel es mejor que en cualquier período anterior: se mantienen los tratados de paz con Egipto y Jordania, pero además han mejorado notablemente las relaciones con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Nunca hubo una relación tan buena entre un primer ministro de Israel y un presidente norteamericano como la que existe entre Netanyahu y Donald Trump. El traslado de la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, las claras advertencias de Trump contra el peor enemigo de Israel —los islamofascistas iraníes— y el señalamiento de la Guardia Revolucionaria iraní como organización terrorista, son avances diplomáticos sin precedentes para el pueblo de Israel. Bibi tiene relaciones excelentes con Jair Bolsonaro de Brasil y muy buenas con Mauricio Macri, de Argentina, dos de los países más poblados de Latinoamérica. No se lleva mal con ningún líder de la Unión Europea, ni con la primera ministra de Gran Bretaña. Netanyahu es un éxito como ministro de Relaciones Exteriores de Israel.
En el terreno de la seguridad la situación es también, comparativamente, mejor de lo que se pueda recordar en cualquier otro período. El frente sirio, en buena medida por la propia desintegración de Siria, es muy favorable a Israel. Se habla, sin que suene estrambótico, de anexar a Israel las Alturas del Golán. La dirigencia y el pueblo palestino no aceptan aún la existencia del Estado judío, y por tanto no son un factor de división dentro del arco político israelí: tanto Benny Gantz del partido Azul y Blanco, como los líderes del Likud, debatieron sabiendo que del lado palestino no hay ningún interlocutor dispuesto a hablar de paz.
El Laborismo ha dejado de existir como factor influyente de poder. Sería bueno que la centro-izquierda israelí pudiera reconstruirse sobre la base de dar respuesta la falta de interlocutor del lado palestino, en lugar de seguir inventando un interlocutor inexistente. Su reconstrucción es fundamental para la salud del sistema político israelí, que necesita de la alternancia como cualquier democracia.
A Netanyahu le queda una tarea pendiente imprescindible: pensar y formar a un sucesor, dejar como legado a ese pueblo que lo acompañó un líder que pueda continuar su exitoso trabajo. Mientras tanto, podemos congratularnos de que Israel no solo es la única democracia del Medio Oriente, sino también una de las que mejor funcionan en todo el mundo libre.
*Escritor y guionista argentino.
Fuente: Sociedad Hebraica Argentina. Versión NMI.