Hace unos días, un comentarista de televisión señaló que un logro muy importante de la diplomacia israelí de los últimos tiempos es la consideración que se tiene de Israel por parte de los Estados Unidos. De ser un país que inspiraba cierta lástima, se ha pasado a una relación de sociedad. De igual a igual, salvando las diferencias lógicas en cuanto a tamaño, número de habitantes y poderío.
Buena parte de esta percepción se debe a la acción de los últimos embajadores de Israel en EEUU, y a la actitud y determinación de los primeros ministros. Por supuesto que Benjamín Netanyahu se lleva la mayor parte de los laureles.
Desde antes de su fundación y hasta hace algunos años, la posición de Israel era percibida como de debilidad. Los países amigos le expresaban su solidaridad y su tenue compromiso de garantizar su existencia. Hubo no pocos incidentes que alarmaron a Israel: el embargo francés de armas; el cierre del puente aéreo durante la Guerra de Yom Kipur, que casi estrangula al ejército israelí; las reiteradas condenas en la ONU, que termina desatendiendo a aquellas latitudes que deberían recibir más atención.
Los gobernantes israelíes siempre se preocuparon por garantizar la autonomía defensiva del país. Conscientes de que la alternativa era perecer con el Mar Mediterráneo a las espaldas, se desarrolló un aparato de defensa que convirtió a Israel en una potencia militar digna de respeto. Ben Gurión y Beguin, Peres y Shamir, Netanyahu y Lapid, todos, no importa sus diferencias de enfoque, entienden esta necesidad. Actuaron y actúan en consecuencia.
Además de la autosuficiencia relativa en el área de defensa, Israel requirió convertirse en una potencia tecnológica y científica, con suficiente holgura económica. Ciertamente, Israel es hoy una nación a la vanguardia tecnológica del mundo en los campos de mayor impacto. Igual sucede con lo relacionado a ciencia y medicina.
El estatus militar, científico y tecnológico de Israel es la razón por la cual Estados Unidos, y el mundo entero, lo respetan y admiran. La fortaleza intrínseca promueve la sociedad en causas comunes, desplaza a la lástima y la solidaridad con el menesteroso. Desde esa posición, Israel ha logrado mejorar su estatus diplomático y establecer relaciones con casi todos los países del mundo, incluyendo países árabes comprometidos con la causa palestina.
Cuando vemos a Israel en el concierto de las naciones, lo asemejamos a la posición del judío como individuo, o como comunidad, en los países donde les ha tocado vivir. Cuando han sido débiles en cualquier sentido, han sido agredidos. Y si lograron inspirar sentimientos de justicia y lástima, con suerte lograron salir adelante. Judíos y comunidades judías fuertes lograron algo más de respeto, aunque no siempre.
El estatus militar, científico y tecnológico de Israel es la razón por la cual Estados Unidos, y el mundo entero, lo respetan y admiran. La fortaleza intrínseca promueve la sociedad en causas comunes, desplaza a la lástima y la solidaridad
El Israel de antes de 1967 era el favorito de muchos. Sometido a una presión bélica que amenazaba su existencia, era un país de inmigrantes refugiados sometidos a los embates de una economía poco desarrollada. Inspiraba gran admiración y lástima. Al borde de su destruccion, ser consentido en los medios no significaba para los israelíes ningún consuelo real ni seguridad alguna.
En 2022, Israel sigue enfrentando problemas serios, amenazas a su existencia misma. Vecinos y no tan vecinos tienen planes en su contra. Pero el país no es visto como la desvalida cenicienta. Se mide de igual a igual con las grandes potencias. Se atreve a retar al presidente norteamericano en relación con el delicado tema de Irán. El presunto cierre de la Agencia Judía en Rusia se maneja con la autoridad y majestad de un Estado respetado. Para los judíos, otrora desterrados, sumisos y con pocas posibilidades de pataleo, esto es algo más que una novedad.
Israel es a las naciones lo que fueron y son los judíos y las comunidades en la diáspora. El exilio obligado de antes hoy es electivo, voluntario. Existen para Israel como nación, y para judíos y comunidades, sentimientos y actitudes en contra, llenas de antisemitismo y fobia. Solo la fortaleza que se pueda tener garantiza el respeto y, con ello, la supervivencia.
En pleno siglo XXI, muchas cosas que han debido cambiar para bien, siguen igual.