Beatriz W. de Rittigstein
R ecientemente, nuestra comunidad conmemoró un año más de la fundación del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”, es decir, 70 años de educación judía en Venezuela.
De los recuerdos que guardo de mi infancia, está una determinada foto que incontables veces vi en la casa de mis abuelos maternos, Velvel y Sara Zighelboim; se trataba de mi abuelo encabezando el acto de inauguración del colegio. Esa imagen evoca la idílica época en que un puñado de personas decidieron dedicar sus esfuerzos al establecimiento de una institución educativa, conscientes de lo imprescindible que es en toda comunidad organizada, que vela por la preparación de nuestros hijos. Ello significa responsabilizarse por la continuidad del Judaísmo, apegarse a la práctica religiosa, estudiar nuestra historia, impartir la sabiduría del bagaje cultural milenario, reforzar la identidad judeo-sionista y estrechar los vínculos que nos unen con el Estado de Israel.
Este aniversario es una ocasión propicia para honrar a los pioneros que en difíciles condiciones tuvieron el valor de llevar a cabo esta epopeya de los inicios comunitarios, construyendo el porvenir del Judaísmo venezolano. Ese relevante capítulo no puede perderse en el olvido con la muerte de aquellos judíos que, pese a ser inmigrantes y tener que trabajar duro para cubrir las carencias de sus respectivas familias, comprendieron la importancia de proporcionar a sus descendientes, simultáneamente a las materias generales, una educación judía en un ámbito judío. Incluso se vieron obligados a enfrentar a aquellos que, influenciados por el horror del Holocausto perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, temían que un colegio judío generara antisemitismo a nivel local.
Por el contrario, el Moral y Luces “Herzl-Bialik” contribuyó al desarrollo de la comunidad, granjeándose el respeto de los ciudadanos del país, al mismo tiempo que enseñaba a los muchachos judíos a entender y luchar por sus derechos, oponiéndose a la hostilidad provocada por los prejuicios y estereotipos antisemitas.
Golda Meir puso en palabras una gran paradoja del pueblo judío; nuestra moderna matriarca nos definió: somos un pueblo excepcional, pues sabemos perfectamente quiénes fueron los padres del Judaísmo, nuestra memoria puede retroceder milenios y exponer la vida de Abraham, Sara, Itzjak, Rivka, Jacob, Lea y Rajel. Sin embargo, no podemos decir mucho sobre nuestros bisabuelos y tatarabuelos.
Para corregir ese tremendo error, que en tantas circunstancias es consecuencia de las persecuciones y masacres de las que fuimos víctimas, debemos reconocer a los visionarios que con enorme coraje y obstinado empeño hicieron posible un anhelo esencial: la creación de este ente que desde hace 70 años procura garantizarnos la instrucción de nuevas generaciones de jóvenes judíos, labrando el futuro del Judaísmo venezolano. Nuestro mejor homenaje es integrar tales episodios a la historia comunitaria.
La idea surgió, cuajó y tuvo infinito empuje en el seno de un organismo llamado Centro Social y Cultural Israel, cuyo presidente para ese entonces era Velvel Zighelboim (Z’L); el secretario general era el rabino Philip Steinmetz (Z’L), y los miembros de la Junta Directiva: Jaime Zighelboim (Z’L), Eduardo Sonneschein (Z’L), Salomón Stolear (Z’L), Moisés Brunstein (Z’L), Samuel Meiler (Z’L), Isaac Brender (Z’L), Israel Goihman, Abraham Iglicki (Z’L), Isaac Ackerman (Z’L), Alberto Bart (Z’L), Miguel Czenstochowsky (Z’L), Marcos Milgram (Z’L), David Blikstein (Z’L), entre otros.
Estas personas, que conformaron la dirigencia vanguardista en cuanto a educación judía en Venezuela, fundaron el Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik” el 15 de septiembre de 1946; su sede estuvo ubicada en una casa en la Avenida Avila, Nº 1, La Florida. El primer director fue el pedagogo Juan Gols-Soler (QEPD) y, en un principio, el Dr. David Gross fue el subdirector.
Previamente, podemos estimar como precursora de la educación judía en Venezuela a una especie de escuela de los sábados por la tarde, de la que se encargaban las hermanas Adest y una señorita de apellido Chanales.
En el caso particular de mi abuelo, Velvel Zighelboim, su labor comunitaria refleja su certeza acerca de la necesidad de la educación judía. Al llegar de Europa, antes de arribar a Venezuela, se residenció en Lima, donde en la década de 1920, junto a un grupo de correligionarios, instituyó un preescolar judío. Luego, al radicarse en Venezuela, fue uno de los conductores del proyecto.
Bastante tiempo ha trascurrido y diferentes acontecimientos se han sucedido; aquella aspiración, materializada a fuerza de tenacidad y convicción, constituye hoy un sistema educativo de grandes dimensiones. Ese sueño que comenzó a concretarse un 15 de septiembre de hace más de 70 años ha venido sirviendo a la comunidad en una relación de ambas vías, nutriéndose mutuamente. De tal modo que, en la actualidad, abuelos que se formaron en las aulas del “viejo” Moral y Luces ven a sus nietos estudiar en las modernas instalaciones. Pero, precisamente, esto que tanto nos enorgullece tiene un nacimiento, forjadores e historia, y la comunidad les debe gratitud. De hecho, conocer el pasado, los firmes cimientos de nuestra comunidad, nos recompensará con perspectivas prósperas.