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Abraham Krivoy nació el 24 de enero de 1930 en Caracas, en la popular parroquia La Pastora, en el hogar de sus padres originarios de Rumania. Profesaban los valores y tradiciones judías, los que Abraham mantuvo y trasmitió a su descendencia. En su hogar hablaban idish, así que aprendió el idioma.
E studió la Primaria en el colegio público República del Paraguay, y por necesidades económicas se vio obligado a pasar al mercado laboral como tallador de diamantes, continuando el bachillerato nocturno en el Liceo Alcázar y luego en el Liceo Andrés Bello, de donde egresó como bachiller en Ciencias en 1949.
Su madre falleció cuando él tenía 15 años, por una estenosis mitral a los 45 años de edad. Esta experiencia fue determinante para que estudiara Medicina, así que ingresa a la Universidad Central de Venezuela, donde aprueba el primer año; pero la universidad es cerrada por circunstancias políticas, por lo que emigra a Ecuador e ingresa en la Universidad de Quito, donde cursó el segundo año. La Universidad de Los Andes, en el estado Mérida, abrió nuevos cupos en Medicina y Krivoy hace allí el tercer año. La reapertura de la UCV le permitió finalizar sus estudios y obtener el título de Médico Cirujano en 1956.
Ese mismo año conoce a Rachel Asseo, con quien tres años después contraería matrimonio. Rachel fue su compañera inseparable, quien lo apoyó e impulsó incondicionalmente y con quien tuvo tres hijos: Jaime, Mauricio y Francis. Realiza su primera operación al lunes siguiente de su graduación. Hace la residencia en el Hospital Vargas de Caracas entre los años 1956 y 1958, se interesa por las enfermedades del sistema nervioso, y obtiene la especialidad de Neurocirugía en 1959.
Inicia sus labores docentes en la UCV ese mismo año como profesor asistente, hasta alcanzar el grado de profesor titular en la Cátedra de Neurología de la Escuela de Medicina Luis Razetti, en 1975. También obtuvo el título de Siquiatra, especialidad que ejerció paralelamente a la Neurocirugía e integró en el abordaje de sus pacientes.
De allí en adelante se dedicó de manera intensa al trabajo, convirtiéndose en uno de los neurocirujanos más reconocidos del país y haciendo aportes muy importantes a esa especialidad. Destaca la creación de los posgrados académicos en Neurocirugía del adulto y pediátrica, y además fundó la Sociedad de Neurocirugía Pediátrica.
Fue una persona muy activa, nunca dejó de trabajar, y lo hizo con tanta pasión y esmero que sus tres hijos se dedicaron al área: los dos varones son neurocirujanos y su hija neurosicóloga, y juntos trabajaron formando un equipo. Era un verdadero erudito, hombre de luz, alegría y esperanza, conocedor de la esencia humana. Dedicó su vida a ayudar a todo aquel que lo necesitara, siempre con gran humildad.
Abraham Krivoy falleció el 16 de julio de 2017 a los 87 años, a causa de un paro cardíaco. Murió haciendo lo que más le gustaba: compartir con su familia. Trabajó hasta el último día, operó esa misma semana y su último gesto fue por Venezuela, su país, al que amaba profundamente, yendo a votar por su libertad.
Su legado invaluable siempre será recordado por todos los que lo rodearon.
• Jefe de la Cátedra y Servicio de Neurocirugía Pediátrica del Hospital de Niños J.M. de los Ríos, Caracas.
• Fundador y presidente de la Sociedad Venezolana de Neurocirugía.
• Fundador y presidente de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Neurocirugía.
• Condecorado con la Orden Andrés Bello, Orden Francisco de Miranda, Orden Gran Mariscal de Ayacucho, Orden José María Vargas.
• Individuo de Número y presidente de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina.
• Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina.
• Fundador de la Sociedad Venezolana de Neurocirugía Pediátrica.
• Autor de más de 300 publicaciones, incluyendo 15 capítulos de libros.
• Editor de la revista Centro de Médico de Caracas.
• Autor de los libros Maimónides: luz creciente y Médicos venezolanos de ascendencia judía.
• Actualmente se construye un hospital en el estado Sucre que lleva su nombre, como agradecimiento por el inmenso aporte realizado a la neurocirugía pediátrica en Venezuela.
Redacción NMI, con información proporcionada por la familia Krivoy
D os días tarde me entero del sentido fallecimiento de Abraham Krivoy, además por un escrito del rabino Pynchas Brener en Facebook. En estos momentos en que la inmediatez es la regla, es curioso enterarse tarde de un acontecimiento tan importante, quizá porque las cosas más relevantes no se rigen por las reglas de los tiempos modernos.
Al doctor Krivoy lo conocí toda la vida. Habiendo nacido en el Centro Médico de Caracas, hijo de médico, luego residente y especialista en la clínica, las oportunidades de compartir y relacionarme con el doctor Krivoy eran frecuentes. Compartíamos inclusive la misma hilera de lockers en el quirófano. Encontrarse con él en cualquier ocasión siempre era una curiosidad, sus repuestas ante las preguntas más cotidianas eran singulares. Es imposible olvidar la respuesta al saludo de cada día: “¡La cosa está buena!”. No importando en absoluto qué episodio hubiese ocurrido en nuestra convulsionada patria o clínica, su respuesta fue siempre la misma.
Oír al doctor Krivoy en una charla acerca de cualquier tema era una experiencia, pues podía empezar con el Big Bang universal y terminar demostrando lo que fuese que él tenía en mente. Su entusiasmo durante la enseñanza era inspirador, su conversación amena, su humor agudo, su optimismo… incomprensible. Eso, quizá, era lo que más llamaba la atención en el trato personal con el doctor Krivoy: era un optimista irremediable. Él nunca se negaba a un reto, los asumía con profesionalidad y les impregnaba ese carácter tan suyo de compromiso personal.
En mi rol de presidente de la Sociedad Médica le ofrecí ser director/editor de la Revista Centro Médico, de la cual Krivoy era colaborador habitual. No dudó un instante en asumir esa nueva responsabilidad, y a consecuencia de ello nuestra relación fue cada vez más cercana. Cumplió como editor a carta cabal hasta el momento en que escribo estas líneas, logrando resucitar una revista que tenía más de 15 años en estado catatónico, un logro que poca gente en el hospital creía posible. Ante su pérdida, la nueva junta directiva de la Sociedad Médica tiene el reto de conseguirle un reemplazo, tarea que no va a ser sencilla.
Reciban sus familiares, sobre todo mis amigos Mauricio, Jaime y Francis, mi más sentido pésame por una pérdida que no solo afecta a su familia sino a toda la comunidad médica del país, y sobre todo a sus innumerables pacientes que le tuvieron como médico e influencia durante sus largos años de ejercicio profesional. Su pérdida es irreparable.
Paz a sus restos.
Fernando Godayol Disario
N o te fuiste, Krivoy. Nos dejaste todo lo que somos al menos a 15 individuos. Eres el raciocinio, la honestidad, la humildad, las ganas de echar pa’lante, el optimismo y todos los valores que tenemos quienes portamos tu apellido. Eres las ganas de aprender, de trabajar, de destacar y de impactar. Eres el sol, la luna y las estrellas. Tú no fuiste una persona: eres una fuerza que hace del mundo un lugar mejor, y nos hizo ser exactamente lo mismo a todos los que te rodeamos.
Eres la razón por la cual el domingo es mi día favorito, por la que tengo una calcomanía de cerebro en mi computadora y por la cual defenderé a Freud ante cualquiera que diga que su teoría no es válida. El silencio, la observación, la introspección y la comunicación selectiva. La proyección de todo lo anterior en una figura chiquita pero gigante. Tú no eras de aquellos que dejan huella: tú borras todas las huellas que otros han dejado y nos conviertes en seres nuevos, aliviados de todo lo trivial, porque, según tú, “¡Es sicológico, chico!”. Eres la profilaxia: el pensar antes del hacer, para luego hacer sin cesar. Eres mi admiración y aspiraciones.
Falleciste un domingo. Terminaste la semana, trabajaste hasta el último día, y tu última salida de casa fue a votar para hacer una mejor Venezuela.
Este hombre es mejor que Ariel el de la Billo’s: ¡hace de todo! Tus días finales fueron iguales a toda tu vida: como ya dije, haciendo de este mundo un lugar mejor, a través del medio único de ser quien eres; nada más, nada menos.
Estas cosas bellas no consuelan que ya no te pueda llamar y escuchar “¡Aaaaaalo!”, oír tus bostezos en los que enunciabas todas las vocales, decirte que me tienen “estudiando mucho” o espachurrarme en la parte de atrás del carro para ir a comer todos juntos. Pero, lo más importante, no tener la oportunidad de oro de pasar tiempo junto a ti, el mejor de los mejores. Agradezco haber podido hacer esto último durante casi 20 años, porque sin darme cuenta hasta el día de hoy, tu voz es aquella que nos seguirá guiando a tus seres cercanos. No cualquiera puede decir eso. Tu fuerza siempre será la que nos mueva, y tus principios los que nos hagan la familia loca, única y particular, pero a la vez perfecta, que formaste.
No sé si es negación, capacidad para racionalizar ante todo, distancia física de Caracas, idealismo rajado o la simple verdad, pero… no te fuiste, Krivoy, y no hace falta que nadie se asegure de que nunca lo harás.
Tu nieta
Karen Taub