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Milos Alcalay*
T odavía estamos impactados por la triste noticia de la partida de ese gran Hombre (mentsch) que fue Hillo Ostfeld, uno de los más destacados miembros de la kehilá venezolana.
La desaparición de este sobreviviente de la Shoá deja un profundo vacío. Las instituciones de la comunidad israelita llevan su sello en los más variados campos: el humano, el institucional, el idealista, el solidario. Como filántropo, entregó generosamente una constante y generosa contribución. Fue respetado por su sabiduría y sus consejos; hasta los rabinos se le acercaban para conocer sus opiniones. Como empresario fue un exitoso gestor; como padre y abuelo forjó una linda familia con Klarita, su compañera de vida, quien estuvo a su lado en todo. Ambos eran sobrevivientes, y al mismo tiempo militantes de la verdad, convencidos de que debían contar sus pesadillas para que sirvieran de esperanza al ser conocidas por las jóvenes generaciones de venezolanos, a quienes quisieron trasmitir las consecuencias del horror del odio totalitario del nacionalsocialismo del siglo XX, que asesinó a seis millones de judíos.
Para dar su propio testimonio como sobreviviente y desmentir las tesis negacionistas, escribió libros, dio entrevistas, ofreció conferencias y recorrió incansablemente diversas universidades del país, tanto en la capital como en el interior de la República. Se reunió con estudiantes de las universidades Católica Andrés Bello, Metropolitana y Simón Bolívar, quienes escuchaban emocionados sus vivencias al enfrentar la muerte a cada paso. En la Universidad de Los Andes, en Mérida, sus intervenciones fueron tan impactantes que se creó de manera permanente la Cátedra de Estudios sobre el Holocausto que lleva su nombre, como señal de admiración.
Mucho se escribirá sobre sus infinitos aportes en la comunidad y para ella, pero quisiera destacar en este artículo el impacto que tuvo Hillo en mi carrera diplomática. Para mi misión como embajador de Venezuela en Rumania, antes de viajar a mi destino visité al entonces presidente de la CAIV. Hillo me dio los mejores consejos sobre cómo vincularme con su amigo, el legendario rabino Moshe Rozen, o con el académico judío Nicolae Cajal, y de allí los inmensos puentes que se tejieron entre la Rumania posterior a Ceausescu y Venezuela. Resultó fundamental su apoyo durante la visita oficial a Venezuela del presidente Ion Iliescu, mientras que en Rumania se publicaron varios libros de Hillo y de Klarita sobre su testimonio de vida.
Cuando fui embajador de Venezuela en Israel, su aporte diplomático fue inmenso y se dio en ambos sentidos; no solo durante sus visitas a Israel pude acompañarlo a visitar a presidentes, ex presidentes, primeros ministros, parlamentarios y alcaldes, sino que también en Caracas Klarita y él eran anfitriones permanentes, al recibir en su casa a los más destacados personajes de la vida israelí. Mencionar los nombres de los ilustres homenajeados no sería justo, porque se trata de los más reconocidos y dejaría a muchos por fuera.
Muchas décadas antes, ya lo veía apoyándome durante la visita a Caracas de la presidenta del Parlamento Europeo, Simone Veil. Después, como viceministro de Relaciones Exteriores, nunca dejé de ser invitado a los actos de la comunidad. Siendo embajador de Venezuela ante la ONU, pude tratar con él temas como un reconocimiento justo para Israel.
Contar las diferentes incidencias no sería posible en este breve espacio. Pero sirva para resumir entre sus múltiples aportes, el de la gran visión de Hillo, a quien tanto debo, en su labor como diplomático. Gracias, Hillo.
Todavía estamos impactados por la triste noticia de la partida de ese gran hombre (mentch) que fue Hillo Ostfeld, uno de los más destacados miembros de la kehilá venezolana.