El exsecretario de Estado destacó por su longevidad; su historial político es otro tema
Benjamín Ivry*
La forma en que los lectores elijan recordar a Henry Kissinger, quien acaba de fallecer a los 100 años de edad, bien puede depender de sus lecturas anteriores sobre el exsecretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional.
Quienes apreciaron la biografía hagiográfica en dos volúmenes de Niall Ferguson aplaudirán el papel de Kissinger como el primer secretario de Estado judío, y su éxito al ayudar a lograr la distensión con la China comunista y la Unión Soviética.
Por el contrario, los autores políticos Seymour Hersh, y especialmente Christopher Hitchens, han señalado una serie de presuntos crímenes de guerra cometidos por Kissinger en Vietnam, Bangladesh, Chile, Chipre y Timor Oriental, marcados por decisiones tomadas con aparente despreocupación por el sufrimiento humano y la pérdida de vidas.
Los expertos en Derecho insisten en que hubo pocas posibilidades de que Kissinger pudiera haber sido juzgado alguna vez como criminal de guerra, aunque algunos de sus asociados políticos más cercanos, incluido el dictador chileno Augusto Pinochet, sí pasaron por esa experiencia. Después de todo, las políticas de Kissinger fueron inventadas en la Casa Blanca, y la histórica inmunidad legal de ese edificio por innumerables crímenes se ha vuelto familiar para los estadounidenses en los últimos años.
Incluso autores cuyos puntos de vista se encuentran entre los dos extremos, desde Walter Isaacson hasta Gil Troy, han presentado relatos inquietantes sobre cómo Heinz Kissinger, nacido en Fürth, Alemania, alcanzó despiadadamente fama y fortuna en todo el mundo.
El apellido original era Löb, modificado por el tatarabuelo de Kissinger, Meyer, quien aspiraba al glamour asociado con la ciudad balneario bávara de Bad Kissingen.
De manera comparable, la carrera de Kissinger puede verse como un ejercicio de ambiciosa autocreación, detrás del cual poco puede identificarse como genuino. Su siglo de vida puede sintetizarse en un comercial de televisión trasmitido en noviembre de 2001, grabado para atraer turistas de regreso a Manhattan después de los ataques del 11 de septiembre. El anuncio mostraba a un doble de Kissinger recorriendo las bases del Yankee Stadium y cayendo panza arriba en el plató. Luego se muestra un primer plano de Kissinger sacudiéndose el polvo de su traje.
Todo en ese comercial era falso, quizá incluso su célebre acento. Los biógrafos han notado que el hermano de Kissinger, Walter, un año menor que él, emigró a Estados Unidos con el resto de la familia en 1938 y habla con el acento estadounidense estándar. Kissinger optó por una alteridad deliberada al conservar sus patrones de habla extranjera.
Si bien aceptó honores de organizaciones judías, Kissinger también se comportó y habló de maneras que distanciaron a algunos judíos. En 1985 apoyó públicamente la colocación de una ofrenda floral del presidente Ronald Reagan en un cementerio militar en Bitburg, Alemania Occidental, donde están enterrados miembros de las Waffen-SS. Kissinger se opuso a la idea de crear el Museo Conmemorativo del Holocausto en Estados Unidos, porque una institución de este tipo junto al National Mall en Washington, D.C., podría darle “un perfil demasiado alto” a los judíos estadounidenses y “reavivar el antisemitismo”.
Entre sus declaraciones, una de marzo de 1973 causó revuelo cuando se publicó en 2010. Grabada en una conversación con Richard Nixon poco después de una reunión con la primera ministra israelí Golda Meir, Kissinger desdeñó la idea de presionar a la URSS sobre los judíos soviéticos perseguidos, diciendo: “La emigración de judíos de la Unión Soviética no es un objetivo de la política exterior estadounidense, y si meten a los judíos en cámaras de gas en la Unión Soviética, no sería una preocupación estadounidense. Quizá una preocupación humanitaria”.
En 2011 también se publicaron documentos hasta entonces secretos del Departamento de Estado de finales de 1972, que revelaban que Kissinger estaba molesto por la preocupación expresada por los judíos estadounidenses sobre el destino de los judíos soviéticos, llamándolos “bastardos egoístas”.
La carrera de Kissinger puede verse como un ejercicio de ambiciosa autocreación, detrás del cual poco puede identificarse como genuino
Walter Isaacson narra que en una reunión de la misma época del Grupo de Acciones Especiales de Washington, un grupo de trabajo gubernamental sobre crisis, Kissinger refunfuñó: “Si no fuera por el accidente de mi nacimiento, sería antisemita”. Y añadió: “Cualquier pueblo que haya sido perseguido durante dos mil años debe estar haciendo algo mal”.
Durante una conversación sobre la guerra de Vietnam en octubre de 1973 con Brent Scowcroft, asistente adjunto del presidente para Asuntos de Seguridad Nacional, Kissinger encontraba a los judíos estadounidenses y a los israelíes “tan desagradables como los vietnamitas”.
En otra conversación telefónica trascrita de noviembre de 1973, Kissinger declaró: «Voy a ser el primer judío acusado de antisemitismo». Esto refleja el antiguo concepto de autoodio judío, ya descrito por el historiador cultural Sander Gilman y analizado en El Estado judío de Theodor Herzl (1896).
Kissinger también se burló de quienes defendían a los judíos, especialmente a los israelíes. Uno de ellos fue el asesor presidencial Daniel Patrick Moynihan, cuya postura proisraelí evocó este comentario de Kissinger: “Estamos dirigiendo la política exterior. Esto no es una sinagoga”. Además, Kissinger preguntó burlonamente si Moynihan, quien era católico irlandés, deseaba convertirse al Judaísmo. Estas y otras bromas llevaron a algunos observadores, como el rabino Norman Lamm de la Universidad Yeshiva, a repudiar a Kissinger ya en diciembre de 1975.
Observando que una de las primeras acciones de Kissinger como Secretario de Estado fue revocar la norma que permitía a los empleados judíos del Departamento de Estado no asistir al trabajo en Rosh Hashaná y Yom Kipur, el rabino Lamm citó otros casos en los que Kissinger no conmemoró o ni siquiera mencionó el Holocausto: “Nos desasociarnos abiertamente de Kissinger. No quiere ser parte de nuestro pueblo, su historia y su destino, su sufrimiento ni sus alegrías. Que así sea. Nunca más, en nuestras charlas o en nuestras publicaciones, hagamos referencia al judaísmo de este hombre. E insistamos en que deje de hacer sus ocasionales comentarios a la prensa o a los diplomáticos, según los cuales no pondría en peligro las vidas de los judíos ni de otros pueblos oprimidos porque él también es un refugiado de la opresión. Un hombre que ‘olvida’ a millones de sus compañeros de sufrimiento, ha perdido el derecho moral de hacer uso de su sufrimiento y de su propia condición de refugiado para promover sus propios fines. Nuestro kavod (honor) estará mejor servido si Henry Kissinger logra cortar todo vínculo frágil y residual que aún lo ata a la Casa de Jacob y a los hijos de Israel. Concedámosle su obvio deseo de separarse de nosotros”.
“La emigración de judíos de la Unión Soviética no es un objetivo de la política exterior estadounidense, y si meten a los judíos en cámaras de gas en la Unión Soviética, no sería una preocupación estadounidense. Quizá una preocupación humanitaria”
Henry Kissinger, marzo de 1973
De manera más comprensiva, el historiador Gil Troy describió a Kissinger como un judío “en conflicto” y un “intelectual alemán”, aunque su buena fe académica fue cuestionada en Harvard, donde la tesis de licenciatura de Kissinger tuvo más de 400 páginas, lo que llevó a la universidad a establecer límites de extensión para los posteriores trabajos de los estudiantes.
Troy también comparó a Kissinger con precedentes literarios como Sammy Glick, un luchador del Lower East Side en la novela de Budd Schulberg ¿Qué hace que Sammy corra?, y Alexander Portnoy, el antihéroe de El mal de Portnoy de Philip Roth. Troy incluso llamó a Kissinger «gatsbyesco», en alusión al nuevo rico protagonista de El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald.
Sin embargo, en última instancia, el paralelo libresco más cercano puede ser el del estadista angloirlandés del siglo XIX Lord Castlereagh, tema de la tesis doctoral de Kissinger. Odiado por sus ataques a la libertad y las reformas, Castlereagh inspiró las siguientes líneas en el poema de P.B. Shelley La máscara de la anarquía, que evoca la carnicería resultante de la retórica política:
“Me encontré con Murder en el camino / Tenía una máscara como Castlereagh / Se veía muy suave, pero sombrío / Siete sabuesos lo seguían… Uno por uno, y de dos en dos / Les arrojaba corazones humanos para que masticaran / los que sacaba de su amplio manto”.
Sin remordimiento ni consideración por posibles ofensas a los derechos humanos, el legado de Kissinger en asuntos judíos conserva el aura de los sabuesos y los corazones humanos de Shelley.
*Escritor y poeta estadounidense.
Fuente y foto Forward.
Traducción y versión Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.