El pueblo judío se encuentra inmerso desde el lunes en la festividad de Pésaj, en la cual se celebra la libertad, esa que los regímenes totalitarios, las teocracias y dictaduras quieren coartar a través de todo tipo de mecanismos, unos más sofisticados que otros.
A pesar de todo lo que se ha vivido en los últimos seis meses desde el pasado 7 de octubre, en donde se sigue insistiendo en el aniquilamiento del pueblo judío, esta vez a través del Estado de Israel y ya ni siquiera con deslegitimación o demonización sino con su desaparición física, lo que se ha venido experimentado desde el faraón egipcio Ramsés II hace 3350 años hasta nuestros días, no dejamos de elegir la esperanza para un mundo mejor.
Por eso el título del artículo de esta semana es una oda a la esperanza, con parte de la letra de una canción que de ilusión se volvió realidad, una realidad milagrosa en nuestros tiempos, ante nuestros ojos, algo que generaciones de casi dos milenios no la pudieron ver, palpar ni disfrutar pero sus descendientes, nosotros, nuestros hijos, nietos y la infinidad B’H de nuestros descendientes también serán testigos de la virtuosidad del Hatikva, que se oyó por primera vez en el primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, en 1897, hasta que se convirtió en el Himno Nacional del Estado de Israel.
Mientras en lo profundo del corazón
palpite un alma judía
y dirigiéndose hacia el Oriente
un ojo aviste a Sión
No se habrá perdido nuestra esperanza;
la esperanza de dos mil años
de ser un pueblo libre en nuestra tierra:
la tierra de Sión y Jerusalén.
Hoy más que nunca reafirmamos la naturaleza legítima, épica y heroica del Movimiento Sionista como un proyecto ambicioso y extraordinario, que tenía como finalidad el retorno a Sión, a Jerusalén la capital del rey David, del rey Salomón, en donde a pesar del destierro de Judea o la muerte, impuesto por los romanos en el 135 de nuestra era después de aplastar la rebelión de Bar Cojba, todavía siguieron viviendo miles almas judías allí, pero hacía falta convertir de nuevo esas tierras desoladas, desérticas y casi despobladas en la tierra de leche y miel prometida.
La concreción de este sueño poético fue un camino tortuoso, lleno de peligros, intrigas y traiciones (luego de la Declaración Balfour), pero la perseverancia, la terquedad y el apego a la palabra de Hashem lograron lo imposible; y por eso hoy, a pesar del dolor, a pesar de las lágrimas que han brotado sin cesar en los últimos meses, debemos celebrar la libertad y la esperanza, mientras tengamos vida para seguir, para iluminar, para despertar a un mundo enloquecido por reivindicaciones de grupos que, con esa excusa, quieren anarquizar a una sociedad aturdida, indiferente, que no sabe reaccionar ante lo que es evidente.
Hoy más que nunca la defensa inequívoca del Estado de Israel se hace necesaria e impostergable, ante las amenazas de grupos radicales islámicos que, aupados por potencias, pretenden imponer a la humanidad un califato, el cual ya vemos reflejado en las calles de Europa y Estados Unidos.
También lo vemos reflejado en las universidades más prestigiosas de EEUU ante lo que se ha venido haciendo público, el caudal de billones de dólares que han recibido esas universidades de teocracias del Medio Oriente, con la finalidad de abrir cátedras para esparcir la militancia de la Sharía y los postulados del Islam radical, así como la contratación de profesorado y personal judeófobo en la última década, lo que hoy está dando perversos frutos.
Nos encontramos casi retrocediendo un siglo a las famosas leyes hitlerianas de Núremberg, en donde los judíos eran desposeídos de todos sus derechos, hasta los más elementales, como le pasó al profesor Shai Davidai, que no pudo ingresar a dar su cátedra en la Universidad de Columbia por ser judío.
Si los gobiernos y las sociedades no alzan una voz fuerte y enérgica en contra de esa aberración que estamos presenciando en las calles, en las universidades, en las ciudades en general por grupos anárquicos y violentos que enaltecen el terror, la violación y la muerte, seremos testigos en el corto plazo de una sociedad esclavizada y sometida.
Debemos mantenernos fieles a nuestras convicciones y espíritu combativo para preservar la libertad que estamos festejando, pero no una libertad condicionada; debe ser una libertad amplia, firme, profunda, que nos permita desarrollar cada uno su potencial con el respeto irrestricto al otro, y en esa dinámica coexistencial es que obtendremos una sonrisa del Creador del Universo.
Por último pedimos la libertad y el regreso a casa de los más de 130 secuestrados que se encuentran en el horror de Gaza por casi 200 días.