U n sentimiento auténtico y de amor a la patria reviste en todas las naciones su himno nacional. En los eventos de recordación histórica, sucesos vinculados al protocolo de Estado y en los eventos deportivos, siempre se entonan las notas del himno.
Solamente un país del concierto de las naciones acompaña su letra y melodía junto al del país de convivencia en la diáspora, siendo ese país Israel.
Al aproximarse la festividad de Rosh Hashaná, este 3 y 4 de octubre, es propicia la ocasión para abrigar de nuevo con todo fervor la “esperanza” (Hatikva) desde hace dos mil quinientos años, hecha realidad hoy, de que los judíos del mundo somos otra vez un pueblo libre en nuestra tierra, y con nuestra vista hacia el Oriente entonamos ese legado de siempre al tener presente a Sión y Yerushalaim.
Voy a permitirme trascribir una estrofa y el estribillo en español, para así contribuir con la voluntad del poeta-autor al expresar sus sentimientos:
“Mientras en lo profundo del corazón palpite un alma judía
y dirigiéndose hacia Oriente un ojo aviste a Sión,
no se habrá perdido la esperanza, la esperanza de dos mil años,
de ser un pueblo libre en nuestra tierra, la tierra de Sión y Yerushalaim”.
Mientras exista un alma judía, el sentimiento hacia la tierra de Israel tiene una fuerza indescriptible que florece en muchas ocasiones, pero en particular cuando se canta el Hatikva.
A través de este pequeño texto he querido informar algunos aspectos históricos de la letra y melodía del que se convirtió en himno nacional de Israel en 1948.
El himno fue escrito en Lasi, una pequeña ciudad de Moldavia, por Naftali Herz Imber en 1878. En el Primer Congreso Sionista de 1897, se adoptó como tema del sionismo. La música, orquestada por el compositor Paul Ben Jaim y arreglada por Samuel Cohen para ese congreso, se inspiró en La Mantovana, una melodía italiana del siglo XVII.
En todo acto comunitario nos levantamos en señal de respeto y acompañamos en idioma hebreo los acordes del Hatikva. Es notoria la fuerza que irradia el público, cuando a más de uno le brotan lágrimas de recuerdo, alegría y satisfacción de que esa “esperanza” nunca dejó de existir, y hoy podemos estar orgullosos de pertenecer al pueblo que dignamente nos representa.
A la juventud, tengan presente que desde remotas épocas la única “esperanza” estaba cifrada en el contenido de las estrofas del Hatikva. Bajo regímenes de terror y con el temor en cada segundo de las vidas de nuestros antepasados se pudo mantener esa fe en nuestro pueblo. Hoy somos libres, y con la fuerza y dignidad de una comunidad progresista se nos congratula por nuestra identidad con Israel.
La vinculación de Rosh Hashaná con el Hatikva viene dada porque, en ambas manifestaciones, su sentido intrínseco lleva el deseo y la esperanza de una existencia mejor, de una vida con salud, y la alegría de una coexistencia en paz con nuestros vecinos.