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H ace algunas noches me llamó mi hermana, quien vive en el exterior, y me dijo: “¡Qué bonito el sonido de los grillos!”. Quiero decirles que aunque dicho sonido estaba, está y, si Dios quiere, seguirá estando todas las noches en este país tropical bendecido con clima, paisajes, aromas, sabores y sonidos maravillosos, que deleitan invariablemente nuestros sentidos, no me había percatado de aquel armonioso y relajante canto. Así como sucede que dejamos pasar o damos por sentado una vista al Ávila, una guacamaya de todos los colores, entre tantos otros elementos que, gracias a Dios, tenemos en este hermoso país.
Se acerca la festividad de Shavuot. Recordamos la consigna que todo el pueblo judío clamó al unísono antes de recibir la Torá, aun sin saber de qué trataba: “Haremos y escucharemos”. Es curioso que este evento no haya sucedido al instante en que los yehudim milagrosamente salieran de Egipto, sino unos 50 días después, cuando el éxtasis y la emoción del momento se habían sosegado. Y es que, así como en la vida, los grandes esfuerzos no se miden por cuán impulsados estemos en momentos de inspiración, no son aquellos en los que vemos claramente cuál y cuán rápida será dada la recompensa. Más bien evalúan nuestra grandeza aquellos actos que se dificultan en momentos cualesquiera, cuando te cuesta hacer esa llamada, buscar el tiempo para una mitzvá, pedir perdón o ir contra la corriente, la cual en ocasiones te aleja de tu espiritualidad sin que te percates de ello.
La grandeza se alcanza justo cuando estamos ocupados, cansados, cuando no vislumbramos luz. Cuando elevas los ojos al cielo aun después de un intento fallido hacia la búsqueda de tu sueño, o cuando el negocio que tanto esperabas no funcionó. Cuando aprovechas lo difícil del momento para salir fortalecido. Cuando las cosas ya no son tan color de rosa e incluso ahí sigues apoyando a tu cónyuge. Cuando en medio del caos sacas las fuerzas para jugar con tus hijos, haciéndoles sentir que en tu regazo están en el lugar más seguro. Cuando haces mitzvot que requieren de tu contada y valiosa energía, tiempo y recursos. Cuando te alegras con las alegrías de los demás y cuando te entristeces con sus penas.
La entrega de la Torá se hizo esperar con el fin de que la recibiéramos en un momento “normal”, asegurando que de esta manera creceríamos con ella. La consigna “Haremos y escucharemos” fue y continúa siendo una muestra fidedigna de emuná. Establece una confianza 100% en este ser supremo sin saber los detalles, dejando ir aquello que pensamos que ha de ser como pensamos, para rendirnos ante los deseos de Hashem. Es actuar con todas nuestras fuerzas pero a la vez estar de acuerdo con el resultado.
Cada año nos erguimos en el Monte Sinaí. El regalo de la sabiduría de Dios nos da la oportunidad de sumergirnos en su crecimiento infinito. Nos encontramos en tiempos difíciles, cada familia y cada individuo tiene una realidad, algo que la presiona. En general, las cosas no son tan fáciles como antes. Cualquier circunstancia “adversa”, al mismo tiempo, visto desde el punto de vista de la Torá, es un regalo de Dios, una vez más, con la finalidad de que saquemos de ella, o de nosotros, el mejor partido.
En los momentos más dramáticos o en los más extraordinarios es relativamente fácil sentir a Dios. En los momentos promedio es un reto saber que también Él está ahí. Es primordial tenerlo con nosotros cuando queremos un buen puesto de estacionamiento, u obtener aquello que buscamos de una manera sencilla. Shavuot nos recuerda que también en los momentos normales, en los momentos rutinarios, y en los que no hay rutina, estamos en presencia de la luz de una supervisión divina.
Predecir a través de un modelo determinista guiado por el pasado para saber estadísticamente cómo será el futuro, es una manera equivocada de creernos omnipotentes. Y quien lo haya probado podría demostrar que es una fórmula totalmente imperfecta. Los eventos son dispuestos de acuerdo a nuestro esfuerzo, pero los resultados no dependen de nosotros.
El deseo natural del ser humano de certidumbre, de querer saber qué va a pasar, se ve disminuido cuando de repente dejamos de tener los datos de lo que ocurrirá. Es ahí cuando aplicamos lo que nuestros ancestros: hacemos y luego escuchamos.
La fortaleza que tiene lo desconocido, la parte de “haremos”, aun antes de “escuchar”, no solo es posible sino que también es una forma de vida, es la forma judía y correcta de vivir.
Es propicio que practiquemos estar más conscientes. Así como para “ver” el “sonido” de los grillos. Así como para reutilizar tantos recursos con los que contamos, muchos de ellos porque ya los hemos practicado. Volvamos a recibir la Torá, porque queremos recibirla conscientemente, con ello desarrollaremos la habilidad para armonizar nuestra vida, para lograr experiencias multisensoriales, como sucedió en el Monte Sinaí.
Cuando hacemos del Judaísmo una parte intrínseca de nuestra rutina, nos cambia, podemos saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. Recibir la Torá una vez más es escuchar los paisajes, es ver los sonidos. Profundicemos el vínculo con nuestra esencia. Notemos los grillos. Sintamos el Ávila. Disfrutemos Hebraica.
Estemos conscientes de todo lo bueno que tenemos. De la Torá, nuestra guía de vida. De lo bueno que es tenernos los unos a los otros. “Hine ma tov hu ma naim, shevet ajim gam yajad” (“Mirad cuán bueno y agradable es cuando conviven los hermanos en unidad”).
Actuemos, y luego escucharemos, si Dios quiere, buenas noticias.