Estamos en presencia de circunstancias realmente alarmantes e imprevisibles con la invasión de Rusia a Ucrania.
Cualquier error que trascienda de la frontera ucraniana, necesariamente va a involucrar a un tercer país europeo que esté inscrito en la OTAN o haya pedido formar parte de esta alianza estratégica, que justamente tendrá esta misma semana una reunión de vital importancia en la ciudad de Madrid.
Las consecuencias de que la guerra se extienda a otros territorios,causaría de inmediato la alarma mundial, con la repercusión que conllevaría en todos los ámbitos de la vida planetaria. Ya de por sí, diferentes países han redireccionado gran parte de su PIB para la adquisición o modernización de su equipamiento militar, retrasando drásticamente esos recursos que estaban presupuestados para la inversión social, entendiendo por esta las áreas de salud, alimentos, educación o infraestructura.
En el último año, más de 200 millones de personas sufrieron hambre en niveles críticos en alrededor de 53 países, según agencias de la ONU dedicadas a identificar estos escenarios. Nuestra región ha sido de las más vulnerables, ya que según informes de la ONU, el hambre en América Latina y el Caribe dio un salto exponencial en el 2021, y más de 14 millones de personas ingresaron a las estadísticas de hambruna.
Lo más grave es que muchos de estos estudios no se encuentran actualizados, por lo que no se ha tomado en cuenta el impacto de la guerra, lo que evidentemente incrementaría los porcentajes previamente enunciados.
Es lamentable y desolador ver cómo los intereses geo-estratégicos son mucho más importantes que el valor de la vida misma de la gente. Invertir billones de dólares en la adquisición de material bélico, en la fabricación de misiles balísticos nucleares capaces de destruir ciudades enteras que se encuentran a más de 10.000 km de distancia, es por decir lo menos algo demencial y que puede llevar a toda la humanidad a la Edad de Piedra, por la decisión de una sola persona que, por supuesto, traería como consecuencia una respuesta similar a la agresión, lo que nos sumiría en un caos total y absoluto.
Vemos con incredulidad que vamos en dirección contraria de lo que demandan la humanidad y sentido común, que como dicen, es el menos común de los sentidos. Los polos de poder y sus aliados de encuentran cada vez más distantes, siendo que deberán afrontar una disyuntiva histórica frente a los desafíos de la humanidad: o siguen jugando a la guerra como niños malcriados, donde ninguno quiere demostrar debilidad sino que siguen en su berrinche a sabiendas de que serán expulsados del colegio con la subsecuente reprimenda familiar; con la diferencia de que si bien es cierto que a uno de esos niños malcriados lo expulsarán del salón mas no del colegio global, me pregunto: y la reprimenda familiar, ¿quién se la dará?
¿Cómo evitar que un individuo pueda poner en jaque a la humanidad, teniendo fresca todavía la experiencia terrible de la Alemania nazi encabezada por Adolf Hitler, que por momentos puso a parte del mundo de rodillas, provocando la Segunda Guerra Mundial con más de 60 millones de muertos y el Holocausto, como ejemplos de que el ser humano es capaz de llegar a los máximos niveles de criminalidad y abyección inimaginables? Con la diferencia de que hoy en día esos niveles de criminalidad son globales, es decir, una decisión que se tome en un momento de ira o irracionalidad puede producir el fin del mundo, que no sería como lo afirma el estudio más reciente de la Universidad de Princeton, de acuerdo a una expansión del Universo debido a la teoría de la explosión del Big Bang, pues aquí sería derivado de una explosión y no precisamente del Big Bang.
En este hipotético escenario, tendríamos que encomendarnos a la letra de aquella legendaria canción de Queen “Dios salve a la Reina”, pero en este caso, con una gran variante: “Dios salve a la Humanidad”.