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Benito Roitman*
E n la sociedad israelí actual, los temas económicos y sociales, y aun aquellos temas políticos referidos al funcionamiento de las instituciones, parecen estar cediendo su lugar hace ya un tiempo a una persistente alusión a la guerra que vendrá.
Y las alusiones a esa guerra que vendrá son tanto más impresionantes si se pone atención a la naturalidad con que el tema se maneja en toda discusión y en todo planteamiento, como si se estuviera hablando del pronóstico del tiempo o de la programación de las próximas vacaciones. Así es como parece posible introducir la idea de la inevitabilidad de la guerra, por lo cual la búsqueda activa de la paz pasaría a un segundo y remoto lugar.
Esto no significa ignorar los peligros reales que se ciernen sobre Israel, instalado en este caliente Medio Oriente donde varios de los actores regionales no lo miran precisamente con benevolencia, y son capaces, ellos, de instigar una guerra. Pero de lo que se trata es de buscar y de aceptar soluciones que reconozcan que en estas tierras son dos pueblos, con todas sus razones y sinrazones, los que buscan acomodarse.
Y esa búsqueda y aceptación de soluciones requiere comenzar a hacerse a la idea de que la guerra no es inevitable y menos aún deseable. Para ello es necesario un cambio de actitud y de mentalidad, aunque es difícil especular sobre qué acontecimientos o cuáles circunstancias podrían favorecer ese cambio (pero es de desear y de esperar que esos acontecimientos y esas circunstancias no sean la propia guerra).
En el entretanto, y como si se tratara de un tema totalmente desligado de la delicada situación política que se vive en esta convulsionada región, se nos recuerda una y otra vez que Israel es la nación startup, que pese al reducido tamaño del país jugamos en primera división en todo lo que atañe a desarrollos científicos y tecnológicos, y que en términos macroeconómicos podemos preciarnos de formar parte, cada vez más, del mundo desarrollado.
Todo eso es cierto, aunque es solo una parte de la historia. La otra parte tiene que ver con lo que una revista especializada como The Economist, que no puede ser tachada de izquierdista, en su edición del 20 de mayo de 2017, comentara sobre la economía israelí, señalando que “Es fácil deslumbrarse con las empresas israelíes de alta tecnología. En realidad, el país tiene dos economías separadas. La globalizada y dinámica nación startup representa solo alrededor de una décima parte del empleo, mientras que nueve de cada diez israelíes trabajan en actividades más próximas a las de una nación atrasada, que es ineficiente y está protegida de la competencia”. La existencia de dos economías separadas en el país explica en gran medida las conocidas brechas en materia de distribución del ingreso, que constituye uno de los principales problemas sociales de Israel.
Más aún: es preciso tomar en consideración en qué medida esa situación lleva a que la economía israelí esté expuesta a problemas en su funcionamiento, dada su necesidad de vincularse con la economía internacional. En efecto, las exportaciones israelíes son el principal elemento dinámico de su economía y constituyen la fuente de financiamiento por excelencia de las importaciones —de insumos intermedios, de bienes de capital, de bienes de consumo— que mantienen y elevan el nivel de vida de la población. Es así que el bienestar material del país depende, en el largo plazo, del continuo crecimiento de sus exportaciones.
Conviene recordar aquí una sencilla ecuación, que nos dice que el crecimiento del Producto Interno Bruto, visto desde el lado de la demanda, está compuesto por el crecimiento del consumo interno (público y privado), más el crecimiento de la inversión bruta fija, más el crecimiento de las exportaciones (que equivalen al consumo externo de bienes y servicios producidos en el país), menos el crecimiento de las importaciones (que corresponden al consumo de bienes y servicios producidos en el extranjero).
Pues bien, mientras en el largo plazo el crecimiento de la economía israelí se explicó en buena medida por el fuerte aumento anual de las exportaciones de bienes y servicios (por ejemplo, estas crecieron en promedio un 10,9% anual entre los años 1995 y 2010), ese crecimiento se ha estancado últimamente, con excepción de las exportaciones de servicios (con una alta participación de empresas trasnacionales). Aunque en estos últimos años la economía ha seguido creciendo, esto es atribuible más que nada a aumentos del consumo privado. Ahora bien, si las exportaciones continuaran cuasi estancadas, la economía no estaría en condiciones de financiar, a la larga, un volumen creciente de importaciones, que es lo que en gran medida contribuye a elevar el consumo de la población (desde alimentos hasta automóviles). Y en estas circunstancias se corre el riesgo de una reversión significativa en el nivel de vida de la población, además de un eventual aumento del déficit externo, con las consecuencias negativas correspondientes.
En resumidas cuentas y en términos muy simplificados, se puede decir que el crecimiento económico de Israel, tal como está orientado hoy en día, depende fuertemente de una sólida y persistente demanda externa de sus bienes y servicios, y de manera subsidiaria, de la continuación del nivel de trasferencias externas que se viene dando desde hace tiempo. Pero estas condiciones no son solo de carácter económico; tienen una fuerte carga política, en la medida en que las transacciones internacionales —sean las de carácter comercial, sean las que reflejan alianzas y convenios— están asociadas con el grado de relaciones entre países, bloques y organizaciones multilaterales, así como con el ambiente político de cada país.
Esas relaciones, en el caso de Israel, no parecen estar en su mejor momento, pese a la insistencia de la actual administración por hablar de un creciente aprecio por Israel en el exterior; y el ambiente político interno, inclinado como está a asumir con naturalidad las perspectivas de una futura guerra, tampoco parece demasiado propicio para pensar en proyectos productivos a largo plazo.
En estas circunstancias, es difícil pensar que podremos continuar creciendo en lo económico mientras damos la espalda a las realidades políticas que se están desarrollando en nuestro entorno, e ignoramos también que en el frente interno se mantienen y amplían —en varias dimensiones— las brechas que separan a la propia sociedad israelí. Sin embargo, ese parece ser el sendero por el que esta sociedad está siendo conducida. Aunque bien dicen que no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista.
*Economista uruguayo-israelí
Fuente: Aurora