Eduardo Kohn*
La mañana del 10 de noviembre de 1938, las calles de muchos barrios alemanes estaban desoladas. Los pocos que se animaban a caminar por ahí, soportando el frío intenso, producían un raro sonido, un sonido inusual en medio de un silencio desesperante. Cada paso generaba un crujido leve. En el piso, una alfombra casi perfecta de pequeños fragmentos de vidrios rotos. En el medio, algún abrigo olvidado, alguna gorra que se había caído en una huida desesperada.
La noche anterior, la del 9 de noviembre, no fue una noche como cualquier otra. Pasaría a la historia como La Noche de los Cristales Rotos. Las hordas nazis habían destruido todo a su paso. Persecución, daño y muerte. Esa noche no fue el comienzo de la barbarie, que había tenido inicio al menos un lustro antes. Persecuciones, prohibiciones civiles de todo tipo, leyes raciales, segregación y maltratos permanentes para los judíos. Sin embargo, el 9 de noviembre se produce un quiebre evidente, se cruza una frontera, se logra superar un nivel más en la escala de la vesanía, y se marca un preludio del Holocausto.
La tarde anterior, el 8 de noviembre de 1938, en París había ocurrido un hecho que sirvió al régimen nazi de perfecta excusa para continuar la caza iniciada años antes y que concluiría con la Solución Final. Un joven de 17 años había ingresado a la embajada alemana en París, había pedido hablar con algún funcionario, y cuando fue llevado ante él, con pulso firme, sacó un arma de entre sus ropas y disparó tres veces. Ernst von Rath, tercer secretario de la embajada, cayó al suelo y murió un par de días después. Herschel Grynszpan, autor de los disparos, fue arrestado, y simplemente dijo que quería vengar la desgracia de 17 mil judíos polacos que ese mes habían sido deportados de Alemania hacia Polonia pero a los que les impidieron cruzar la frontera. Casi toda su familia se encontraba allí.
(Foto: PBS)
Al día siguiente, los nazis aumentaron las prohibiciones ya existentes contra los judíos y les agregaron la circulación de cualquier publicación de la comunidad judía: diarios, revistas y hasta boletines barriales. Al anochecer, las hordas atacaron. Los nazis dijeron que era una espontánea reacción popular contra el crimen de Von Rath. No dijeron que Von Rath estaba en la mira de la Gestapo porque era muy crítico de Hitler. Igual, nadie hubiera escuchado o prestado atención: todo era destrucción y violencia. Los pogromos estuvieron perfectamente orquestados y premeditados por las SA, y los ciudadanos alemanes se sumaron con fruición al ataque.
La Noche de los Cristales Rotos inició las persecuciones en un clima de odio antijudío ya instalado. A partir de allí los límites se irían corriendo, hasta alcanzar la inhumanidad. Al día siguiente una multitud de civiles alemanes se reunió en Nuremberg a celebrar los destrozos; el gobierno alemán impuso una multa millonaria a los ciudadanos judíos y sus organizaciones para que compensaran los daños producidos, los niños judíos fueron expulsados de las escuelas públicas, y se libraron leyes y decretos cercenando aún más sus libertades laborales y civiles. Ya no había lugar para los judíos en la sociedad alemana.
La casi nula reacción internacional aseguró la impunidad. La Noche de los Cristales Rotos fue el momento en que las víctimas comprendieron que todo sería peor y en que los victimarios descubrieron que, durante muchos años, la impunidad estaría de su lado. El silencio, la indiferencia y la complicidad jugaron un rol central. Hitler y sus secuaces, agradecidos.
82 años después, la memoria está intacta y militante. Si por casualidad alguien pretendiera flaquear en el recuerdo de por qué y cómo, el terrorismo desenfrenado en Europa de estos días, el antisemitismo creciente y galopante, impiden cualquier vacilación.
Horas después de la masacre terrorista cometida el pasado lunes en Viena, donde hubo varios muertos y heridos graves, el canciller de Austria, Sebastian Kurz, dijo: “No dejaremos espacio a ese tipo de odio, porque nuestros enemigos no son, nunca, los creyentes de una religión, nuestros enemigos no son nunca las personas que vengan de un determinado país, sino que son los extremistas y los terroristas. En nuestra sociedad libre hay tolerancia cero con la intolerancia”. Reconocemos que la determinación de las democracias europeas de hoy está en las antípodas de la oscuridad de hace ocho décadas. Pero falta más, mucho más. Cada acto terrorista que desgraciadamente sobrevendrá, ¿se contestará con vehemente repudio verbal y hasta allí llegamos? ¿Hace cuántos años Europa sufre de atentados terroristas? ¿Cuántos muertos ha tenido que enterrar la comunidad judía de Francia? Siempre el gobierno de turno condena y repudia. ¿Y después?
El silencio supo ser un aliado incondicional del nazismo para avanzar en el camino del odio que llevó al Holocausto. Hoy, ¿cuándo podremos realmente ver que la tolerancia cero con la intolerancia le hará frente al terrorismo? .Empiecen al menos contestándole a los familiares de las víctimas de las dos últimas semanas en Francia y Austria. Y estén listos para responder con algo más que retórica la próxima vez.
*Doctor en Relaciones Internacionales, director de Latinoamérica en B’nai B’rith (Uruguay).
Fuente: Radio Jai.