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L a mishná, en el Tratado de Rosh Hashaná, capítulo 3, mishná 8, dice así: “Y será cuando Moshé levantare su mano y vencerá Israel, etc.” (Shemot 17, 11). ¿Acaso las manos de Moshé hacen las guerras o las quiebran?
No viene el versículo sino para decirnos: “Todo el tiempo que Israel observaba hacia las alturas y subyugaba su corazón ante su Padre Celestial, vencía, y si no, caía. De esta misma manera puedes decir: “Haz para ti una serpiente y ponla sobre un asta. Y todo aquel que haya sido mordido (por una serpiente) vivirá”. ¿Acaso una serpiente tiene el poder de matar o de curar? Tenemos que decir que el versículo nos enseña que cuando Israel miraba hacia arriba y doblegaba su corazón ante su Padre Celestial, se curaba, y si no, perecía.
De esta mishná es posible entender varias premisas. Primero, que los problemas, contratiempos, peligros y enfermedades no tienen poder sobre nosotros, a menos que Dios lo permita. En segunda instancia, que la clave para salir de aprietos y demás situaciones poco gratas es doblegando nuestro orgulloso corazón ante el Todopoderoso. Despojarnos de todo vestigio de egocentrismo y falsos intereses personales, y reconocer que todo viene de Él, lo bueno y lo que no lo es tanto. Mirar al cielo de vez en cuando, no nada más para saber si abrir el paraguas.
Pero hay aquí otro punto para reflexionar. Cabe preguntar: si la idea es levantar la mirada a las alturas, ¿para qué necesitamos la mano de Moshé o la serpiente? Que Moshé nos diga simplemente: ¡Miren arriba y dobleguen su corazón ante Dios!
Tenemos que decir que la idea central de estos episodios es la de utilizar alguna muestra terrenal, un milagro presente entre nosotros, y a través de él alcanzar los estratos celestiales necesarios para realmente doblegarnos ante el Creador del universo. Cada uno de los milagros que nos rodean —si abrimos bien los ojos— nos dan el pie de manera puntual para retornar a Dios en un aspecto específico.
Esta es la esencia de Rosh Hashaná: un día al año nos dedicamos a hacer un recuento de lo ocurrido desde el último Rosh Hashaná. Los favores que Dios nos hizo, los sinsabores, y sobre todo los milagros ocultos y revelados, para empezar el año con esa humildad y sencillez necesarias para que Él continúe favoreciéndonos y otorgándonos más y más medios para acercarnos a su voluntad y presencia.
¡Shabat Shalom y Shaná Tová!
Yair Ben Yehuda