El pueblo judío está en vísperas de celebrar la fiesta de Purim, que conmemora que hace aproximadamente 2500 años, siglo V a.e.c., Judea era dominada por el rey persa (actual Irán) Asuero, quien tenía una especie de primer ministro llamado Amán.
El rey Asuero había elegido entre las doncellas de su reino como esposa a la más hermosa, de nombre Esther, sin saber que era de fe judía. El primo de Esther, de nombre Mardoqueo, quien a su vez la adoptó cuando los padres de Esther fallecieron, tuvo un encuentro en las calles de la ciudad con Amán, quien obligaba a todos los ciudadanos del reino a inclinarse en su presencia, cuestión que Mardoqueo no realizó, causando la furia de este vil funcionario lo que propició, inventando historias conspirativas de los judíos (para variar), convenció al rey de asesinar a todos los judíos por decreto real.
Esta dramática situación provocó que la reina Esther, asesorada por su padre adoptivo Mardoqueo, hablara con el rey, confesándose judía y poniendo al descubierto la confabulación y mentiras de Amán. El rey revocó el decreto, autorizó al pueblo judío a defenderse (¿les suena a la legítima defensa que ejerce Israel después del 7 de octubre?), y ordenó colgar a Amán y a toda su familia.
Bueno, pareciera que la historia es cíclica y se repite. Hoy en día estamos viviendo un capítulo de otro Amán, que ahora se llama Hamás pero que en el fondo es lo mismo: son los mismos personajes, repetidos una y otra vez en la historia, que tienen la obsesión de aniquilar en la antigüedad al pueblo judío y hoy al único Estado judío entre las naciones (“From the river to the sea…”).
En el Libro de Esther hay varias oraciones que vale la pena rescatar, porque de ahí se deriva la fe inquebrantable del judío de vivir en paz, de “no saber de mal”, o cuando expresa “hasta que olvidemos la diferencia entre Mardoqueo y Amán”, es decir, el esfuerzo sincero, abierto y comprometido por la coexistencia del judío con su vecino, o del Estado de Israel con los vecinos países árabes de la región.
Lamentablemente, la historia está llena de Amán(es), que dirigen todas sus energías, inteligencia y recursos a la destrucción, el dolor y la muerte, no solo de judíos sino de su misma gente, que utilizan como estadística para demonizar y deslegitimar, por otras vías no bélicas —y quizá más productivas— al Estado de Israel y a los judíos en general, al “judío internacional” como los llamó en su libro el nefasto antisemita Henry Ford, quien abonó en forma exponencial el antisemitismo, y peor aún, la consolidación para la época (1920) de la ideología nacionalsocialista, que llevo a la humanidad a dos conflagraciones mundiales en las que murieron, entre ambas, unas 100 millones de personas y se produjo el hecho más aberrante y vergonzoso de la historia humana, como lo fue el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día estamos viviendo un capítulo de otro Amán, que ahora se llama Hamás pero que en el fondo es lo mismo: son los mismos personajes, repetidos una y otra vez en la historia, que tienen la obsesión de aniquilar en la antigüedad al pueblo judío y hoy al único Estado judío entre las naciones (“From the river to the sea…”).
En fin, somos testigos en vivo y directo de una guerra dolorosa, cruel, luctuosa pero necesaria, que está llevando a cabo Israel contra grupos extremistas, violentos, radicalizados en una fe según la cual todos debemos someternos a la misma —arrodillarnos como quería Amán—, entrando en la categoría de dhimmis (ciudadanos de segunda), o por el contrario seremos exterminados por infieles, así no más.
En definitiva, en esta oportunidad celebraremos Purim con un nudo en la garganta por los 134 secuestrados que todavía se encuentran en los túneles del horror en Gaza, pidiendo al ETERNO por la vuelta a sus hogares, con sus afectos, así como también bendeciremos la memoria de los civiles y militares, de los niños, de los bebés, de los abuelos, de los padres y de todas las personas que ofrendaron sus vidas, para que hoy nosotros podamos en libertad seguir dando la batalla por nuestros medios, de crear conciencia, de alentar, denunciar y formar ciudadanos para el bien, para la solidaridad, fraternidad, y como reza el Libro de Esther, “hasta que olvidemos las diferencias entre Mardoqueo y Amán”.
El Amo del Mundo, el Creador del Universo nos mira con atención. El mal nunca podrá triunfar, porque queridos amigos, si eso llegare a pasar, significaría el fin de la humanidad.