Conocía Gustavo Arnstein cuando él se desempeñaba como secretario del Consejo Nacional de la Cultura, Conac. Para entonces yo trabajaba en el Museo de Bellas Artes y siempre hubo una cercanía, creo que por ser ambos judíos. Desde su posición Gustavo siempre favoreció el acercamiento y la amistad entre la comunidad judía e Israel y las instituciones culturales del país.
Pocos años después, hacia el año 2000, él asumió la dirección deNuevo Mundo Israelita y yo pasé a ser miembro de su comisión editorial. Fue una época maravillosa para nuestro semanario comunitario. Nos encontrábamos todas las semanas junto con el grupo de la comisión para discutir pautas y líneas editoriales, generalmente tan controversiales que generaban acaloradas pero muy enriquecedoras discusiones. Gustavo era graduado en Química y en Periodismo. Más allá de su formación profesional, fue un humanista que defendía los temas de arte, literatura e historia al tiempo que las informaciones científicas.
Los aspectos administrativos del periódico no eran su mayor preocupación, a diferencia de su personal, al que defendía con especial pasión, y asimismo abogaba constantemente por sus incrementos salariales y beneficios laborales.
Poco tiempo después, Gustavo me recomendó con el rabino Pynchas Brener para trabajar en la Fundación Conciencia Activa, una institución cuyos objetivos apuntaban a la promoción de la ética y valores en la sociedad venezolana. Allí también compartíamos encuentros con gente muy valiosa de nuestro país, que a mí me valieron aprendizajes inolvidables; y siempre Gustavo aportando sus conocimientos, su inmensa cultura universal, su amor incondicional por Venezuela y su singular capacidad de mediador.
Nunca lo vi molesto. Solía ser él quien tenía una sabia palabra para cualquier momento de controversia o de crisis.
Su sentido de la amistad fue una de sus características más admirables. Gustavo fue un gran amigo de sus amigos, entre ellos Juan Nuño, el rabino Brener, Atanasio Alegre, Abraham Levy, José Balza, María Elena Ramos, Elisa Lerner, María Teresa Torres y Jacqueline Goldberg, por nombrar algunos.
Recuerdo que una vez estábamos en una reunión del Comité del NMI, que entonces se realizaban en la UIC de San Bernardino. Por alguna razón, una persona presente se molestó con Gustavo y con destemplanza le hizo ver su disgusto. Perpleja, me preocupé por la reacción que tendría Gustavo después de tal encontronazo. Pero no; él, con su picardía y veteranía en asuntos humanos, me dijo casi en secreto: “Es bueno, es interesante ver cómo reaccionan las personas cuando se ofuscan”.Y no le dio mayor importancia.
Entre amigos, entre compañeros —entendí en ese instante— hay cosas más importantes que un momento de desencuentro. El afecto suele tener más peso y significado.
Gustavo fue una gran persona. Para quienes estuvimos cerca de él en algún momento siempre tuvo una bella palabra,muchas veces de felicitación, otras de aliento y consuelo. Noble, honesto y generoso. Siempre lo recordaré con admiración y cariño.
«Gustavo Arnstein, la ruta de un hacedor», por Elisa Lerner
«Gustavo, más que todo, un amigo», por Paulina Gamus
«Unas palabras sobre Gustavo», por Adolfo Salgueiro
«Una mente brillante llamada Gustavo Arnstein», por David Bittan Obadía
«Gustavo Arnstein, viaje a la eternidad», por Atanasio Alegre
«Gustavo Arnstein Z’L, in memoriam», por Rabino Pynchas Brener
«Científico, humanista y judío: Gustavo Arnstein, 1942-2018», por Sami Rozenbaum