El pasado mes de enero, el biólogo Gustavo Benaim Attías fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencia e Innovación 2021 en la mención Amplia Trayectoria, por su investigación de nuevas terapias contra el mal de Chagas y la leishmaniasis. En la presente entrevista describe la situación actual de estas enfermedades en nuestro país, y los valiosos trabajos en que ha estado involucrado
Sami Rozenbaum
Durante su larga carrera como investigador, ¿se ha concentrado en las enfermedades tropicales? En ese caso, ¿por qué motivo?
Siempre he trabajado con enfermedades tropicales. Cuando comencé a trabajar en investigación en el Instituto de Biología Experimental de la Facultad de Ciencias de la UCV, durante mi tesis de grado, escogí el área de Biología Celular, utilizando como modelo al Trypanosoma cruzi, parásito causal del mal de Chagas. La verdad es que me daba igual cualquier organismo, pero era preferible trabajar en algo con posible aplicación, en caso de que encontráramos algo interesante, alguna propiedad que lo diferenciara de las células humanas y que pudiera ser potencialmente explotada desde el punto de vista terapéutico.
Al final resultó muy interesante, porque estudiando la biología de células de mamífero y de parásitos, empezaron a surgir diferencias. Aún estamos en esa etapa de la investigación que nunca culmina, pero ya hemos detectado diferencias fundamentales que permiten pensar en estrategias terapéuticas racionales.
En nuestro laboratorio trabajamos en paralelo con el Trypanosoma cruzi y con diferentes especies de Leishmania que producen la leishmaniasis, otra enfermedad del Tercer Mundo. El mal de Chagas es lo que se denomina una enfermedad “silente”; es decir que uno puede estar infectado por años sin darse cuenta. Luego, a los diez o veinte años el paciente sufre repentinamente un infarto, debido al corazón infectado y lesionado por el parásito, y ni siquiera se produce posteriormente un diagnóstico que permita saber que ese infarto fue ocasionado por la infección parasitaria.
Le leishmaniasis es más evidente, ya que produce una lesión muy visible, bien sea en la piel o en la mucosa, por ejemplo, nasal. La leishmaniasis visceral es la peor de todas, aunque no haya lesión en la piel sino en tejidos internos, y es mortal si no se trata.
¿Siguen siendo el Mal de Chagas y la leishmaniasis enfermedades endémicas en nuestro país? ¿Cuál es su prevalencia?
Definitivamente sí, en ambos casos. El mal de Chagas es una enfermedad endémica de América Latina, que afecta a entre 16 y 18 millones de personas. Respecto a Venezuela, aunque los datos epidemiológicos están retrasados, en un estudio realizado en 17 estados del país entre 2003 y 2018 se reportaron porcentajes de prevalencia de alrededor de 10,7 %, fundamentalmente en zonas rurales, detectando infección por Trypanosoma cruzi en individuos de todas las edades y sugiriendo transmisión activa entre niños menores de 10 años (15,4 % de la población estudiada).
Por otra parte, la leishmaniasis es reconocida por la Organización Mundial de la Salud como una de las enfermedades tropicales más importantes, que se encuentra difundida en más de 88 países de cuatro continentes, con 350 millones de personas en riesgo, 12 millones de casos reportados (con un índice aproximado de 2 millones de nuevos casos anuales), así como 57.000 muertes reportadas al año.
En Venezuela la leishmaniasis es endémica y está difundida en todos los estados del país. De nuevo, aunque los datos no están actualizados, desde 1955 hasta 2002 el Ministerio de Salud registró cerca de 50.000 casos de leishmaniasis cutánea y más de 2000 de leishmaniasis visceral.
El doctor Benaim junto a su equipo de trabajo
¿Qué investigaciones lleva a cabo en estos momentos?
En nuestro laboratorio hemos venido trabajando en los últimos años en la búsqueda de nuevas drogas con potencial terapéutico contra el mal de Chagas y la leishmaniasis. Nos hemos enfocado como estrategia en lo que se denomina reposicionamiento o reutilización (repurposing en inglés) de drogas, lo cual no es más que intentar redescubrir viejas drogas contras distintas enfermedades, que tengan efecto sobre estos parásitos. Esto tiene la ventaja de permitir avanzar más rápidamente, ya que se evitarían todos los estudios clínicos previos en humanos. Tomando en cuenta la poca inversión por parte de la industria farmacéutica contra estas enfermedades desatendidas (por razones estrictamente económicas), suena racional intentar utilizar drogas, por ejemplo, contra hongos patógenos, cuya inversión en desarrollo ha sido mucho mayor ya que representan un mercado excelente en Europa y Estados Unidos. Este es el caso de los azoles como Ketoconazol e Itraconazol, que afectan similarmente a diferentes hongos y a los parásitos Trypanosoma cruzi y varias especies de Leishmania.
Algunas de estas drogas ya han perdido la patente, por lo que son muy económicas. Es el caso de la amiodarona, un antiarrítmico de amplio uso, del que logramos demostrar que tiene un efecto muy potente tanto sobre Trypanosoma cruzi como varias especies de Leishmania, siendo aun más potente cuando se utiliza en combinación con los azoles antes mencionados.
En un estudio recientemente publicado, realizado en Texas y Luisiana sobre 121 perros, se pudo demostrar que la combinación de amiodarona con itraconazol fue altamente eficaz, produciendo la cura parasitológica de la gran mayoría de los casos tratados. Pensamos seriamente que estos trabajos abren el camino para estudios clínicos.
¿Cuál es su perspectiva sobre el Covid-19 en nuestro país?
Aunque no es mi campo de investigación, estamos bien informados al respecto. La realidad es que, a pesar de que recientemente ha habido un relajamiento general incluso internacional, la perspectiva guarda un pronóstico muy reservado. No estamos para nada al final de esta pandemia. Lo que ocurre es que ya hay un cansancio generalizado, por una parte, y una necesidad imperiosa de volver al trabajo productivo. Este hecho, aunado a que la variante más infecciosa, la ómicron, es a la vez menos letal (aunque para nada inocua), y a la altísima eficiencia de todas las vacunas aprobadas, ha conllevado que le vayamos perdiendo miedo al Covid-19. Cada vez hay más gente vacunada, y un mayor número de infectados que han adquirido inmunidad por vía natural. Esperemos que no surja una nueva cepa que nos ponga de nuevo en aprietos. El gran consejo es que hay que continuar vacunándose, con el fin de reforzar las defensas.
La emigración de numerosos investigadores ha debilitado la ciencia en Venezuela. ¿Considera que podrá recuperarse en el corto o mediano plazo?
La verdad es que va a ser muy difícil la recuperación, incluso a mediano plazo. Cuando se cierra un laboratorio que tiene años o décadas funcionando, su recuperación o reapertura es un proceso muy largo, y a veces imposible. Se han perdido generaciones enteras de investigadores, y ni siquiera hay una generación de relevo. La formación de recursos humanos en ciencias es muy larga, costosa y difícil. Solo imagínate cuántos años de estudio hay involucrados para que una persona alcance un doctorado (o PhD). Son más de 25 años de estudio desde la infancia.
Y el doctorado es solo el comienzo de la carrera de investigación, no la culminación. Imagina esto en todas las áreas del conocimiento, más con recursos muy limitados, y sobre todo con la falta de claridad de los entes gobernantes a este respecto y su paupérrima jerarquización de la investigación científica. Pronóstico reservado…
Gustavo Benaim Attías (Caracas, 1950) obtuvo su licenciatura en Biología en la Universidad Central de Venezuela en 1979, y el doctorado en Ciencias, mención Biología Celular, en la misma casa de estudios en 1989. Es profesor titular (jubilado activo) del Instituto de Biología Experimental de la UCV, y desde 2002 profesor titular del Centro de Biología y Medicina Molecular del Instituto de Estudios Avanzados. Es autor de más de 40 artículos científicos de gran impacto, y varios capítulos de libros. Ha participado en numerosos congresos nacionales y conferencias internacionales. Investigador visitante en prestigiosos centros de investigación y universidades de Suiza, Estados Unidos, Brasil, Francia y España.
Entre los otros reconocimientos que ha recibido se cuentan el Rockefeller Foundation Award (1991); Premio Bienal a la Labor de Investigación de la Asociación de Profesores de la UCV (1992, 1996 y 2002); Premio Augusto Pi Suñer (2000); Orden José María Vargas en su primera clase (2002); y Premio Lorenzo Mendoza Fleury en Educación de la Fundación Polar (2007). Desde 2005 es miembro de la Academia de Ciencias de América Latina.