Gustavo fue mi amigo durante décadas. Admiré a su difunto padre, el doctor Stefan Arnstein Z’L, de vasta cultura general con especialización en matemáticas. Lo admiré sobre todo por su integridad personal. Fue un gran activista en la B’nai B’rit y en la comunidad en general. De tal manera que Gustavo tuvo un extraordinario ejemplo a seguir, y así fue.
Gustavo era profesor de química en la Universidad Central de Venezuela y se distinguió por ello, pero muchos lo recuerdan como director de Cultura de la UCV, quien organizó numerosos eventos de gran vuelo intelectual en esa, la universidad madre de todas las universidades de Venezuela. Porque aunque Gustavo era un científico con altas credenciales en el mundo de los átomos, reactivos, reducción y reacciones de precipitación, términos y conceptos de la Química que estudiaba y enseñaba, el corazón de Gustavo latía primero con otros seres humanos, con la Literatura y la escritura, con el pensamiento y la reflexión. La atención de Gustavo nunca quedó paralizada en el mundo de la tabla periódica de Mendeléyev de los elementos básicos de la naturaleza; su visión era universal, y sobre todo humana. También tenía impresa en su corazón otra tabla, la de la Ley que Moisés trajo del Sinaí.
Fue un venezolano orgulloso, amante de la patria, conocedor de los actores de ese mundo político y sobre todo del ámbito de las letras. Fue secretario general del Conac, puesto que ejerció con dignidad, y al mismo tiempo produjo un flujo de actividades para beneficio de la sociedad.
Al verlo, se podía inmediatamente concluir cuáles eran las prioridades para Gustavo. No eran el vestir elegante, porque había una lucha constante entre su cuerpo y la corbata, que a veces tenía que portar, y el saco que se rebelaba y no quería permanecer en el lugar asignado. Tuvo sobrepeso durante muchos años, y sin embargo era ligero con los pies. Tenía una personalidad y sonrisa encantadora. A Gustavo le gustaba la gente. Era un gran y leal amigo.
El finado Juan Nuño, Atanasio Alegre y Gustavo eran un trío, una especie de tres mosqueteros de la cultura. Su pluma utilizó muchísima tinta, porque abundó con muchos y bien pensados y leídos ensayos en El Nacional y el resto de la prensa venezolana.
El desorden que aparentaba su ropa escondía la precisión y ordenamiento de su mente, donde amparaba una memoria prodigiosa. Guardó celosamente todos los ensayos que publicó y podía hacer referencia inmediata a ellos, porque uno recuerda lo que le interesa. Y a Gustavo le interesaban la gente y el pensamiento, la actividad intelectual. Sus dos grandes órganos fisiológicos fueron el corazón y la mente, y el uno apoyaba al otro en perfecta sintonía.
Unos años atrás, Gustavo asumió las riendas de Nuevo Mundo Israelita y, bajo su dirección, convirtió al semanario de una pequeña comunidad judía en un órgano respetado por la sociedad venezolana. Lo que había sido un instrumento informativo de los quehaceres cotidianos de la comunidad judía se convirtió en un papel de opinión a través del “Bat Kol”, editorial que escribía semanalmente y en el que no solo la comunidad judía era el blanco de su interés sino el quehacer de toda la nación, e incluso del acontecer internacional cuando lo consideró necesario.
Juntos dimos a luz a Conciencia Activa, fundación que dejó huella en Venezuela y en América Latina especialmente gracias a Conciencia Activa 21, publicación intelectual y social que dirigió Atanasio Alegre y que tenía como contribuyente y miembro del directorio a Gustavo. Esta publicación desbordó los límites de la nación, porque fue leída en muchos países donde la recuerdan con cariño y admiración hasta el día de hoy.
Creo que la primera boda que oficié en Venezuela en 1967 fue la de Zaida y Gustavo. Zaida siempre fue un punto de apoyo que continuó incentivando, cuidando y estimulando a Gustavo hasta los últimos días. La ceremonia se realizó en la sinagoga de la Unión Israelita en los días anteriores a que el genio artístico de Harry Abend la convirtiera en un recinto sagrado admirado también por el significado y belleza del extraordinario y original arte escultural que la adornan.
Roberto, su hermano, tiene credenciales importantes propias, y su hermana Elena, junto con Gustavo, conformaron un grupo familiar sano y cercano, de sostén y apoyo mutuo. Su hija Daniela era muy especial para Gustavo, porque también lo convirtió en abuelo.
Se fue mi gran amigo Gustavo, solo en su manifestación física, que en los últimos años se había convertido en sombra de lo que había sido; pero su vuelo intelectual, su preocupación por otros seres humanos, su afecto y amor por Venezuela y especialmente por su noble gente, su lealtad a Israel y al pueblo judío perduran y lo sobreviven. Fue un honor poder contarme entre sus amigos.
Nishmató tserurá bitsror hajayim, su alma de pureza prístina está ahora ligada por siempre a las alturas celestiales, y el ejemplo de su vida es inspiración para nuevas generaciones que deben aportar a la reconstrucción moral e intelectual de nuestra golpeada sociedad. Zijró baruj, su memoria es una bendición.
«Gustavo Arnstein, la ruta de un hacedor», por Elisa Lerner
«Gustavo, más que todo, un amigo», por Paulina Gamus
«Unas palabras sobre Gustavo», por Adolfo Salgueiro
«Gustavo, el amigo», por Priscilla Abecasis
«Una mente brillante llamada Gustavo Arnstein», por David Bittan Obadía
«Gustavo Arnstein, viaje a la eternidad», por Atanasio Alegre
«Gustavo Arnstein Z’L, in memoriam», por Rabino Pynchas Brener
«Científico, humanista y judío: Gustavo Arnstein, 1942-2018», por Sami Rozenbaum