Esa gran lección talmúdica, por momentos irreverente que fue el Idische Zeitung (periódico idish) ha sido, quizá, la gran escuela para que siga habiendo destacados escritores de periódicos de origen judío. Gustavo Arnstein, quien acaba de dejarnos, pertenece a una generación que ya no lee el Idische Zeitung. Pero, a ratos una sangre antigua se ilumina como una imprenta de sabidurías. No en vano dice Jorge Luis Borges, en el epílogo de uno de esos libros de relatos fantásticos, que como autor le debe también “a escritores que no ha leído”. No extrañe que en Gustavo pudo seguir palpitando esa vieja estirpe de periodistas de Idische Zeitung.
De Gustavo, hombre tocado por muchos dones, regalado por muchas felicidades, lloramos una partida acaso demasiado anticipada. Desde muy joven destacó como cronista de gracia. ¿Quién no recuerda con deleite aquella —cuándo aún no le conocíamos— “En torno a las manzanas de Maryland”? Poco después, junto al escritor de periódicos, a un columnista donde asomó siempre alguna perspicacia moral, se iniciaría a la par en él un gestor cultural de influjo primeramente en el ámbito universitario y luego en el nacional.
Gustavo fue lo que los españoles llaman un vitalista; su alacridad avasalladora, su entusiasmo para la acción dinamitaban los horarios. En ese muchacho rubio de cuerpo redondo (para admiración de todos), había un como atleta magro de carnes capaz de recorrer a velocidad vertiginosa grandes distancias. Antes de que llegaran las dolencias, un hombre de apariencia eternamente joven. El rostro simpático y amistoso era el de un muchacho. En Gustavo solo la mirada acuciosa podía delatar al observador que recoge suficientes detalles como para armar los personajes de una novela.
Además, a Gustavo le movió una curiosidad inmensa. Acaso por eso, hazaña de su juventud, fue estudiar en la Central al unísono la carrera de Química y la de Periodismo. Posteriormente, como todos saben, estuvo haciendo un posgrado de cuatro años en la Universidad de Maryland en especialidad relacionada con el afán por la ciencia.
Gustavo de niño, de adolescente, de joven soltero, vivió con su familia en una de las quintas de una clara calle de El Pinar (en la esquina estaba el cine), que conocí bien porque ahí vivió mi hermana Ruth recién casada. Gustavo haría el bachillerato en el encantador Liceo de Aplicación, donde muchos años antes había yo culminado el preuniversitario en Filosofía y Letras. En esa calle tan bonita quiero imaginar a Gustavo embelesado desde niño con la lectura de los periódicos. Siendo de índole reflexiva, en la lectura de las tiras cómicas, quizá una inicial meditación comenzó en él. El final de su infancia no fue menester imaginarlo. Más de una vez me hizo el obsequio de ese recuerdo. Siempre guardaría un precioso y agradecido recuerdo hacia mi padre, un hombre de fervorosas creencias, que ofició en su Bar Mitzvá en el Hotel Potomac. Aquí, los recuerdos me los presto yo misma y quiero pensar que hubo un festejo primoroso en el no menos primoroso comedor del Hotel Potomac al que tuve acceso cuando, de diecinueve años, siendo reportera de arte de una revista de cine, me tocó entrevistar a una cantante americana.
Isaac Chocrón decía que, además de una familia de sangre, se tiene derecho a tener otra elegida. Gustavo, en algún momento, decidió que fuera parte de su familia elegida. Eso para mí fue una suerte, una persistencia hacia muchos recuerdos felices de la infancia. Un espejo que se devuelve para darte su luz de familia. De ese modo tuve el privilegio de conocer a su esposa, la magnífica Zaida, y su hija Daniela. Gracias a Gustavo conocí a su madre, la señora Wanda Arnstein, de la cual guardo entrañable recuerdo. También me sería dable conocer a su hermana Elena Cohén y a su hermano Roberto. En el bello decoro de sus hogares, junto a Gustavo y su familia he pasado pascuas y años nuevos judíos.
Un hito importante en la trayectoria pública de Gustavo fue durante su gestión como secretario del Conac, cuando —hace veintitrés años— suscribió, junto a la ilustre catedrática y ensayista doña Carmen Ruiz Barrionuevo en la Universidad de Salamanca, España, la creación de la Cátedra Venezolana Ramos Sucre.
Otro hito no menos importante fueron los años que Gustavo Arnstein dedicara a la dirección del Nuevo Mundo Israelita. Ese tiempo ha sido uno de los más importantes dentro del periodismo venezolano. Nuestra comunidad era ya otra. No la que vino con una mano adelante y otra atrás y que con suerte, con mucho empeño, abrió tiendas, pensiones y algunas casas de comida. La de ahora, vigilante y orgullosamente fiel de su heredad y su legado, se había nutrido de las mejores ilusiones del país, y las mejores ilusiones de los hijos de los fundadores de la comunidad habían procurado, a la vez, nutrir, agradecidos, al país de acogida.
El padre de Gustavo fue universitario, un abogado graduado en Viena. Natural que Gustavo, con acentuado esmero, fuera uno de esos ilustrados hijos, intelectuales, universitarios, que participaron —muy activos— en lides de resultados benéficos y fecundos. Como faro, como meditación desde esa cumbre tan clara de su inteligencia, estuvieron siempre en NMI los editoriales a los que dio un nombre tomado del viejo diccionario bíblico. Gustavo, en esa columna, en el resto de sus crónicas, sigue la traza de Benno Weiser, ese brillante escritor judío de periódicos que colaborara asiduamente en el antiguo El Mundo Israelita, en los tiempos aurorales que antecedieron la creación del Estado de Israel.
En la nieta Wanda Gustavo tuvo un último regocijo. En Daniela, la hija, una ejemplar heredera en su pasión por los libros.
Con Gustavo Arnstein perdemos ese diamante que los días necesitan para que haya algún fervor en el corazón. El país pierde uno de los más generosos y sabios gestores culturales que ha tenido nuestra democracia. Nuestra comunidad, acaso, un héroe intelectual.
«Gustavo, más que todo, un amigo», por Paulina Gamus
«Unas palabras sobre Gustavo», por Adolfo Salgueiro
«Gustavo, el amigo», por Priscilla Abecasis
«Una mente brillante llamada Gustavo Arnstein», por David Bittan Obadía
«Gustavo Arnstein, viaje a la eternidad», por Atanasio Alegre
«Gustavo Arnstein Z’L, in memoriam», por Rabino Pynchas Brener
«Científico, humanista y judío: Gustavo Arnstein, 1942-2018», por Sami Rozenbaum