El mundo de nuestros días es muy exigente en muchos aspectos. En el plano de las conflagraciones bélicas, las guerras para llamarlas por su nombre, estas se han vuelto interminables. Para muestras, la guerra entre Rusia y Ucrania, la guerra entre Hamás e Israel. Más bien, entre siete frentes contra el Estado de Israel.
En el pasado, las guerras solían tener un final. Un bando resultaba vencedor y otro vencido. La rendición de este último suponía el cese de las hostilidades formales. Aunque perduraban las diferencias, las injusticias y la animadversión, existía un punto final al conflicto, se pasaba a una nueva etapa.
En el Medio Oriente, luego de la Guerra de los Seis Días en 1967, se utilizó contra Israel la llamada Guerra de Desgaste; un conflicto de relativa baja intensidad, en el cual los que más paciencia tenían contaban con cierta ventaja. Paciencia y recursos. Israel no está diseñando ni preparado para una guerra de desgaste, conflictos de mediana intensidad que suponen acciones permanentes, bajas sensibles y en definitiva eso: desgaste. La Guerra de Yom Kipur en 1973, cuya victoria se la atribuyen los israelíes y la celebran los egipcios por su lado, significó un hito importante. Abrió el camino al cese de hostilidades entre Egipto e Israel.
Gaza ha pagado un alto precio por haber sido convertida en un gran centro terrorista, pero para Hamás ese es un detalle sin importancia en su “guerra santa” por destruir el Estado judío
(Foto: Europa Press)
Pero en general, el criterio de vencedores y vencidos es determinante para cesar un conflicto. Quizá también el de un empate, una negociación permanente o larga que arroje como resultado un cese al fuego. Nada de esto se ve en el panorama de lo que ocurre en el Medio Oriente. Desde el 7 de octubre de 2023, luego de un certero golpe contra Israel, la violencia ha ido en crecimiento. A pesar de las acciones israelíes, la destrucción de Gaza, los daños al Líbano y todo lo que ha sucedido y sucede, no se rinde la parte más afectada militarmente.
Cuando una de las partes no es capaz de asumir una derrota porque en su concepción de vida el martirio es una forma de heroísmo, cuando no existe el concepto de rendición sino el de victoria o perecer en el intento, la guerra se hace interminable. Si a esto se le suma que las potencias del momento y los organismos internacionales no tienen mucha influencia real en las partes en conflicto, la situación tiende a ser desesperante. Y quienes sufren son las poblaciones de los países en guerra sin fin.
La triste situación del 7 de octubre de 2023 ha devenido en unos rehenes no liberados, asesinados algunos y vivos otros. Un país traumatizado. Gaza destruida y anarquizada. Líbano en llamas. Irán en un contrapunteo con Israel, que amenaza la precaria estabilidad de la región y del mundo. Estados Unidos tratando de mediar entre quienes se enfrentan sin hablarse, como una especie de árbitro en un cuadrilátero de boxeo, pero sin la anuencia verdadera de una o ambas partes. Como si se tratara de eso, de una pelea de boxeo, la administración Biden pretende imponer ciertas reglas que eviten mayores enfrentamientos. La raíz del problema no se ataca, menos a escasos días de una elección reñida en la cual seguramente el precio del combustible sea determinante en los resultados.
Las guerras sin fin obedecen en gran parte a una concepción de una de las partes de no aceptar la derrota, o asumir la derrota como una victoria también. El daño infligido al enemigo es un gran éxito, el martirio es una recompensa
Las guerras sin fin obedecen en gran parte a una concepción de una de las partes de no aceptar la derrota, o asumir la derrota como una victoria también. El daño infligido al enemigo es un gran éxito, el martirio es una recompensa. Pero también es consecuencia de un desorden mundial que no acierta a componer situaciones que estallan y no se aplacan.
Parece mentira que cuando dos niños pelean, al uno decir que se rinde termina la pelea. El ganador no puede seguir agrediendo al vencido, el vencido acepta la superioridad circunstancial del adversario. La infancia de muchos de nosotros trascurrió en esas escaramuzas que terminaban con una rendición a tiempo, respeto por el vencido y reconocimiento de la victoria. Algo tan común en los jardines de infancia de hoy y siempre no puede replicarse en el mundo de nuestros días, repleto de adelantos tecnológicos y comunicación en tiempo real.
Las guerras sin fin terminarán logrando el fin de la humanidad si no se les pone fin…