El Estado de Israel se prepara para la festividad de Pésaj. Una festividad que celebra la libertad como valor supremo, la libertad para poder dedicarse a actividades y causas justas, nobles. Todos los judíos del mundo se vuelcan a esta celebración que marca la consolidación de los israelitas, los descendientes de Abraham, como una nación y una nación independiente, con miras a ejercer la promesa divina acerca de la Tierra Prometida. La salida de Egipto, sacudirse la esclavitud, van de la mano con tener territorio propio.
En este territorio propio, en nuestros días, se cumple un segundo Pésaj en plena guerra con Hamás. Sin contar los otros frentes abiertos, silentes a veces, peligrosos siempre. Una guerra contra un enemigo que no conoce la acepción del término derrota, algo que no existe en su concepción de vida y muerte. Hamás logra la victoria si derrota a Israel, y Hamás logra la victoria si Israel no es capaz de deponerlo del gobierno y el control de Gaza, por más pérdidas que puedan ocurrir. Cuando la derrota es una victoria, no hay vencedor en la batalla.
Los intentos de resolver el tema de la guerra y los secuestrados han sido poco exitosos. Muchos rehenes están muertos; ahora quedan unos cincuenta, la mitad vivos y la mitad no. La estrategia algo dócil de la administración Biden no dio los resultados que se esperaban, las amenazas de Trump parecieron funcionar unos días, para quedar en un letargo que a veces parece despertar pero sin el impulso suficiente. Mientras tanto, la sociedad israelí debe seguir su rutina de vida y supervivencia. El desgaste es a todo nivel.
(Foto: redes sociales)
Israel acusa los embates de un conflicto muy largo. Si bien es cierto que el panorama general del Medio Oriente ha cambiado, y en forma ventajosa para Israel, se padece un tremendo cansancio dentro del país en todos los niveles. No obstante que Hezbolá ya no sea la poderosa amenaza de hace unos meses, que Irán esté cuando menos en negociaciones con los Estados Unidos y que Hamas esté debilitado, Israel luce muy cansado.
Las instituciones fundamentales están en pugna, el Ejecutivo enfrentando al poder judicial y con el Legislativo, sus miembros en batalla campal diaria dentro del Parlamento y en todos los medios de comunicación. A pesar de los logros evidentes frente a los enemigos, las inculpaciones no cesan y crecen en sonoridad y gravedad. La sociedad israelí no perdona la falla de seguridad que se evidenció el 7 de octubre de 2023, y hay que atribuirla indistintamente a errores operacionales del día y a la concepción imperante respecto al conflicto palestino-israelí.
Este ambiente de enfrentamiento y tensión constante erosiona la autoridad que deben tener quienes están a cargo del gobierno y son responsables por la marcha del Estado. Con un primer ministro en pleno juicio, una guerra en desarrollo y la reforma judicial en el camino, el vapuleado israelí no puede menos que sentirse agobiado, más aún cuando se tiene la percepción de que esto no acaba.
Resulta interesante y preocupante a la vez que un país amenazado y con enemigos externos dispuestos a todo, se prodigue en actitudes democráticas y de libertades ciudadanas casi extremas. Los canales de radio y televisión, los políticos y opinadores, incluso militares en situación activa y de retiro, expresan sus ideas y dan informaciones que han de ser del gusto y placer de Hamás y de cuanto enemigo tenga acceso a las noticias del país. En plena guerra, se hacen encuestas acerca de cómo quedaría una eventual coalición en caso de haber elecciones ya, se pregunta acerca de tal o cual acción en cuanto a si se apoya o no. No cabe duda de que este exceso de información y participación debe contribuir al desgaste de unos israelíes sometidos a la guerra, la inflación, la presión mediática y la condena internacional. El concepto de seguridad nacional y emergencia parece haber sido eliminado, estar fuera de contexto.
Israel acusa los embates de un conflicto muy largo. Si bien es cierto que el panorama general del Medio Oriente ha cambiado, y en forma ventajosa para Israel, se padece un tremendo cansancio dentro del país en todos los niveles
Viendo las cosas en positivo, Israel ha desenmascarado a sus enemigos, y también ha reducido a algunos. Se ha configurado un nuevo Medio Oriente, no en la concepción idealista de Shimón Peres, más bien en aquella pesimista de quienes desconfiaron de los Acuerdos de Oslo. Por unos años, Israel pareciera más seguro y también con menos expectativas. Pero de nuevo, el desgaste es muy acentuado.
Un país que necesita terminar las guerras en poco tiempo y de manera aplastante, se encuentra en el conflicto más largo desde su fundación y con el aparato de gobierno e institucional más golpeado de la historia. La bonanza económica, las buenas perspectivas de desarrollo, no logran compensar la desazón por los momentos que se viven y se han prolongado demasiado. Parece evidente que, en esta guerra, el arma fundamental es la paciencia.
Guerra y paciencia. Algo que los israelíes tienen y necesitan siempre.