Boguslawa Bogusz
Estimada Jacqueline Goldberg:
Quiero agradecerte profundamente la inspiración que tuviste al lograr hacer de una prosa tan trágica una poesía. El sentido de tu impulso es muy original, trágicamente original. Es increíble y, aunque no parezca, muy acertada. Sin embargo, la vida se sobrepone, y después de momentos difíciles, trágicos, imposibles de aguantar, sobrevivimos. La vida se vuelve una poesía, porque la vida es una poesía.
Además, Jacqueline, tú no lo sabes, pero fuiste tan asertiva en esto también: le permitiste bautizar tu libro con la bendita arena del Mar Muerto de Israel a mi madre, Zdzislawa Bogusz, mujer que es uno de los últimos testimonios de aquel atroz momento de la historia de la humanidad. Ella es una de tantas mujeres que demostraron fuerza y valor para volver a acariciar la vida y permanecer en ella. Yo la acompañé fielmente, ella me cargaba en sus brazos; aunque era muy pequeña, le inyectaba fortaleza para seguir adelante. Y las dos logramos estar aquí, amando de nuevo la poesía de la vida.
Lo logramos después de abandonar aquel país, Polonia, cuyos cielos recordaban el humo más denso de los crematorios, “casas” de muerte de los alemanes, donde se distraían de su intensa labor de verdugos y asesinos disfrutando de Wagner, Beethoven, Mozart. Ellos trataban de no interrumpir sus vidas.
Logramos abandonar aquello, que siempre quedó oliendo a la muerte. Y logramos encontrarnos en el mejor país del mundo, Venezuela. Aquí pudimos restaurar nuestros cuerpos, nuestras almas, y sobre todo nuestra dignidad. Y también realizar nuestros sueños.
Y aquí estamos, tratando de salvar ahora lo que nos ha dado tanto: Venezuela.
Gracias de nuevo, Jacqueline.