Alex Joffe*
La guerra entre Israel y Hamás ha sacado a la luz una crisis entre los demócratas “progresistas” y el partido encabezado por el presidente Biden
La conflagración actual entre Israel y Hamás tiene muchas características nuevas y antiguas. Entre las más novedosas está la abierta oposición de los “progresistas” dentro del Partido Demócrata. Otro es la racialización total del conflicto a lo largo de líneas puramente estadounidenses: los israelíes son los “opresores blancos”, mientras que los palestinos son las víctimas “morenas y negras”.
Estos atributos han ido surgiendo en los últimos años, en particular entre el movimiento BDS, que comenzó a hacer insistentes comparaciones después de los disturbios de Ferguson en 2014, y se han convertido en una característica de la retórica de Nation of Islam y Black Lives Matter. Pero ahora esto se ha articulado completamente como un problema cultural y político, en gran parte debido a la crisis de nervios estadounidense por la “raza” y la ineptitud sin precedentes, de hecho calamitosa, de la aún nueva administración Biden.
El envejecido liderazgo de los demócratas, representado por el propio presidente Biden y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, han expresado las tradicionales preocupaciones sobre la seguridad de Israel y la comprensión de lo que podría llamarse causalidad y proporción: Hamás atacó a civiles israelíes y el Estado judío está utilizando los medios proporcionales necesarios para eliminar la amenaza, pero no tanto como para causar un número excesivo de víctimas civiles. Unos pocos jóvenes funcionarios electos, como el representante Ritchie Torres, se han enfrentado a la ola “progresista” junto con los demócratas judíos. Los republicanos, por otro lado, son casi uniformes al expresar a viva voz su compromiso con Israel.
Pero el ala “progresista” de los demócratas ha ocupado el escenario central. En una muestra reciente en la Cámara de Representantes, un miembro “progresista” tras otro se levantó para condenar a Israel y el apoyo del presidente Biden, y para establecer analogías exageradas e hiperbólicas entre Gaza y la escena estadounidense. La agitadora representante Alexandria Ocasio-Cortez atacó a Biden y defendió implícitamente a Hamás, diciendo: “El presidente declaró que Israel tiene derecho a la autodefensa. ¿Los palestinos tienen derecho a sobrevivir?»
El “Squad” que está sembrando actitudes antiisraelíes en el Congreso estadounidense: Ilhan Omar, Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib
(Foto: Wikimedia Commons)
La representante islamista Ilhan Omar fue más allá y calificó a Israel como un “gobierno de apartheid”, mientras que la representante Ayanna Pressley declaró: “Como mujer negra en Estados Unidos, no soy ajena a la brutalidad policial y la violencia sancionada por el Estado. Hemos sido criminalizados por la forma en que nos presentamos en el mundo… A los palestinos se les dice lo mismo que a los negros en Estados Unidos: no hay una forma aceptable de resistencia”. La representante Cori Bush dejó clara su afirmación en las redes sociales: “La lucha por las vidas de los negros y la lucha por la liberación palestina están interconectadas. Nos oponemos a que nuestro dinero se destine a financiar la policía militarizada, la ocupación y los sistemas de opresión violenta y traumática. Estamos en contra de la guerra. Somos anti-ocupación. Y estamos en contra del apartheid. Punto.»
La pregunta que queda pendiente es cómo entender el futuro del Partido Demócrata. Una mirada al Partido Laborista británico arroja alguna idea. Desde su toma del poder por la ahora derrocada facción Momentum dirigida por Jeremy Corbyn, el laborismo se ha trasformado completamente de un partido socialdemócrata tradicional de la clase trabajadora en un partido de extrema izquierda, que representa a los blancos de la clase media urbana descontentos y las minorías étnicas aún más enojadas: BAME («negro, asiático, minoría étnica”), es decir, principalmente musulmanes. Tampoco se avergüenza de su antipatía hacia el Partido Conservador, las estructuras sociales y económicas existentes en el país y la historia británica, que reducen al colonialismo y el imperialismo. Son aun más despectivos hacia Israel y los judíos, a los que consideran el epítome de los beneficiarios imperiales y los explotadores capitalistas tribales, prejuicios que se superponen al antisemitismo británico tradicional.
En este sentido, la inmigración musulmana masiva diseñada por los laboristas bajo Tony Blair en la década de 1990 trasformó fundamentalmente la sociedad británica. En el siglo XXI, Corbyn construyó su coalición para capitalizar la desigualdad económica y el resentimiento étnico, precisamente los temas que motivan hoy a los demócratas “progresistas”. Una de las características de esto, por diseño, fue utilizar a Israel como chivo expiatorio para motivar al electorado en todos los niveles, desde los clubes universitarios y los ayuntamientos que adoptan las mociones pro-BDS [Boicot, Desinversión y Sanciones], hasta los políticos nacionales que impugnan las lealtades de los judíos británicos. Famosamente reticentes, los judíos británicos finalmente se sintieron afectados y reclamaron a los laboristas, su tradicional hogar político, exigiendo investigaciones que descubrieran los comportamientos y actitudes del círculo íntimo de Corbyn. En respuesta, Corbyn y su camarilla acusaron a Israel de una conspiración para socavarlos. Y mientras tanto, la figura a veces cómica, pero a menudo astuta de Boris Johnson diseñó la salida de la Unión Europea, una respuesta torpe pero eficaz al coronavirus y el comienzo de la recuperación económica.
En un sentido más amplio, muchos han señalado una tendencia especialmente siniestra: la tribalización de los Estados Unidos a lo largo de líneas raciales y étnicas, en el contexto de una ideología minoritaria reinante que privilegia a quienes afirman ser víctimas
Muchos de estos fenómenos existen en Estados Unidos. Nueva York y Chicago han sido testigos de enormes manifestaciones de ira contra Israel y EEUU acerca de Gaza, precisamente por parte de la alianza de blancos de clase media de extrema izquierda (incluidos los judíos descontentos que actúan como piezas maestras) respaldados por musulmanes y, en menor medida, por afroamericanos. Esto debe considerarse como un paralelo a Black Lives Matter y las corrientes Antifa que han perturbado a las ciudades estadounidenses durante más de un año, una vez más con la bendición de los políticos “progresistas”.
Mientras tanto, Israel como problema ha penetrado profundamente en la política local. Los candidatos a alcalde de la ciudad de Nueva York han sido interrogados, criticados y amenazados por sus expresiones de apoyo al Estado judío. Y la camarilla anti-Israel en el Congreso continúa trabajando incansablemente para equiparar a los palestinos con las “comunidades de color marrón y negro” en Estados Unidos. Esta agitación racista y antisemita es, una vez más, tristemente familiar en el Reino Unido y en otros lugares, y no menos importante en la «calle árabe».
En un sentido más amplio, muchos han señalado una tendencia especialmente siniestra: la tribalización de los Estados Unidos a lo largo de líneas raciales y étnicas, en el contexto de una ideología minoritaria reinante que privilegia a quienes afirman ser víctimas. La naturaleza políglota de la sociedad estadounidense hace que clasificar estas características sea extremadamente diferente, excepto a lo largo de líneas «raciales» crudamente reduccionistas.
Los aspectos generacionales son algo más fáciles de entender. Una generación perdida de graduados universitarios con poca educación y pocas habilidades cuantitativas o analíticas discernibles, pero un sano sentido del derecho y grandes deudas, ha demostrado ser terreno fértil para las narrativas juveniles de victimización y socialismo. Unido a esto está el pánico moral, ahora apoyado por las corporaciones, sobre la raza, en el que la “equidad” en el sentido de resultados iguales está reemplazando rápidamente al mérito como base para la educación y otros logros.
Las percepciones fáciles se están convirtiendo así en narrativas sobre Israel y los palestinos: blancos contra negros, ganadores contra perdedores, poderosos contra indefensos. Este tipo de imperialismo cognitivo o categórico estadounidense es inmensamente destructivo, pero ha sido difundido ampliamente a través de las redes sociales, particularmente por «celebridades» como la modelo Bella Hadid, quien le comunicó a sus 42 millones de seguidores de Instagram que Israel es un grupo de «colonos que están colonizando Palestina”, literalmente usando una caricatura.
Las percepciones fáciles se están convirtiendo así en narrativas sobre Israel y los palestinos: blancos contra negros, ganadores contra perdedores, poderosos contra indefensos
Pero la dimensión étnica, a medida que crece la presencia musulmana en Estados Unidos, es un peligro particular. El creciente acoso verbal y físico contra los judíos en Nueva York, Miami y Los Ángeles por parte de jóvenes musulmanes es precisamente lo que se ha visto durante mucho tiempo en los contextos europeos. La sensación de impunidad y licencia proporcionada por líderes electos como Ocasio-Cortez y Tlaib también huele a los partidos islamistas en Europa. Queda por ver si esta radicalización se convertirá en más terrorismo o en pogromos a gran escala.
Pero las analogías europeas no son del todo desesperadas. Hasta ahora, las críticas oficiales a las operaciones de Israel contra Hamás por parte de los líderes europeos han sido levemente silenciadas. Si bien no son de derecha, enfrentados por la intensificación del terrorismo islámico, la violencia y el separatismo, así como por las persistentes crisis económicas exacerbadas por la pandemia, los líderes europeos y quizá las sociedades en general se han movido un poco hacia la derecha. Esto también se nota en el Reino Unido, donde el Partido Laborista, liderado por Keir Starmer, ha sido neutralizado por su propia ineptitud sobre los confinamientos y la recuperación económica, y el persistente problema del antisemitismo.
Si el Partido Demócrata se hará lo mismo a sí mismo estará claro solo después de las elecciones de mitad de período de 2022. Ciertamente, los problemas económicos (alto desempleo, inflación en rápido aumento, escasez de bienes, aumento de impuestos e inmensos déficits) ocuparán un lugar central. Es probable que se haga un ajuste de cuentas sobre estos problemas, pero estará ligado a asuntos culturales, a saber, la extralimitación con respecto al “racismo” que ha impugnado a una sociedad mayoritariamente daltónica. El antisemitismo e Israel, la inmigración ilegal, el separatismo étnico y mucho más, jugarán un papel. Las reacciones violentas que surgen contra la santa trinidad de “diversidad, equidad e inclusión” y “teoría crítica de la raza”, todas las cuales denigran a los judíos y difaman a Israel, están creciendo, pero aún son incipientes.
La dimensión étnica, a medida que crece la presencia musulmana en Estados Unidos, es un peligro particular. El creciente acoso verbal y físico contra los judíos en Nueva York, Miami y Los Ángeles por parte de jóvenes musulmanes es precisamente lo que se ha visto durante mucho tiempo en los contextos europeos
Mientras tanto, el peligro persiste, particularmente en ausencia de un liderazgo efectivo por parte de Biden y su misterioso círculo de asesores. El efecto más inmediato, hasta ahora más esclarecedor que decisivo, es una guerra civil abierta entre Biden y los “progresistas” a causa de Israel.
Mientras tanto, el daño que se está haciendo, más a la legitimidad de las instituciones gubernamentales de Estados Unidos, y ni hablar a la noción del «consenso bipartidista» sobre Israel, es enorme. Cómo se puede enmendar el primero es una cuestión primordial que cualquier candidato presidencial, demócrata o republicano, debería considerar ahora, mucho antes de las elecciones de 2024. Con el auge de la política étnica en Estados Unidos, cómo restablecer el segundo punto es una cuestión completamente distinta.
*Investigador Del Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos (BESA Center), Jerusalén.
Fuente: BESA Center.
Traducción NMI.