La muy extraña guerra de Israel con Hamás es por demás cruel. El ataque del 7 de octubre, con alto número de bajas israelíes, todas civiles, era la derrota anunciada para sus perpetradores en el campo de batalla, entendido este como el de armas y municiones. Y era la derrota mediática, anunciada para Israel tan pronto iniciara sus acciones con los objetivos de rescatar a los rehenes y deponer a Hamás. Ganaría Hamás perdiendo, perdería Israel ganando. Estaba escrito de antemano.
Cuando van cinco meses de guerra, es evidente que desde el punto de vista militar Hamás ha sido vencido. No eliminado, pero sí vencido. Gaza ha sido ocupada por el ejército de Israel en una guerra urbana sin precedentes. Desde una red de túneles impresionante, utilizando escudos humanos y el sufrimiento inevitable de los gazatíes residentes en un enclave sometido a la ley de Hamás, esta organización, ya derrotada, sigue imponiendo condiciones de negociación a Israel, condiciones a los secuestrados y condiciones infrahumanas a los habitantes utilizados para obligar que exista una ayuda humanitaria que oxigene a un ente sin escrúpulos, del que se sabe que es capaz de imponerse con base en una crueldad desmedida.
El mundo que se llama civilizado atribuye a Israel responsabilidades y culpas. Es más fácil emplazar a quienes son emplazables y tienen ética. Es imposible para Israel negociar con quien no quiere negociar, y visto que nadie puede negociar con Hamás ni apaciguarlo, queda Israel como único interlocutor a quien exigir, reclamar y culpar. Hamás ha ganado en capacidad y fuerza negociadora, aun perdiendo en el terreno de batalla físico, el mismo que no se puede llamar militar pues degrada el término.
Durante una protesta en Tel Aviv por los rehenes retenidos en Gaza, una manifestante sostiene una pancarta que exige “Digan sí a cualquier precio”
(Foto: Reuters)
En cualquier guerra, todos los bandos pierden; unos más y otros menos. Estos últimos, los que menos pierden, son los vencedores. En el caso de la guerra de Israel contra Hamás, los líderes del movimiento que controla Gaza y manipula a todos, se consideran los vencedores y actúan como tales. Gaza destruida y bajo ocupación, problemas con los suministros y la ayuda humanitaria, imposibilidad de administración pública y sufrimiento extremo de la población, no son parámetros para considerarse derrotados. Son vencedores por tener sometido a Israel a una larga e interminable guerra de desgaste. Cada soldado que cae en combate, y el dolor infligido a su familia y a la solidaria sociedad israelí, es una gran victoria. Cada reclamo de las familias de los secuestrados, cada manifestación y cada lágrima derramada son motivo de celebración: el enemigo sufre. Las tremendas discusiones y enfrentamientos entre quienes forman el Ejecutivo y el Parlamento, los duros intercambios entre personeros de gobierno y la oposición, son considerados por Hamás como signos evidentes de su victoria.
La operación militar israelí que se desarrolla en Gaza y se espera ampliar al sur de la Franja en breve, se considera un indicador de lo duro que ha sido el golpe dado por Hamás y de lo grande del daño causado. Las cuantiosas pérdidas en sus huestes y en la población utilizada como escudo, o los considerables daños colaterales, son asumidos como victoria. Mientras pierden, ganan. La fuerza de la respuesta israelí es directamente proporcional al daño ocasionado por Hamás.
El mundo que se llama civilizado atribuye a Israel responsabilidades y culpas. Es más fácil emplazar a quienes son emplazables y tienen ética. Es imposible para Israel negociar con quien no quiere negociar, y visto que nadie puede negociar con Hamás ni apaciguarlo, queda Israel como único interlocutor a quien exigir, reclamar y culpar
Hamás y todos, absolutamente todos, saben que el fin del conflicto es posible e inmediato: el perdedor se rinde, se libera a los rehenes y se establecen los términos y condiciones de un acuerdo de cese al fuego, paz y administración de la Franja de Gaza, en coordinación con partes y contrapartes de buena fe e intereses pacíficos. Pero Hamás no se rinde, no se entrega. Tampoco se presiona al respecto a quienes lo apadrinan, protegen y financian. Manipula y negocia, cobra fuerza con cualquier malentendido entre Israel y Estados Unidos, con cualquier desacuerdo. Esta es una gran victoria, representa la legitimación del terror como instrumento de lucha. Desespera a Israel y a sus habitantes.
La guinda del pastel es la insistencia de algunos en planificar el “día después del conflicto” antes de que este termine. Y en este afán se habla de declarar unilateralmente un Estado palestino, presionando a Israel para que lo reconozca. De darse esta situación, Hamás y sus acólitos habrían conseguido, a través de una acción de terror y dolor, un inmerecido y peligroso premio. Perdiendo habrán ganado. Para Israel sería exactamente lo contrario: ganando perdería.
La legitimación del terror, la permisividad ante regímenes que atentan contra la paz, la dominación del mal, entre otras cosas, constituyen los elementos de un mundo que está al revés. En un mundo así, ganan quienes pierden y pierden quienes ganan. Un evento más para la nutrida historia de Israel.