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E l 8 de octubre se llevo a cabo, en la sede de la Fraternidad Hebrea B’nai B’rith, un conversatorio en homenaje a la reconocida académica Marianne Kohn Beker (Z’L), convocado por la Federación Sionista de Venezuela.
Isaac Bimblich dio la bienvenida al nutrido público en nombre de la B’nai B’rith, y recordó que el Premio de Derechos Humanos, máximo galardón que otorga esa institución, correspondió en 2009 a Espacio Anna Frank, del cual Kohn Beker fue fundadora.
Abraham Levy Benshimol, moderador del evento, destacó que la idea de llevar a cabo el conversatorio tuvo una acogida fraternal y entusiasta por parte de las instituciones comunitarias.
Entre una y otra ponencia se proyectaron fragmentos de una video-entrevista realizada en el año 2000, editada por Nelson Hariton, en el que Marianne Kohn Beker se refería a sus recuerdos vitales, a la importancia que le daba a la familia, y a sus principales preocupaciones intelectuales.
A continuación se resumen las participaciones de los invitados.
Ilana Beker, arquitecta e hija de Marianne: la cultura es lo que nos impulsa
No quiero llamar a esto “homenaje”, porque a mi mamá poco, por no decir nada, le gustaban… Nunca permitió que en un discurso, por ejemplo los de In Memoriam —para lo que trabajaba año tras año sin cesar, y que han sido pronunciados por embajadores o personalidades venezolanas— fuera mencionado su nombre. En fin, consideraba que su trabajo era su deber como ser humano, continuar y emprender las obras que ayuden a mejorar el futuro, ya sea de un individuo, de la familia, de la comunidad o del mundo entero.
Quiero leerles una respuesta de Marianne a una pregunta “fortuita” formulada por Rebeca Lustgarten, cuando iniciaron su trabajo conjunto en el Comité de Cultura de la UIC. Rebeca pregunta: “¿Cómo definirías ‘cultura’?”. Cito a Marianne: “Cultura es lo que queda después que creemos que todo lo que aprendimos lo hemos olvidado. En este orden de ideas, cultura es un sedimento de todo lo vivido, tanto sensorial como emotiva e intelectualmente”.
En fin, cultura es la visión singular del mundo y de la vida que comparte un pueblo; cómo ese mundo es y cómo debería ser, cómo la vida es y cómo debería ser. Es el motor que nos mueve hacia un destino, que no nos permite permanecer pasivos, que nos impulsa a continuar en la “pelea” a pesar de los pesares, porque nos asegura que lo que logramos es valioso y nos atenaza a seguir adelante, no solo porque creemos que tenemos mucho que perder, sino porque nos hace considerar que vale la pena seguir adelante para alcanzar, más allá de los derechos elementales por los que todos luchamos o deberíamos luchar, superarnos cada vez más aprovechando los dones que tenemos de inteligencia y creatividad.
Emmanuel Abramovits, director de Cultura de la UIC: siempre mirando al futuro
En la reciente biografía que se publicó sobre su hermana Dita, Marianne escribió el Epílogo, y en él nos habla de la gran suerte que tuvieron ellas de crecer en un país donde se respiraba tanta libertad y un ambiente donde no se conocía el antisemitismo. Al respecto yo quisiera devolverle la pelota y expresar que fue mucha suerte la que tuvo Venezuela, y en especial la comunidad, de contar con alguien como Marianne, que tanto le aportó a ambas.
Recuerdo que en un homenaje a Dita, realizado en Hebraica hace unos años, cuando le tocó hablar a ella no quiso hacerlo de su pasado, sino de los proyectos futuros. Así fueron siempre las hermanas, y de hecho, hoy mismo se dio la clausura de un gran evento que hasta hace poco era solo un proyecto. En el epílogo de la mencionada biografía, Marianne también expresa la tristeza de ver que su hermano y sus nietos llevan ahora el título de extranjeros en los sitios donde viven, cuando su generación y la de sus padres pensaban que Venezuela era el destino “para siempre”.
Ruth Capriles, politóloga: Marianne era armonía y tolerancia
Conocí a Marianne a finales de los años 1970 en el Instituto de Filosofía de la UCV. Ella estaba trabajando en esos días sobre el concepto de libertad en Hannah Arendt.
Eran días gloriosos para el pensamiento y la discusión intelectual en ese Instituto. Para mí, recién graduada y persiguiendo estudios de doctorado que me llevaron a la filosofía analítica, fue un privilegio haber participado de esa breve escapada de las oscuridades de Hegel, Marx, Cardozo y toda la compañía de marxistas y “dependentólogos” que nos inyectaban en amplias dosis en la UCV.
Marianne presentó su trabajo sobre Hannah en el seminario semanal que se realizaba en el Instituto. Cada quien presentaba su trabajo para ser criticado por los pares (y no pares en mi caso). La crítica era mortal, sin inquina pero sin compasión. Allí aprendí de la crítica constante de las ciencias, y sobre lo que la lógica implacable podría hacer por el comportamiento humano.
Con el trabajo de Marianne sucedió algo que solo ahora, cuando recuerdo, me percato. La batalla crítica de mentes brillantes, desplegada en los encuentros que realizábamos, se convirtió en una conversación armoniosa, de intercambios consensuales.
Pienso que dos factores generaron esa anomalía. La personalidad de Marianne que irradiaba, suscitaba armonía y tolerancia. Nadie podía estar en desacuerdo con Marianne, ni discordar de verdades dichas con tan leve toque que no podían suscitar antagonismo.
Néstor Garrido, periodista: la importancia de la memoria
Mi primer contacto laboral con Marianne Beker estuvo enmarcado en el proyecto de la Gerencia de Cultura de la Unión Israelita de Caracas, de preservación de la memoria oral de la comunidad judía de Venezuela, en el año 2000, con el que se habían recogido las decenas de testimonios de judíos y gentiles que habían sido testigos de esos comienzos. Después, me tocó mi primera reunión con Marianne, en su casa de San Rafael de La Florida, donde de lo primero que me habló fue de la importancia de la memoria y de que la película, que narraría la historia de los primeros asquenazíes que llegaron a Venezuela a principios del siglo XX, debía empezar con la frase: “No olvides quién eres ni de dónde vienes”. Imbuido en ese espíritu de recuperación del recuerdo, como parte fundamental del ser judío, comenzamos Marianne y yo la aventura de narrar y contar las peripecias de los clappers en tierras venezolanas, en una película que llamamos Valió la pena, que saldría simultáneamente con esa maravillosa obra de historia colectiva que se denominó Noticia de una diáspora, que ella apadrinó, y la conversión en libro de los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto en los tomos de Exilio a la vida.
Harry Almela, poeta: estar pendientes del “otro”
No me gustan las palabras “solidaridad” y “tolerancia”. Tolerar significa soportar, aguantar; se empleaba durante la Edad Media para referirse a tener que aguantar a alguien que ha cometido un delito. Es una palabra contaminada: “yo soy el baremo que mide lo que se puede soportar o no, el que mide a los demás”, al “otro”. Por eso me interesa la preocupación de Marianne por el “otro”, que viene de los trabajos de Emmanuel Lévinas.
Lévinas empleaba una imagen, la contraposición entre el mítico héroe griego Ulises y el patriarca hebreo Abraham. Luego de sus aventuras, Ulises siempre regresa a su vida, al “sí mismo”. En contraste, Abraham promete no regresar, y le pide a su familia y a sus siervos que lo acompañen en un camino que no tiene fin. Es la diferencia entre la mentalidad griega y la judía. El viaje de Abraham es mucho más prometedor, pero más problemático, porque tiene que ir al encuentro del “otro”. Siempre espera un mandato: “no matarás, no me mates”.
Marianne siempre apuntó al tiempo de lo por venir; tenía que ver con el infinito, con todo aquello que apunta hacia el “otro”. Nosotros debemos estar pendientes del “otro”, tal como Marianne lo hizo.
Al final de las ponencias, Esther “Dita” Cohén, hermana de Marianne, quiso expresar su agradecimiento a los presentes, y señaló: “Lo único que deseo es que ella siga presente. Hay que leer, seguir adelante, pensar que el futuro va a ser mejor. Eso es continuar con el trabajo de Marianne”.
Redacción NMI
Foto José Esparragoza