Escribo estas líneas un martes 13, que citando un mito popular dice “no te cases ni te embarques”, así que menos mal que mi preciosa hija Katherine se casó el sábado pasado; pues bien, esperamos el crucial encuentro entre Argentina y Croacia, bancando a todo a la Argentina de Messi, con la esperanza al igual de millones, incluso jugadores que lo han sufrido, que el mejor jugador de la historia pueda levantar al fin la Copa del Mundo.
El otro cruce será entre Francia y la increíble Marruecos, tierra donde nacieron mis padres y mis abuelos tanto maternos como paternos, en la ciudad de Tetuán en un sector que le decían “La Judería”, así que haremos fuerzas por Marruecos en una final que sería inédita, asombrosa, entre Argentina y Marruecos, dos países, dos continentes, dos lenguas por una misma pasión, el fútbol, el deporte más popular.
En unos artículos anteriores había escrito que ojalá el Mundial de fútbol fuera un oasis, donde todos sin excepción fueran a calmar su sed de odio, de violencia, de confrontación, que fuera el final de la absurda invasión a Ucrania, de la represión intolerable de los ayatolas en Irán, o de los atentados terroristas cotidianos en Israel; pero lamentablemente ninguno de dichos deseos se cumplió, la guerra iniciada por Rusia no solo se mantuvo sino que escaló hasta el invierno de ambos países, lo que pronostica que seguirá siendo larga y cruel.
Por otro lado, ayer lunes el régimen iraní colgó al segundo manifestante de las protestas multitudinarias que llevan semanas a lo largo y ancho de Teherán y otras ciudades, exigiendo libertades ciudadanas.
De igual forma, en Israel siguen a diario atentados contra civiles, policías o militares por parte de jóvenes terroristas palestinos, que con cuchillos, piedras o vehículos tratan de matar a cuantos israelíes se les crucen en el camino.
Es decir, el Mundial de fútbol no ha cambiado para nada la rutina de odio, la discriminación y la muerte, que siguen rampantes como si nada en su rutina mortal, sin acercarse al televisor a ver aunque sea un partido, a ver si en esas casi dos horas cesan los bombardeos, el terror y la muerte.
Vimos cómo en Catar, incluso en pleno Mundial, los periodistas israelíes eran agredidos verbalmente por cuantos hinchas árabes los abordaban, hasta con amenazas a la integridad física de estas personas que fueron a Catar a trabajar como corresponsales deportivos; parece que a pesar de los Acuerdos de Abraham, que a pesar de los acuerdos con el Líbano sobre aguas territoriales o de los acuerdos de décadas con los jordanos y los egipcios, la animadversión contra Israel y los israelíes no ha variado mucho, salvo excepciones que ven las relaciones con Israel como un elemento medular para una región convulsa, donde el aumento del terrorismo sopla con más fuerza alentado por países y movimientos que buscan afianzar su dominio sobre la base del derramamiento de sangre.
A pesar de todo este panorama, que la pandemia sigue dando vueltas por los aires de diferentes países, que la inflación y la situación económica ha golpeado con fuerza a la humanidad este 2022 y se estima que nos acompañará hasta finales del próximo año, sigo siendo optimista en cuanto a que, más temprano que tarde, volvamos a la senda del crecimiento de la paz, de la fraternidad.
Apuesto por un mundo mejor, por un trato más inteligente hacia la naturaleza, su flora, su fauna, y por supuesto hacia un mundo más fraterno, solidario y económicamente más equitativo, intercambiando las potencialidades entre los países para robustecer sus debilidades y que la salud, la educación y la vivienda no sean un sueño, sino una realidad para la inmensa mayoría de la gente.
Todos y cada uno de nosotros estamos obligados a poner un granito de arena para lograr dichos objetivos, que el 2023 sea un mejor y más fructífero año para todos, y en lo inmediato ver a Leo Messi levantar la Copa del Mundo; así será.