L a obra de esta importante pensadora venezolana contenida en crónicas, dramaturgia, ensayos, novela y cotidiana prosa oral, se sustenta en recuerdos que se tornan presente y futuro. Quizá esta recién publicada La señorita que amaba por teléfono (Fundavag Ediciones, Caracas, 2016) es su más directa, memoriosa y memorable autoficción en lo referido al cine que marca su vida y la de al menos dos generaciones.
Porque al fondo de su secuencia, revivida como ensueño personal, están auténticos y ficticios episodios de un país con trasfondo histórico dictatorial de casi cien años, donde la voz crítica era íntima, secreta, confesada desde leves frases, medias palabras o metáforas, en cautelosos y súbitos silencios, recuento infinito de logros y derrotas proyectados en la adicción a películas de moda, con sus odios y amores de celuloide. Una sociedad que resolvía su mudez pública en el confesionario casero de los antiguos teléfonos. Es el tema de casi toda su prosa onírica tan original.
Este libro fílmico debe leerse casi en penumbras, pues el foco luminoso emana de sus propias páginas, que son sucesivas pantallas de imagen verbal. Elisa Lerner se convierte así en guionista, productora y camarógrafa de una cinta literaria para restaurar en tenues blanco, negro y color sepia bastante gris, a la Caracas aldeana que a veces huyó, encarnada en Teresa de la Parra y en algún trágico actor capaz de lograr escenas en Hollywood. Y también al contrario, a la ciudad parroquiana luego petrolizada, que albergó sin reservas al sabio, artista o perseguido en su lar europeo, latinoamericano y cualquier lugar persecutorio, en urgencia por hallar cálido, amistoso refugio. Por paradoja, en sus casas coloniales, calles pueblerinas, habitantes pobres pero honrados y su élite de familias mantuanas, su radio elemental, dos salas de teatro, un Hotel Majestic de breve existencia, y en especial desde sus cines centrales y de barrio, en pleno primitivo gomecismo y luego en su fachada moderna perezjimenista, la capital fundó en su base una urbe paralela cosmopolita, capaz de absorber hasta la médula el sentido de otredad libre, un intercambio de exilios mentales que alivió la soledad opresiva ordenada por el entorno.
Todo esto y más allá de personajes y tramas autobiográficos o inventados, está el fino sarcasmo reflexivo que recorre todo el texto, como remedo de una larga cuita telefónica, conversa prohibida por los rifles y la hipócrita moralina social.
Este libro es para lectores detallistas, y testimonio para nuestros hijos y nietos, pues muestra cómo sin que importen los retos y problemas políticos que padezca Venezuela, su semilla de reserva cultural está viva, resistente y ejemplar.
*Escritora, novelista, periodista y educadora