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Leah Goldstein
"C recí en una familia bastante normal –mi madre y cinco hermanos–, pero en un ambiente xenofóbico. Mi hermano mayor pertenecía al movimiento neonazi, mi madre era xenófoba, mi abuelo era nazi en la década de 1940. Esa es la historia de mi familia”.
Esto recuerda Peter Sundin, uno de los participantes en un reciente seminario de Yad Vashem para educadores suecos. Sundin se unió a 25 profesores que acudieron al Monte de la Recordación en Jerusalén, sede del campus de Yad Vashem, para aprender más sobre la Shoá y adquirir herramientas efectivas que lo ayuden a educar a la juventud sueca sobre su relevancia en la actualidad.
Sundin se vinculó con los neonazis a la temprana edad de 14 años, pero renunció al movimiento tras participar en un ataque particularmente violento contra un joven inmigrante. En 2012 conoció a Christer Mattson, un líder que ha trabajado con ex neonazis durante los últimos 20 años y ahora encabeza el Proyecto Tolerancia de Suecia, que ayuda a educar a estudiantes y profesores sobre los peligros del odio y la xenofobia. Sundin le contó su historia a Mattson, y comenzó a trabajar con otros jóvenes involucrados con movimientos xenófobos. “He estado dos veces en Polonia, y ahora estoy aquí en Israel porque siento que la de Yad Vashem es la mejor educación sobre el Holocausto que puedo recibir”, dice.
Cada año, miles de educadores y dirigentes comunitarios de alrededor del mundo acuden con la misma disposición para participar en los seminarios de Yad Vashem. Asisten para aprovechar las oportunidades únicas de formación sobre la Shoá que ofrece esa institución, y emplear esas destrezas en sus países de origen.
Yad Vashem ha establecido acuerdos oficiales con decenas de países, que envían a sus profesores a Israel para tomar esos cursos. Como “participante indirecto” en la Segunda Guerra Mundial –en la que fue neutral–, en las décadas posteriores al conflicto la población sueca recibió escasa formación sobre el Holocausto. Durante la década de 1990, con el interés del país de incorporarse a la Unión Europea y el ascenso del movimiento nacionalsocialista local, el gobierno comprendió que debía hacerse algo más al respecto. Así, en 1998 el primer ministro Gören Persson impulsó una campaña denominada Foro de la Historia Viva, y comenzó a promover la educación sobre lo ocurrido durante la Shoá en su propio país y en el resto del mundo.
Sin embargo, no fue suficiente. Los neonazis convocaban cada vez más personas, sobre todo entre los jóvenes. La negación del Holocausto, así como otras ideas y actividades racistas y xenófobas, predominaban en su agenda. Tras el espantoso asesinato en 1995 de un inmigrante checo por cuatro neonazis, nació el Proyecto Tolerancia, que tiene el objetivo de identificar a los jóvenes captados por los movimientos fascistas, trabajar con ellos y eventualmente lograr recuperarlos.
Kimmie Ahlén, otro participante en el seminario que tiene un pasado neonazi, acudió a Yad Vashem debido a su complicada historia personal. En la escuela negaba el Holocausto, diciendo a sus maestros que él no creía en ello debido a que los judíos y la cultura judía eran el mayor enemigo del nacionalsocialismo. Inmerso en una cultura de abuso del alcohol y las drogas y dedicado a enfrentarse con violencia a los “comunistas” e inmigrantes, Ahlén ascendía rápidamente hacia el tope del movimiento neonazi.
Ahlén se incorporó al Proyecto Tolerancia tras visitar un cementerio judío en Karlstad, pueblo del sudoeste de Suecia donde 500 mujeres judías fueron a recuperarse después de la guerra. La primera vez que estuvo en el lugar, estaba convencido de que realmente no había judíos sepultados allí; pero bajo la guía de Mattson se abrieron sus horizontes, y se dio cuenta de que no solo quería incrementar sus conocimientos sobre el Holocausto, sino comprender por qué y cómo sucedió.
Ahlén quedó especialmente inspirado por el testimonio de un sobreviviente que escuchó en Yad Vashem. “Como trabajo con jóvenes, recibir información de primera mano es una forma de traer la historia a la vida y crear simpatía por las víctimas”, afirma.
Helena Hermansson, docente de Ciencias Sociales, está de acuerdo: “Los profesores suecos tienen la obligación de enseñar sobre el Holocausto y otros genocidios, pero necesitan aprender más sobre cómo enseñarlo. Los alumnos deberían ver la historia como un proceso en desarrollo, aprender del pasado y percibir a los individuos detrás de los hechos. De esta forma aprenderán que sus decisiones pueden hacer la diferencia”.
La profesora de Historia Ola Flennegard ha trabajado en educación sobre la Shoá desde 2001, y deseaba acudir a Yad Vashem para profundizar su comprensión, así como para aprender sobre los enfoques didácticos que emplea esta institución. “Sin un conocimiento profundo del Holocausto no podemos enfrentar a los neonazis. Un conocimiento superficial puede resultar catastrófico. La preservación de la memoria es tan evidente en Yad Vashem, y de un nivel tan alto... Necesitamos pasar de la enseñanza lineal a comprender qué sucedió antes y después, adquirir una mayor perspectiva. El Holocausto no se trata solo, ni siquiera principalmente, de los campos [de concentración y exterminio], sino sobre el vacío que debe descubrirse en Europa: seis millones de personas. Si sabemos dónde mirar podremos hallar trazas de lo que fue. Usted no puede ser educador y no querer enseñar acerca del Holocausto, no mostrar a sus alumnos la pérdida de valores humanos que causó en Europa. Tampoco es suficiente apreciar lo que se perdió: necesitamos entender que había personas detrás de esa pérdida, y que no nacieron diferentes a nosotros. Si usted desea entender qué significa ser humano, debe venir a Yad Vashem”.
Ahlén se incorporó al Proyecto Tolerancia tras visitar un cementerio judío en Karlstad, pueblo del sudoeste de Suecia donde 500 mujeres judías fueron a recuperarse después de la guerra. La primera vez que estuvo en el lugar, estaba convencido de que realmente no había judíos sepultados allí; pero bajo la guía de Mattson se abrieron sus horizontes, y se dio cuenta de que no solo quería incrementar sus conocimientos sobre el Holocausto, sino comprender por qué y cómo sucedió.
Ahlén quedó especialmente inspirado por el testimonio de un sobreviviente que escuchó en Yad Vashem. “Como trabajo con jóvenes, recibir información de primera mano es una forma de traer la historia a la vida y crear simpatía por las víctimas”, afirma.
Helena Hermansson, docente de Ciencias Sociales, está de acuerdo: “Los profesores suecos tienen la obligación de enseñar sobre el Holocausto y otros genocidios, pero necesitan aprender más sobre cómo enseñarlo. Los alumnos deberían ver la historia como un proceso en desarrollo, aprender del pasado y percibir a los individuos detrás de los hechos. De esta forma aprenderán que sus decisiones pueden hacer la diferencia”.
La profesora de Historia Ola Flennegard ha trabajado en educación sobre la Shoá desde 2001, y deseaba acudir a Yad Vashem para profundizar su comprensión, así como para aprender sobre los enfoques didácticos que emplea esta institución. “Sin un conocimiento profundo del Holocausto no podemos enfrentar a los neonazis. Un conocimiento superficial puede resultar catastrófico. La preservación de la memoria es tan evidente en Yad Vashem, y de un nivel tan alto... Necesitamos pasar de la enseñanza lineal a comprender qué sucedió antes y después, adquirir una mayor perspectiva. El Holocausto no se trata solo, ni siquiera principalmente, de los campos [de concentración y exterminio], sino sobre el vacío que debe descubrirse en Europa: seis millones de personas. Si sabemos dónde mirar podremos hallar trazas de lo que fue. Usted no puede ser educador y no querer enseñar acerca del Holocausto, no mostrar a sus alumnos la pérdida de valores humanos que causó en Europa. Tampoco es suficiente apreciar lo que se perdió: necesitamos entender que había personas detrás de esa pérdida, y que no nacieron diferentes a nosotros. Si usted desea entender qué significa ser humano, debe venir a Yad Vashem”.
Fuente y foto: revista Yad Vashem Jerusalem, No. 84, octubre 2017. Traducción NMI.
“Crecí en una familia bastante normal –mi madre y cinco hermanos–, pero en un ambiente xenofóbico. Mi hermano mayor pertenecía al movimiento neonazi, mi madre era xenófoba, mi abuelo era nazi en la década de 1940. Esa es la historia de mi familia”.