Claudia Prengler de Starosta*
Haber traspasado las puertas de Auschwitz-Birkenau, donde en la parte superior se lee Arbeit macht frei,«El trabajo te hará libre», me trasportó a la trágica realidad de un pasado. Haber presenciado los espacios y respirado el gélido aire de ese campo de concentración y exterminio me hizo percibir en vivo lo que allí sucedió. Quise llegar a ese lugar para, de alguna manera, conectarme a aquellos hombres, mujeres y niños a quienes les tocó, solo por el hecho de ser judíos, atravesar esa nefasta etapa de la historia, quedando allá solo las cenizas de la gran mayoría.
A pesar de que íbamos en grupo, nos sentíamos cada uno en nuestro propio cascarón. Por momentos me vino la imagen de los rostros de familiares que no sobrevivieron, pero sí quedó alguna foto rescatada que nos habrían mostrado nuestros abuelos. Atravesamos a pie las vías por donde llegaban los trenes de carga repletos de seres humanos, apretujados durante varios días y sin agua ni alimentos. Los pies me iban llevando con paso lento, casi letárgico, por las vías del tren. Caminaba bajo un cielo gris mientras una fina lluvia me mojaba de a poco.
Entramos a las lúgubres barracas y nos topamos con los camastros de madera, donde cuando uno quería voltearse en tan reducido espacio, debían también hacerlo el resto de los ocupantes. Traté de imaginarme acostada allí con la cabeza rapada, pasando frío dentro de esa tela desgastada y llena de piojos que les daban para cubrirse. Retiré la mirada para que esa imagen se desvaneciera y, como pude, salí para tomar aire fresco.
Entrada al campo de exterminio Auschwitz-Birkenau
(Foto: Wikimedia Commons)
Continué caminando con la parte del grupo que se adelantó. En seguida noté a mi izquierda las torres de vigilancia, erguidas y amenazantes a pesar de estar ahora vacías. En una de ellas, imaginé la silueta de un soldado apostado con ametralladora en mano, por si alguien intentaba lanzarse contra los alambres de púas para acabar de una vez con su agonía.
Seguimos a paso lento, casi letárgico, hasta que llegó el momento de entrar a la cámara de gas. Lo hicimos despacio y en absoluto silencio. Haber estado parada allí, inmóvil, dentro de ese cuadrado húmedo color sepia, donde en tan solo minutos dejaban de vivir una gran cantidad de personas, me tenía clavada al piso. Y yo allí, con la mirada fija en el techo de donde asomaban las cabezas chatas de unas duchas con aspecto «inocente». Techo teñido de un verde brillante diseminado en esporádicos manchones, ahora testigos en el tiempo de las huellas dejadas por el gas asesino. Sí, esos pequeños cristales de Zyklon B, el pesticida que el especialista nazi dejaba caer cuidadosamente en el sitio preciso, y una vez adentro de la hermética cámara se convertía en el tóxico gas.
Haber sentido mi propio ojo apoyado en el metal frio, apenas rozando el grueso pedacito de vidrio por donde los SS observaban su»obra», mientras calculaban los minutos exactos en que todo terminaba, me dejó sin aire por unos instantes. Me trajo la imagen de aquellos seres humanos extendiendo sus brazos hacia arriba en la desesperación de elevar a los más pequeños. Me sentí parte de ellos, temblando entre los cuerpos desnudos, y me vi acurrucada llevándome ambas manos al rostro, respirando mi propio aire hasta el último suspiro.
Poema al niño sobreviviente del Holocausto
Escrito en 2014 cuando regresé de mi primer encuentro con familiares sobrevivientes del Holocausto.
Has presenciado la muerte y el abandono,
El hambre y el desplomo,
La persecución desmedida,
La acelerada caída.
Has vivido la crueldad de cerca,
La nostalgia de una vida previa,
La oscuridad como compañera.
Has sentido el miedo a ser descubierto,
El vacío de un estómago hambriento,
el abrazo de tu madre sin aliento,
Has sufrido la degradación lenta,
La macabra violencia,
El odio sin causa,
Y la tristeza densa.
Has crecido en niñez incierta,
En hacinamiento, entre olores y piojos,
Lodo en tus pies de niño,
Lágrimas prisioneras en tus tiernos ojos.
Qué mundo tan perplejo, habrás tú pensado,
En total desconcierto con los labios mojados,
de la gota de agua que te hubiera rozado.
Te tocó escuchar los feroces ladridos de los perros,
y enseguida, los sonoros disparos,
los llantos y gemidos
de tu padre y hermano.
Con tu mirada de niño lo has visto todo,
y eres vivo testigo de lo ocurrido,
en esa despiadada página de la historia
que jamás debió haber acontecido.
(Foto: Wikimedia Commons)
*Máster en Educación Especial y Patología. Su poesía y prosa han aparecido en varias publicaciones. Autora del libro Dos ramas, dos destinos (OT editores, Caracas, 2021). Participó como invitada en la Feria del Libro de Miami 2021.
1 Comment
Claudia Prengler de Starosta con su ESTUVE ALLA y su Poema AL NIÑO SOBREVIVIENTE DEL HOLOCAUSTO me llevo de la mano en su recorrido por el mas horrorosamente emblematico de los campos de concentracion, el Auschwitz-Birkenau. El recorrido fue vivido y consciente. Su pluma y su sentir me transportaron, en un dia significativo como hoy que se conmemora a las victimas del Holocausto. Su frase «respirando mi propio aire hasta el ultimo suspiro» es elocuentemete empatico. Y el final de su poema… «Y eres vivo testigo de lo ocurrido en esa despiadada pagina de la historia que jamas debio haber acontecido».
Es importante que testimonios como este se mantengan en el tiempo, gracias Claudia.