La coexistencia continúa en el cruce de Gush Etzion, lugar de tantos ataques terroristas, incluido el apuñalamiento que cobró la vida de Ari Fuld el mes pasado. ¿Pero se mantendrá esta coexistencia en el parque industrial Barkan tras el ataque terrorista de la semana pasada?
Un número casi inconcebible de trabajadores esperaban fuera de la puerta de entrada al parque industrial Barkan a las 7:30 de la mañana del martes. Dos días después de un brutal tiroteo en el que el terrorista palestino Ashraf Walid Suleiman a’alwa asesinó a Kim Levengrond y Ziv Hagbi, e hirió a Sara Vaturi, miles de empleados hacían fila para intentar llegar a sus lugares de trabajo. Sus empleadores quedaron varados y obligados a esperar horas por sus trabajadores, que llegaron cansados después de las largas horas de espera en la cola. Algunos guardias de seguridad, con chalecos antibalas, intentaban mantener el orden mientras todos se acostumbraban al nuevo proceso de ingreso.
Esta es la convivencia. Ahora habrá controles de seguridad más estrictos. Todo por culpa del ataque.
«Hasta hace dos días, los trabajadores tardaban menos de cinco minutos para ingresar. Ahora, en el mejor de los casos, toma una hora. He estado aquí desde las 5:30 am y solo 30 de mis 60 empleados han ingresado. Hay 4.000 trabajadores aquí «, dice Arie, dueño de una fábrica en la zona de Barkan, parado junto a la pequeña puerta donde se produce un embotellamiento por la multitud de miles que tratan de ingresar.
«Los guardias de seguridad no están preparados para esto. Durante 30 años no pasó nada aquí. Este fue un evento único. Yo vivo en Kfar Saba [en el centro de Israel, a minutos de la “Línea Verde”] y allí ha habido seis ataques terroristas cerca de mi casa. ¿Colapsó Kfar Saba? Todo volvió a ser igual dos minutos después del ataque. Todo depende de los trabajadores. Las personas de más arriba manejan las guerras, pero la gente común quiere seguir trabajando y ganándose la vida «, dice Arie.
Herzl, quien también es dueño de un negocio en el Parque Barkan, se une a la conversación. Mira con frustración las largas filas de trabajadores. «En lugar de comenzar a trabajar a las 6:30 de la mañana, comienzan a las 10», comenta. La mitad de la fuerza laboral de Herzl son palestinos y, naturalmente, también están discutiendo las nuevas dificultades en el trabajo. «Un loco lo arruinó todo», agrega Herzl, citando amargamente lo que sus empleados han estado diciendo.
El ataque terrorista en Barkan se produjo solo tres semanas después de que Ari Fuld fuera asesinado, apuñalado por un terrorista en una plaza comercial en el cruce de Gush Etzion. A pesar de que los ataques tuvieron lugar a 130 kilómetros de distancia entre sí, y uno se cometió con un cuchillo mientras que el otro se perpetró con un rifle automático, están vinculados por mucho más que una coincidencia.
El contacto entre judíos y palestinos, tanto en Barkan como en Gush Etzion, se describe como «coexistencia», y a veces la derecha lo critica precisamente por esa razón. Hay terroristas que se han propuesto como objetivo destruir cualquier posibilidad de tal coexistencia y conducir el área a la guerra.
Esta semana, cuando llegué al empalme de Gush Etzion, no vi casi rastro de lo que sucedió hace unas semanas entre la sucursal local del supermercado “Rami Levy” y el pequeño centro comercial. Los niños correteaban sin temor, palestinos y judíos compraban pacíficamente unos junto a otros. Después del apuñalamiento, los soldados de las FDI comenzaron a patrullar el área a pie. Algunos de ellos estaban ocupados comprando shawarma en el mismo puesto donde el terrorista compró su almuerzo momentos antes de llevar a cabo el apuñalamiento fatal. Dos palestinos estaban comiendo en una mesa fuera de una pequeña pizzería. Sin miedo, sin tensión. Sólo otro día en la intersección de Gush Etzion.
Una persona tiene problemas para reajustarse: Hila Peretz, propietaria de la tienda de shawarma y quien casi fue víctima del apuñalamiento. Fuld la salvó cuando comenzó a perseguir al atacante y le disparó con sus últimas fuerzas.
«Gracias por salvarme la vida», escribió Peretz en grandes carteles que colgó a la entrada de su negocio junto a una foto de Fuld. A la izquierda hay un gran cartel en el piso, exactamente donde Fuld fue apuñalado, y las personas han escrito mensajes acerca de la víctima. Las velas conmemorativas, colocadas en forma de estrella de David, han estado allí desde que fue asesinado. Peretz mantuvo la tienda cerrada durante toda la shivá para honrar al hombre que la salvó.
Tras terminar de servir a unos soldados, sale y se sienta frente a mí, a pocos metros de donde ocurrieron los peores momentos de su vida. Ella mira tristemente el lugar donde Fuld se derrumbó. «El terrorista me compró un falafel. Llevaba una sudadera con capucha, no me despertó ninguna sospecha, era como cualquier chico. Tenía 16 o 17 años, como miles de personas que vienen aquí; pero miraba hacia los lados. Estuvo sentado en la barandilla, frente a mí, durante 40 minutos «, dice.
De repente, ella se dio cuenta de que el muchacho ya no estaba sentado afuera; su mirada se dirigió a la izquierda, hacia la persona que resultó ser Ari Fuld, quien estaba hablando por su teléfono celular de espaldas al terrorista, que estaba parado a la derecha, a su lado.
«Entonces, de repente, sacó el cuchillo», dice Peretz, con el rostro pálido. «Lo vi brillar bajo el sol. No puedo dejar de pensar, ¿por qué no grité antes? Apuñaló a Ari. Escuché el grito, y luego el terrorista me miró, sacó el cuchillo ensangrentado y comenzó a correr hacia mí. Si no hubiera huido me habría apuñalado en la cabeza. Ari corrió tras él y lo derribó, y yo corrí al centro comercial. Me desmayé y desperté con una mujer me abrazaba. Mi primera pregunta fue qué le sucedió a Ari, porque lo habían apuñalado en el corazón. No me importaba lo que me pasaba a mí. Solo minutos después me di cuenta de que se había ido «, dice.
Peretz no llora, pero su rostro muestra su dolor. Un palestino pasa camino al supermercado y sus ojos lo siguen. Ella ya no confía en nadie.
«He estado aquí durante cinco años y he pasado por todos los ataques, pero siempre ocurrían afuera, nunca dentro de la zona comercial. La gente siempre me preguntaba si no tenía miedo, y siempre respondía que estaba en el lugar más seguro del mundo, que había soldados, seguridad, cámaras. Pero en el momento de la verdad no había nada».
Le comento que la plaza comercial está tan ocupada como siempre, y le pregunto si cree que la gente de aquí todavía cree en la convivencia. «Tal vez la gente se haya dado cuenta de que tenemos que mostrar a los palestinos que esto es nuestro», dice.
«Por otro lado, no puede ser que una persona se levante por la mañana, compre un arma y salga a matar. Mi cerebro no puede procesar eso. Nuestro gobierno no puede hacer nada cada vez que alguien muere. Tenemos un ministro de defensa que debe recordar de dónde viene [Avigdor Lieberman vive en el asentamiento de Nokdim], no ablandarse de ellos».
En la entrada al parque industrial de Barkan, los trabajadores están avanzando lentamente hacia adentro. Pasa un automóvil con una placa verde de la Autoridad Palestina, un palestino bebe su primera taza de café entre paletas de madera y maquinaria pesada. Khaled y Assad, dos residentes locales, están sentados fuera de la fábrica donde trabajan, esperando que llegue su jefe. Esta es la primera semana de Khaled en Barkan, y está claramente en shock por lo que ha encontrado. A sus 22 años le resulta difícil explicar conceptos como la coexistencia, y solo espera que las cosas permanezcan tranquilas. «Solo queremos trabajar», dice en un tosco hebreo.
El fotógrafo y yo nos dirigimos a la zona industrial y llegamos a la calle donde se encuentra la planta de reciclaje del Grupo Alon, donde ocurrieron los disparos del domingo. Por lo general, 350 judíos y palestinos trabajaban allí. Hoy el sitio está en silencio. A través de la cerca, el gerente de la fábrica, Eran Bodenkin, nos informa que el lugar está cerrado y que no se permite la entrada de nadie.
«Estamos repensando las cosas», dice, con el rostro lleno de pesar. «Estamos cerrados hasta nuevo aviso».
Junto a la puerta, unos obituarios cuentan la triste historia.
«Llegué justo cuando el terrorista escapó», dice Bodenkin. «Subí las escaleras de inmediato para ver si podía ayudar a los heridos, y llamé a los paramédicos. Fue un ataque muy serio. Nuestros corazones están sangrando. Nunca hubo un ataque terrorista aquí, y nuestra fábrica representaba la coexistencia. Ahora todos tienen el corazón roto y hay desconfianza. Debería ser el interés principal de los palestinos proteger su forma de vida, pero una mala hierba lo arruinó todo «, se lamenta Bodenkin.
«Debe comprender que los trabajadores aquí están controlados por la seguridad y son aprobados para su ingreso, pero en este caso específico no fue suficiente. Ahora estamos revaluando la situación, para ver qué más podemos hacer para garantizar la seguridad de nuestros trabajadores”.
Bodenkin, quien vive en Petah Tikva, cree que los palestinos y los judíos no deberían dejar de trabajar juntos. «Estamos aquí, ese es un hecho, y ellos están aquí, ese es otro hecho, y ambas partes necesitan ganarse la vida, lo que también es un hecho. Alguien que está a cargo de su familia no tiene ganas de ir y arruinar eso. Mientras exista el statu quo no hay razón para cambiar nada. Hicimos eso en Gaza: nos retiramos y nos fuimos, y al final terminamos con miles de cohetes disparados hacia Israel».
Todos buscan respuestas. Por un lado existe el deseo de mantener la fórmula existente, pero por el otro el miedo sembrado por el terrorismo está llevando a tomar medidas drásticas. Durante las últimas semanas, las vallas que se desmontaron después de la última gran ola de ataques terroristas en Gush Etzion han vuelto a levantarse, y la seguridad en Barkan se ha incrementado significativamente después del tiroteo del domingo. Cada vez son más las voces que llaman a mantener a los palestinos alejados de estas áreas, mientras que otros exigen que no se haga nada que dañe la tenue convivencia y que se permita que la vida juntos continúe lo más normalmente posible. “La paz a través de la economía”, dicen algunos; una calma engañosa y una olla a presión esperando por estallar, piensan otros.
Mientras tanto, los palestinos también tratan de entender la nueva situación, superar las dificultades y acostumbrarse a la nueva rutina. «Llevo 15 años trabajando para mi jefe. Durante las festividades musulmanas obtengo un permiso para ingresar a Israel, voy a la playa y lo visito en su casa», dice Khaled Muamad, quien trabaja en una fábrica de ropa situada junto al edificio donde tuvo lugar el tiroteo terrorista.
«Esta mañana fue una locura. Me tomó casi dos horas entrar. No sé si las cosas volverán a la normalidad. Tomará tiempo. El atacante hizo un daño enorme. Incluso ahora no puedo creer que haya ocurrido”, dice Muamad.
Bodenkin señala que ha estado recibiendo llamadas telefónicas de empleados palestinos, «llorando por lo que les sucedió a ellos y por el idiota que les quitó el sustento. Me dicen explícitamente que lo atraparían y lo matarían, porque él le quitó la comida de la boca a sus hijos. Ellos sienten que los ha perjudicado, y enviaron sus condolencias [por las víctimas]. Hemos estado cerrados desde el ataque. Todos sufren, todos pierden».
Las cosas probablemente regresarán a la normalidad en Barkan, pero ya no será posible decir que nunca ha habido un ataque terrorista en este complejo que alguna vez simbolizó la coexistencia. Los empleados volverán a trabajar, las nuevas medidas de seguridad se convertirán en un hábito y serán más eficientes, las amistades continuarán. Pero siempre habrá israelíes que mirarán por encima del hombro y se preguntarán si su silencioso colega palestino al otro lado del piso es un amigo, o alguien que llevará un arma al trabajo y emprenderá otra ola terrorista.
De vuelta en el cruce de Gush Etzion, la gente ya está acostumbrada a la dolorosa realidad. Aquí es donde fue asesinado Yaakov Don en 2015, Dalia Lemkus en 2006, y Ari Fuld el mes pasado.
«Para mí es muy difícil venir aquí, porque me devuelve al momento del ataque terrorista», dice Hila Peretz. «No sé si llamarla coexistencia cuando un judío ha sido asesinado todas las semanas durante años».
«Después del ataque, todos los que trabajan en “Rami Levy” vinieron a ofrecerme su apoyo, pero es imposible saber qué pasará. Nosotros y ellos [israelíes y palestinos] seguimos viniendo aquí. Los palestinos no tienen miedo, pero yo sí. Al final, es imposible separarnos realmente de ellos. No puedes arrancarlos como árboles. Están aquí y nosotros también. Si tan solo fuera tan simple como dicen algunas personas. Necesitamos encontrar un solución para poner fin a esto».
*Periodista
Fuente: Israel Hayom. Traducción NMI.