Hasta cierto punto sí, pero los árabes que abogan por una «paz entre los pueblos» siguen enfrentando una gran barrera y requieren apoyo
En el Medio Oriente árabe, conocido —merecidamente— como un centro de diseminación del antisemitismo global, algo es un gran interés e importancia.
Primero las malas noticias, que apenas son noticia: aun cuando algunos líderes árabes se están acercando visiblemente a Israel y los judíos, la cultura generalizada de rechazo y antisemitismo persiste en los niveles clave de sus sociedades. Insuflado durante generaciones a través de los medios, las escuelas y mezquitas, y más recientemente reforzado por la propaganda iraní y yijadista, este rechazo impregna por igual a las élites y las clases populares árabes.
Como la “paz fría” de Israel con Egipto y Jordania ha demostrado claramente, los tratados oficiales no mejoran, por sí solos, esa cultura de animosidad. Y aunque una solución al conflicto israelí-palestino podría mitigar sustancialmente el problema, las perspectivas de lograr tal solución se ven obstaculizadas precisamente por él. Desde el norte de África hasta el Golfo Pérsico, la oposición a un acuerdo con el Estado judío pone límites a los gobernantes que se inclinen a firmar un tratado.
Pero también hay buenas noticias: en toda la región, las semillas de un esfuerzo por desafiar el rechazo a Israel y el antisemitismo han brotado, sin lugar a dudas. Más allá de los círculos oficiales, un número creciente de árabes no solo ven a Israel y a los judíos desde una perspectiva positiva, sino que defienden, abiertamente, una “paz entre los pueblos”. Por su parte, los israelíes y algunos activistas judíos en Occidente han desarrollado medios para vincularse con los árabes en discusiones públicas, rompiendo barreras históricas para tal comunicación y manteniendo la promesa de un movimiento que avanza.
Entre la difusión de un sentimiento positivo y una apertura modesta para su expresión pública en los medios árabes, se encuentra el potencial de un esfuerzo más coordinado para complementar y reforzar el acercamiento que se está produciendo en el nivel más alto de la diplomacia internacional. Esta es una oportunidad que pide ser aprovechada.
Considere la página de Facebook en árabe del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, “Israel habla árabe” (Israil Tatakallam al-‘Arabiya): una dieta diaria de infografías y videos publicados por un pequeño equipo israelí que ha atraído a 1,7 millones de seguidores en el mundo árabe.
En un clip en la página, una joven habla en árabe con acento israelí, mientras recorre el mercado de Majané Yehudá en Jerusalén, el espacio al aire libre donde compra sus comestibles. Otro clip presenta la historia del médico egipcio musulmán Mohammad Hilmi, honrado póstumamente en la Avenida de los Justos entre las Naciones de Yad Vashem, por haber arriesgado su vida para salvar a un adolescente judío en la Alemania nazi. En numerosos clips, los refugiados judíos de los países árabes, que junto con sus descendientes constituyen la mayoría de la población judía de Israel, recuerdan su agridulce infancia y envían deseos de paz.
En cuanto a la respuesta a esta página, un estudio interno de la audiencia de lengua árabe indica que un tercio de los 2.700 comentarios diarios es “positivo” (el 17 por ciento es «neutral»). Entre los comentarios positivos se encuentran las peticiones de una embajada israelí en las capitales árabes, decenas de miles de solicitudes de visas de turista a Israel, expresiones de pesar por la huida de los países árabes de casi todos sus 900.000 judíos y, en medio de la violencia en curso entre Israel y Hamás, declaraciones de solidaridad con las Fuerzas de Defensa de Israel.
Estas respuestas en Facebook no son un fenómeno aislado. Por el contrario, concuerdan con una avalancha de datos de encuestas que reflejan una perspectiva similar. Por ejemplo, según una encuesta de 2017 entre los ciudadanos en Kuwait, a pesar del hecho de que la incitación antisemita sigue siendo un pilar de los medios de comunicación de ese país, el 60 por ciento de los entrevistados está de acuerdo en que “los Estados árabes deben desempeñar un nuevo papel en las conversaciones de paz entre palestinos e israelíes, ofreciendo a ambas partes incentivos para que adopten posiciones más moderadas”. De estos, el 16% cree que la región no debería esperar por un acuerdo con los palestinos para lanzar la cooperación con Israel.
¿Qué provocó este cambio positivo? Un elemento indirecto es el impacto de las campañas llevadas a cabo en los nuevos medios por los autócratas sunitas contra Irán y sus representantes árabes, entre los que destaca Hezbolá. Estos ocupan mucho del tiempo y espacio que los medios dedicaban a los ataques a Israel, y apoyan implícitamente una visión alternativa del Estado judío como, al menos, un enemigo menor, y posiblemente un aliado provisional.
Pero esto por sí solo no explica los sentimientos especialmente proisraelíes de muchos chiítas iraquíes, algunos de los cuales son incluso clérigos, o los llamados de las bases sociales en Libia —un país devastado por la guerra— y el Túnez democrático, donde, significativamente, ningún gobernante monopoliza el ambiente informativo doméstico. De hecho, la propia globalización del entorno informativo ha ofrecido a muchos millones de árabes una mayor conciencia y apreciación de las capacidades tecnológicas israelíes, sin mencionar la atracción de los medios israelíes y estadounidenses, desde Gal Gadot en Wonder Woman hasta las repeticiones de Seinfeld.
Algunos observadores árabes ofrecen una explicación más básica: que la tendencia no es nueva en absoluto, sino más bien la expresión tardía de un sentimiento real pero largamente reprimido. “Seamos honestos”, escribió Muna Abd al-Aziz, profesora de Investigación de Medios en la Universidad de El Cairo, en un artículo de opinión en el Arab Telegraph en octubre de 2018: “En cada sala de redacción, gremio teatral y sala de escritores, ha habido siempre voces curiosas sobre los tonos de gris [de Israel], más escépticas respecto a la validez del “boicot”, y más abiertas a una relación directa. Saben que cuando los judíos de las naciones árabes huyeron a Israel, perdimos una parte de nuestra alma colectiva. Y saben que si podemos reclamar de alguna manera esa conexión —aceptar a nuestros hermanos judíos por quienes son, por donde viven y por lo que creen—, podemos ganar algo vital para nuestro futuro. Los profesionales de los medios árabes que albergan estas opiniones nunca han desaparecido del paisaje; pero para nuestro detrimento, rara vez se hacen escuchar”.
Cuando entrevisté a figuras de los medios de comunicación en nueve países árabes para un nuevo libro, en la mayoría de los casos encontré evidencias de una disposición similar. Las actitudes que favorecen las relaciones con Israel se manifiestan ahora en algunos sectores a través de artículos de opinión, entrevistas imparciales con funcionarios israelíes, y reportajes sobre la historia de los judíos originarios de esos países.
Pero seamos francos: comparativamente hablando, y en el esquema general de las cosas, la expresión abierta de tales actitudes es todavía rara. Y se sabe que los opositores a esas actitudes, que tienden a permanecer al mando, castigan a quienes las expresan. La tendencia ha resultado especialmente molesta para aquellos que aún claman por la destrucción de Israel.
“Normalización con Israel”, escribió enfurecido Muhamad al-Laythi en el diario egipcio Al-Watan, “es un término que últimamente ha perdido su significado para la generación joven, algunos de cuyos integrantes parecen no conocer la sangrienta historia de ese Estado ocupante”. Laythi destaca especialmente a los estudiantes egipcios de hebreo que, “con el pretexto de practicar el idioma”, han estado usando las redes sociales para relacionarse personalmente con israelíes. De manera similar, el periodista Ahmed Hidji, en Al-Monitor, cita a tres profesores egipcios que señalan con severa desaprobación que muchos de sus estudiantes han estado tratando de hacerse amigos de sus vecinos del otro lado de la frontera. Y esta es solo una muestra.
En resumen, los árabes que abogan por una “paz entre los pueblos” continúan enfrentando una gran barrera, impuesta por los vigilantes culturales de la vieja guardia. Y los grupos extremistas, a través de sus propios medios dominantes y otras formas de imposición, concentran sus ataques en quienes desafían esa barrera.
Tampoco los extranjeros, en particular los responsables políticos israelíes o estadounidenses, han mostrado mucha inclinación a participar, por mucho que estén conscientes de la medida en que la propaganda de rechazo y antisemitismo ha obstaculizado el progreso diplomático. “Hablamos sobre la importancia de reforzar los mensajes públicos”, recuerda el veterano enviado de paz al Medio Oriente, Dennis Ross, “pero no se hizo mucho de manera sistemática para convertirlo en un componente para la construcción de la paz. Creo que fue uno de nuestros mayores errores. Deberíamos haber integrado eso en una estrategia”.
Lo que nos lleva a una pregunta: hoy, cuatro décadas después de que los acuerdos de Camp David inauguraran una paz entre gobiernos sin “paz entre los pueblos”, ¿podría Estados Unidos adoptar por fin el objetivo de fomentar un discurso público árabe que apoye la asociación con Israel y la amistad con los judíos? ¿Y perseguir ese objetivo como una prioridad estratégica?
Después de todo, como señalé al principio, este es un momento de oportunidades sin precedentes. Todas las principales instituciones que marcan tendencia en la región, es decir, los mayores medios de comunicación árabes, sistemas educativos y establecimientos religiosos, tienen ahora a líderes nacionales aliados con Estados Unidos. Cada uno de esos líderes, a su vez, busca ventajas políticas y económicas de EEUU, y cooperación en ese y otros ámbitos con Israel. Por lo tanto, Washington disfruta hoy de la posibilidad de instar a sus socios árabes a alinear el contenido de sus diversos entornos de información doméstica con sus mensajes conciliatorios en el extranjero. También tiene la capacidad de ayudarles a hacerlo, relacionando a especialistas en comunicaciones estadounidenses e israelíes en lengua árabe con sus homólogos árabes. Trabajando juntos, estos podrían proporcionar una nueva educación a maestros y predicadores, construir una base de contenido para los medios, y establecer un mecanismo de monitoreo y responsabilidad, para garantizar que el esfuerzo produzca resultados. Al mismo tiempo, Estados Unidos podría hacer mucho más para ayudar a los actores árabes de base que, en ausencia de cobertura o apoyo institucional, se arriesgan a defender una paz genuina entre los pueblos.
Sí, los propios árabes son, ante todo, los responsables de reeducar a sus públicos y reparar el daño causado por décadas de adoctrinamiento antisemita. Pero otros pueden echar una mano y proporcionar un incentivo. Y no, una estrategia de ese tipo no resolverá por sí sola el estancamiento entre Israel y Palestina, ni traerá un acuerdo para toda la región. Pero puede aliviar de manera crucial un obstáculo de larga data para ambos. La oportunidad, repito, está ahí para ser aprovechada.
*Fundador del Centro de Comunicaciones por la Paz, autor de varios libros.
Fuente: Mosaic. Traducción NMI.