Los tiempos de la Inquisición parecen haber regresado a la península, esta vez de la mano también de la izquierda, y las comunidades judías se encierran sobre sí mismas
Hernán Dobry*
Tengo miedo. No por mí ni por mi familia. Miedo por mi comunidad y mi gente. El odio antisemita en España, donde resido, en otros países de Europa y en buena parte de Occidente se ha incrementado a niveles pocas veces visto desde la masacre perpetrada por Hamás en Israel el 7 de octubre.
Causa terror ver a las hordas de manifestantes que apoyan a este grupo terrorista asediar la sinagoga de la ciudad de Melilla y obligar a los miembros de la comunidad a esconderse ante el temor de un asalto. Un nuevo pogromo que nos remite a la Rusia zarista, tiempos oscuros que creíamos haber dejado atrás.
Días después, otra turba enardecida asaltó el hotel de un empresario israelí en Barcelona y arrancó las banderas que colgaban de los mástiles, para sustituirlas por la palestina. Una vez más, estas imágenes nos retrotraen a los tiempos de la Shoá, justo ahora que acaban de cumplirse 85 años de la Kristallnacht (la noche de los cristales rotos).
Ni que hablar de las pintadas que aparecieron en la puerta de una sinagoga de Madrid o los carteles con las fotos de los cerca de 240 hombres, mujeres, niños y ancianos que Hamás tiene secuestrados, que amanecieron grabados con cruces esvásticas y vítores a Hitler y otras expresiones antisemitas.
Incluso, los judíos de la localidad de Ceuta tuvieron que dejar de celebrar el Kabalat Shabat en su templo el 11 de noviembre, por miedo a que manifestantes pro Hamás y de la izquierda radical los atacaran durante una movilización que iban a realizar por la ciudad a esa misma hora.
Ayer y hoy. Una escena medieval de estigmatización de judíos y una actual, en las calles de Barcelona
Quinientos años después, los judíos tuvieron que volver a realizar su culto a escondidas en España, ante la mirada pasiva de la población y las autoridades… como en tiempos de la Inquisición.
Lo más doloroso y peligroso, quizás, es el adoctrinamiento que se está llevando a cabo en los colegios secundarios y universidades, en los que suelen convocar huelgas y concentraciones bajo el lema “Alto al genocidio sionista contra el pueblo palestino”. Estudiantes judíos e israelíes han tenido que esconder su identidad y han sido agredidos verbal y físicamente, acosados y discriminados por sus compañeros.
Con este trasfondo, la embajadora israelí en España, Rodica Radian-Gordon, acusó a las autoridades educativas y a los gobiernos locales y nacionales por su silencio y falta de adopción de medidas para evitar estos incidentes. Hasta ahora, nadie se ha pronunciado al respecto y los incidentes se suceden uno tras otro.
En tanto, las comunidades judías de todo el país han incrementado los niveles de seguridad, al igual que en muchas otras partes del mundo, y han instado a los alumnos de sus colegios a no usar el uniforme escolar para evitar ser blanco de posibles agresiones.
En la Argentina, lamentablemente, estamos acostumbrados a los pilotes y a los patrulleros en las puertas de las instituciones de la colectividad desde hace casi treinta años, pero aquí en España jamás se había visto algo similar.
Quinientos años después, los judíos tuvieron que volver a realizar su culto a escondidas en España, ante la mirada pasiva de la población y las autoridades… como en tiempos de la Inquisición
Las ya de por sí “secretistas” organizaciones comunitarias (ni en condiciones normales publican su dirección o teléfono por miedo) no solo hicieron desaparecer de las redes sus actividades como medidas de seguridad sino que, además, algunas de ellas comenzaron a estar custodiadas por policías nacionales armados con ametralladoras.
El temor llegó a tal nivel que incluso el espectáculo del humorista Roberto Moldavsky en Madrid, el 23 de octubre, contó con tres policías con armas largas en los accesos. Se trataba tan solo de un show de un humorista judío al que concurrían algunos judíos.
Las marchas de apoyo a Hamás en España se suceden semana a semana, con discursos cada vez más virulentos. Este fenómeno se repite en la mayoría de los principales países europeos ante la mirada impávida de la población.
La diferencia es que aquí, ministras del gobierno nacional como Ione Belarra e Irene Montero apoyan y participan en muchas de ellas, y la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz las incita a través de sus redes sociales. En respuesta a esto, la embajadora de Israel advirtió en un comunicado que las posturas de ciertos miembros del gabinete ponían en peligro a las comunidades judías locales. El ministro de Relaciones Exteriores, José Manuel Albares, se dio por ofendido y la acusó de decir falsedades. Pocos días después comenzaron los ataques, que aún persisten, ante un inexplicable silencio oficial por parte de las autoridades nacionales y autonómicas.
El miedo en la colectividad local (unas 45 mil personas repartidas en una docena de ciudades) ha crecido a tal punto que muchos judíos han quitado de sus casas las mezuzot (rollo con plegarias que se coloca en el marco derecho de las puertas), por temor a que un repartidor o vecino los identifique y puedan sufrir algún tipo de ataque físico o verbal, como ha ocurrido en Francia. Mi propia esposa, incluso, lo ha hecho en mi departamento, algo que me mortifica cada día que pasa.
Los antisemitas, que durante tantos años se han escondido bajo la falsa máscara del antisionismo, han salido ahora de sus madrigueras. Eso sí, finalmente ahora podemos verles la cara. Lo más trágico de todo es descubrir la inmensa cantidad que son y cómo proliferan por todos los espacios sociales y geográficos en España y en el mundo
¿Por qué tenemos que escondernos, cuando realmente hemos sido las víctimas de una feroz matanza a manos de los asesinos del grupo terrorista Hamás? ¿No tendrían que ser ellos y sus seguidores los que debieran ocultarse por miedo a nuestras represalias? Quizá, de esta forma, podríamos neutralizarlos y desarticularlos, tal como lo hiciera el grupo de autodefensa judía en la Argentina durante los años 60 frente a los ataques de la organización Tacuara.
Lamentablemente, nada de esto está ocurriendo y, en su lugar, los antisemitas, que durante tantos años se han escondido bajo la falsa máscara del antisionismo, han salido ahora de sus madrigueras. Eso sí, finalmente ahora podemos verles la cara. Lo más trágico de todo es descubrir la inmensa cantidad que son y cómo proliferan por todos los espacios sociales y geográficos en España y en el mundo.
Este es sin duda un duro golpe que nos deja un trágico mensaje: ¡Ya no tenemos adónde ir! El odio ha envenenado a buena parte del planeta y el panorama a futuro es bastante aciago.
Nada ha cambiado en el mundo desde la Shoá (Holocausto), especialmente en Europa, donde el desprecio contra los judíos se mantiene intacto y se torna cada vez más virulento, principalmente en círculos de izquierdas y entre colectivos de inmigrantes musulmanes. Los gobiernos nacionales tienen cada vez más temor a las reacciones de estas crecientes minorías porque son un foco de constantes disturbios y desacato a la autoridad, apañados por las diferentes agrupaciones de izquierda.
Nuestros enemigos son cada vez más numerosos y virulentos, y nuestros amigos van perdiendo fuerza amedrentados por los autodenominados “progresistas” y las hordas musulmanas que controlan algunas ciudades europeas y americanas.
Nada volverá a ser como antes: ahora ya sabemos quiénes son los antisemitas. Los tenemos identificados. Sabemos que viven entre nosotros, concurren a los mismos colegios y universidades que nuestros hijos y, también estamos conscientes del incomprensible nivel de odio que guardan en su interior
Como judíos, siempre supimos que Israel sería el lugar donde podríamos sentirnos seguros si se producían persecuciones o pogromos como los que conocimos a lo largo de 2 mil años de exilio. Lamentablemente, desde el 7 de octubre esto ha cambiado para siempre. Ahora también nos masacran ahí, aunque, al menos, sabemos que allí tenemos la posibilidad de defendernos por nosotros mismos.
Durante muchos años me he dedicado a estudiar la Shoá y, cuando me paré frente a los hornos crematorios de Auschwitz, me pregunté cómo había sido posible llevar adelante semejante masacre ante los ojos del mundo. No entraba en mi cabeza que algo así hubiera podido ocurrir. Después de la matanza perpetrada por los asesinos de Hamás, pude entenderlo: unos pocos salieron a condenarla con fuerza, demasiados a apoyarla, y una gran mayoría permaneció indiferente en un nuevamente trágico silencio.
Cuando toda esta virulencia pase y las Fuerza de Defensa de Israel (FDI) hayan acabado con Hamás en la Franja de Gaza, es más que probable que los actuales niveles de antisemitismo público que vemos hoy en día disminuyan a su cauce normal y la vida en España, Europa y el mundo retorne a una relativa normalidad.
Sin embargo, nada volverá a ser como antes: ahora ya sabemos quiénes son los antisemitas. Los tenemos identificados. Sabemos que viven entre nosotros, concurren a los mismos colegios y universidades que nuestros hijos y, también estamos conscientes del incomprensible nivel de odio que guardan en su interior.
¿Cómo haremos para convivir con ellos? ¿Cómo harán los estudiantes para estar en sus clases rodeados nuevamente de compañeros que los desprecian o con un profesor que ha incitado al odio desde su cátedra?
Ese será el gran desafío de nuestras sociedades después de que termine la guerra de Gaza (si es que no se expande a otros lares), algo para lo que aún no tenemos una respuesta clara en este momento de duelo, angustia, dolor y bronca.
*Periodista.
Fuente y foto: Perfil (perfil.com).
Versión NMI.