Eitan Weisman
Rabino de la Unión Israelita de Caracas
«Con respecto a la oración en la sinagoga, en mi opinión es verdad que la agrupación en un lugar angosto no es correcta, pero pueden rezar en varias salas diferentes y en grupos pequeños de no más de 15 personas. Después del rezo vespertino y matutino hay que decir algunos salmos (Tehilim) que escojan. Cuidar que no entren más de 15 en la sinagoga, y hasta sería bueno tener a un oficial de policía que vigile y no deje entrar a más personas…»
Esta cita podría haber sido escrita sin duda en esta época, en que vivimos la pandemia llamada coronavirus. Pero asombrosamente fue escrita hace 190 años, en 1831, en una carta que envió el Gran Rabino Akiva Iguer (fallecido en 1837) al rabino de la ciudad de Pletshen, en medio de una epidemia de cólera en Europa. El rabino Iguer ayudo mucho a las autoridades de Poznan en aquel entonces en su lucha contra la enfermedad, y hasta recibió una carta de agradecimiento del rey de Prusia, Federico Guillermo III.
La historia se repite. Estamos viviendo una época que pensamos que es inédita. Toda nuestra vida ha sido afectada: la comercial, social, cultural, familiar y también la religiosa. Preguntas que no solo no pensamos jamás hacer, sino que tampoco podríamos entender la razón de hacerlas, nos las estamos planteando ahora. ¿A quién se le ocurriría preguntar si se puede participar en un Séder de Pésaj por Zoom? ¿O si rezar más de diez hombres, cada uno en su balcón en varios edificios, se considera un minyán en el que se puede decir Kadish?
Tomar la dura decisión de cerrar las sinagogas, explicar cómo se debe cumplir el luto por un padre o madre sin poder ir a la sinagoga ni decir Kadish, orientar sobre cómo debe orar cada uno en su casa, qué podemos decir y qué debemos omitir. ¿Qué hacemos si nos toca celebrar un Brit Milá y ni siquiera hay mohel? ¿Se puede posponer una boda? ¿Cómo se maneja el tema del mikve en estos tiempos en que no deberíamos salir de noche de la casa, y cómo cuidamos la higiene del mikve? ¿Cómo se manejan la tahará y el entierro de un fallecido por causa de la pandemia, o por otra razón? Todos estos son ejemplos de las preguntas que los rabinos y autoridades de las comunidades enfrentamos en estos tiempos.
Pensamos que vivimos una época inédita, pero la historia se repite. Es suficiente abrir el sidur y leer la famosa plegaria Avinu Malkéinu, donde está escrito: «Nuestro padre, nuestro rey, sálvanos de las epidemias… Nuestro padre, nuestro rey, aleja las plagas de tu pueblo«, frases que a lo mejor no tomamos tan en serio hasta hoy, para entender que las epidemias y las plagas siempre existieron y preocuparon a la humanidad. Se han vivido muchas pandemias. Millones de personas han fallecido por ellas, antes de la era común y después.
Los judíos las sufieron como todos los habitantes en las zonas en que vivían, pero menos que los demás. Es curioso entender que las leyes judías, que requieren un nivel más alto de higiene personal como el lavado de manos todas las mañanas, antes de comer y después de salir de los sanitarios, así como la tevilá (inmersión en la mikve) tanto de las mujeres como de los hombres, hicieron que los porcentajes de enfermos entre los judíos fueran notablemente menores que en el resto de la población. Esa realidad causó a veces desgracias, como durante la Peste Negra (1346-1353), en la que murieron alrededor de 25 millones de personas. Los judíos, por contagiarse mucho menos, fueron culpados de ser causantes de la epidemia por medio del presunto envenenamiento de los pozos de agua, y por ello se destararon matanzas —especialmente en Alemania, Francia y Suiza— en las que fueron asesinados miles de judíos.
Como citamos al comienzo, en aquellas épocas de la historia los rabinos necesitaban tomar medidas para frenar las epidemias, y dar instrucciones halájicas para saber cómo actuar y comportarse. El rabino Iguer recomendaba tomar algo caliente antes del rezo matutino (aunque se acostumbraba no hacerlo), para cuidar la salud durante la epidemia. Hizo un sorteo para definir cuáles serían las pocas personas que podrían asistir a la sinagoga en Rosh Hashaná y Yom Kipur, mientras los demás rezaban en su casa sin minyán. Y el rabino Israel Lipkin de Vilna (conocido como Rabi Israel de Salant, fallecido en 1883) autorizó a comer en Yom Kipur aun sin permiso especial de un médico, por la epidemia de cólera que se produjo en esa época.
Cuando le pedí al rabino Yaacov Ruza, miembro de la asamblea del Rabinato Principal de Israel y jefe de la Jevra Kadisha, algunas indicaciones sobre cómo manejar el tema de los fallecidos durante la actual situación, me envió varias fuentes de épocas de otras pandemias, en que los rabinos dieron indicaciones sobre cómo enterrar a los muertos sin poner en riesgo a los vivos.
El hecho de que Dios nos haya hecho vivir una época tan difícil y diferente, me lleva a algunas reflexiones que quiero compartir.
Además de las epidemias que hubo a lo largo de la historia, conocemos otras épocas en que las sinagogas debieron cerrar. Me refiero a los muchos tiempos oscuros en que, por causa del antisemitismo, se prohibió a los judíos rezar en las sinagogas; aquellos momentos de pogromos y otras amenazas, cuando los judíos tenían medio de reunirse en las sinagogas.
Pero para nada podemos comparar eso con la situación que estamos viviendo. Es la primera vez que nosotros mismos cerramos las sinagogas para garantizar nuestra protección y salud. Esta vez lo hacemos para proteger nuestra salud, y no por miedo a que nos hagan daño por ser judíos.
Es como la anécdota sobre un famoso rabino que, debido a su estado de salud, estuvo obligado a comer en Yom Kipur. Un alumno que lo vio haciéndolo le dijo que le producía mucho dolor que necesitara comer en esa fecha. Pero el rabino le respondió: «No debes sentir ningún dolor. Así como Dios te ordena a ti que ayunes, a mí me ordena comer en este Yom Kipur, para que durante los próximos Yom Kipur pueda, con el favor de Dios, ayunar”.
Así, nosotros mantenemos nuestras sinagogas cerradas durante este tiempo para que en el futuro —espero que muy cercano— podamos rezar tranquilamente con salud y alegría.
En el judaísmo, la palabra tzibur, el público, tiene un valor central. No es solo por la necesidad de contar con un minyán para realizar algunos rezos y actos religiosos, sino como parte de la existencia de Am Israel, para tener esa característica de pueblo, comunidad y unión. Un judío no puede vivir solo. La historia nos ha demostrado que, en la casi totalidad de los casos, los judíos que vivieron alejados de una comunidad desaparecieron. La unión entre los miembros de cada kehilá, el apoyo de uno al otro tanto físico como espiritual, cuidó y cuida a nuestro pueblo.
Este aspecto ha sido golpeado por esta pandemia. No podemos reunirnos en las sinagogas, no podemos juntarnos con la familia y amigos en casa para la cena de Shabat u otra festividad, y tampoco en momentos de luto como entierros y shivá. Este es uno de los retos de la comunidad en general y de los rabinos en particular. Pensar y reinventar la manera de hacer que la comunidad pueda sentir el «juntos», aun en estos días, ya sea por llamadas telefónicas, a través de reuniones por Zoom o cualquier otra forma tecnológica.
Un ejemplo lo podemos encontrar en la halajá que indica que si un individuo no puede rezar en un minyán, ni en la sinagoga ni en otro lugar, se le recomienda hacerlo en casa solo, pero a la misma hora en que rezaría en la sinagoga. Así, incluso estando solo, se le trata de dar la sensación de formar parte del grupo. Hoy, cuando no hay rezos en las sinagogas de Caracas, tratamos de organizarlo así; intentamos sentir la unión y el «juntos» durante los horarios de los rezos. Como dice el refrán de moda de esta época: «Estar lejos no quiere decir que estamos solos».
Jamás estuvimos tanto tiempo exclusivamente con nuestro núcleo familiar cercano. Seguramente estamos aprendiendo muchas cosas sobre nosotros y nuestra conducta familiar
Hay que sacarle provecho incluso a esta situación que no elegimos ni queremos. Por un lado no podemos rezar en las sinagogas, pero por el otro jamás tuvimos la oportunidad de rezar en familia, tan cerca de nuestros hijos e hijas. Hoy podemos unirnos a shiurim en todo el mundo, mientras que antes, si no participábamos físicamente, no podíamos ni teníamos tiempo para ello.
Esta época ha obligado a todo el mundo cambiar su enfoque. Si antes nos enfocábamos en la globalidad y la universalidad, ahora cada país se ha encerrado y debe preocuparse por sus habitantes. Y a nivel de la familia, sin duda hay un enorme cambio. Jamás estuvimos tanto tiempo exclusivamente con nuestro núcleo familiar cercano. Seguramente estamos aprendiendo muchas cosas sobre nosotros y nuestra conducta familiar.
Esta pandemia es una oportunidad más para aplaudir la unión, la solidaridad y la hermandad de nuestro pueblo. Solo al ver los grupos de Whatsapp en que se anotan decenas de personas con el fin de rezar y decir Tehilim por algún judío en el mundo al que ni conocen pero saben que está enfermo, nos llena de orgullo por pertenecer a este pueblo. Y ver cómo se organizó nuestra comunidad, y otras en el mundo, para hacer llegar los productos de Pésaj a todos sus miembros incluso en una época tan difícil y complicada, es solo un ejemplo más. Es una oportunidad más, para mí personalmente, de sentir orgullo por pertenecer a nuestra kehilá.
Estoy seguro de que la próxima vez que estemos juntos en la sinagoga, en Rosh Hashaná o en Yom Kipur, y recemos «Nuestro padre, nuestro rey, sálvanos de las epidemias… Nuestro padre, nuestro rey, aleja las plagas de tu pueblo«, lo haremos con mayor intención y concentración que en años anteriores.