Desde hace décadas forma parte del “paisaje” de Hebraica como su directora ejecutiva y creadora de muchas de sus actividades, al punto que una y otra lucían inseparables. En vísperas de iniciar una nueva vida en Israel, narra con su característica sencillez cómo se formó, cómo llegó a ser y cómo se reinventa… una vez más
En mi casa eso siempre estuvo presente; mi papá trabajó toda la vida en la Unión Israelita de Caracas y hablaba mucho sobre eso. Él dio clases en el colegio, siempre fue una persona muy comunitaria. También mi primo Natalio Glijansky, uno de los fundadores del colegio. Entonces eso siempre estaba ahí, en un lugar de mi cabeza. Un día estábamos un grupito tomando sol aquí en la piscina, se acercó Coby Benzaquén y nos dijo: “Mañana hay una clase muy importante del curso de madrijim, incorpórense, vengan, no se van a arrepentir”. Era una charla con Eliezer Kliksberg, aquí en el “pasillo rojo”. Yo fui junto a otras dos o tres. Después de que fui a esa clase parece que me atrapó, y nunca más dejé de ir a nada. Eso fue en 1978. Mi promoción del colegio fue muy especial, mucha gente de ese grupo ha estado muy activa en la comunidad.
No lo sabía. Sabía que quería hacer más cosas, que no me bastaba con el colegio. Y se me hacía fácil, me sobraba el tiempo… Mi mamá me metía en ballet, flamenco, guitarra, piano, mecanografía, en todo tipo de actividades, no era en Hebraica porque aún no había esas actividades aquí. Y así y todo me sobraba el tiempo. Entonces la gente se me acercaba y decía “vente, vamos a hacer tal cosa”, y yo siempre quería hacerlo. No era la líder, pero siempre estaba haciendo algo. Me fui perfilando en el liderazgo después de la Escuela de Madrijim; me pusieron como madrijá de un Tapuz; después en bailes israelíes, eso sí me cautivó, sentí que era un lugar donde podía desarrollar muchas cosas, y en eso sí me conformé como líder.
Había mucha gente todo el tiempo; recuerdo que los sábados estaba lleno, había competencias deportivas, competencias de natación y todo el mundo estaba alrededor. Uno venía a socializar, a entretenerse, a tomar el sol, a comer en “Pinatí”, que era un restaurant self-service baratísimo. Se socializaba mucho, todo era más sencillo, como muy casero. Había un ambiente social muy intenso que se fue perdiendo, no sé bien por qué; quizá la gente se fue complicando con sus vidas particulares, o se hizo más sofisticada, cambió de gustos, no sé.
A partir del año 82, durante la presidencia de Yosy Benarroch, Hebraica empezó a cambiar; Adolfo Finkelstein llegó de Macabi de Israel. La Escuela de Madrijim se formalizó, se crearon el Departamento de Juventud la Edad de Oro. Antes de eso no estaba tan organizado; uno venía a Hebraica y siempre había algo que hacer, pero no algo formal con inscripciones, como hoy.
Luego vino una época de presión económica; Hebraica tenía muchas deudas por las construcciones que se hicieron; todavía se estaban pagando los terrenos, y además la construcción del colegio la hizo Hebraica. Entonces muchas cosas se dejaron de hacer y la gente dejó de venir.
Fue cuando entré en bailes israelíes, en 1987. Eso lo había formado Silvio Berlfein, quien vino de Argentina por unos meses; cuando él se fue, Adolfo y yo dirigimos el primer festival Kineret, en 1982 en el Teatro Don Bosco; yo era una niña y fui profesora de casi todos los grupos… Al año siguiente volvió Silvio como por un año, luego contrataron a Alex Kurland, después a Oswaldo Gordin.
En ese entonces yo estaba estudiando Derecho en la UCAB, trabajaba con mis padres en su tienda en el centro, y hacía activismo todas las tardes en el Departamento de Juventud; en el 84 me había casado con Oscar, a quien conocí en un festival de bailes israelíes en Brasil. Estuve un año en Brasil, regresé, en ese momento se estaba yendo Oswaldo Gordin y no quedaría ninguno de los directores argentinos de bailes. Entonces Silvio me llamó y me preguntó: “¿Por qué no lo tomas? Estás en bailes israelíes desde el inicio. Tú puedes con eso”.
Le dije a mi papá: “Pa, me están ofreciendo trabajo en Hebraica”. Él me respondió “Haz lo que quieras, si sientes que esa es tu inclinación”; no me dijo que no ni que sí. No le encantó que me fuera del negocio, pero me dio la libertad de hacerlo. Y así empecé.
El Departamento de Bailes era importante, pues casi todo el mundo bailaba en la comunidad, hombres y mujeres. Me contrataron en ese año 87, cuando el presidente de Hebraica era Jacobo Arias, y lo hicimos crecer: Kineret tuvo dos escenarios; luego en el 88 tuvimos un sistema de televisión de circuito cerrado con pantallas gigantes y entrevistas en vivo al público, algo impresionante que no era común en esa época.
Eduardo Lisogorsky, quien era el gerente general de Hebraica (así se llamaba el cargo), siempre me decía: “Tú vas a llegar lejos. Vas a tomar el Departamento de Actividades, y después vas a asumir mi lugar”. Yo le contestaba: “¿De qué hablas?”. Yo quería bailes israelíes, más nada. Pero así fue; él habló con Freddy Pressner cuando era presidente de Hebraica, y Freddy me dijo: “Ahora tú vas a tomar no solo el Departamento de Bailes sino el de Actividades, el Socio-Cultural, y vas a ir creciendo hasta llegar a la Gerencia General. Pero te tienes que preparar”. Así me anunció que yo iba por ese camino.
Cuando llegó Roby Croitorescu a la presidencia yo estaba en los departamentos Socio-Cultural y Actividades. Me propuso asumir la gerencia general, pero los directivos tardaron seis meses en tomar la decisión, no querían… Unos decían que yo era muy joven, otros que era mujer, otros preguntaban qué experiencia tenía yo…
Tenía un poco de miedo, pero era un superreto.
Cuando entraba en las reuniones de junta directiva nadie me escuchaba, era la única mujer y muy jovencita. Eso era en el año 93, tenía 31 años. Me veían como una secretaria que estaba ahí, a pesar de que sabían que había hecho crecer varios departamentos y todo había cambiado mucho con mi impronta. Me costó bastante posicionarme, que me consideraran una persona que tenía una opinión y que podía hacer cambios.
En esa época teníamos una asesoría del Joint Distribution Committee; ellos me dieron una capacitación que para mí fue un punto de quiebre: me enseñaron cómo se planifica, pues no sabía nada de planificación; cómo se recaudan fondos; me hicieron seguimiento y al resto del equipo. Y decidí tomarlo al pie de la letra. Ellos se quedaron asombrados, porque decían que dictaban otras asesorías y cursos pero no les hacían mucho caso… Hasta hoy en día uso las herramientas que aprendí en esa época; resultaron ser unas súper-herramientas para organizar, para llevar a cabo todos los planes, manejar la institución en general, y hasta lo presenté como un caso de estudio en uno de los encuentros del Joint.
También hice otros cursos, fui a muchos congresos representando a Hebraica: Macabi, la Agencia Judía, y todo lo que aprendía lo aplicaba. Yo soy una persona que aprende todo el tiempo, hasta el día de hoy sigo aprendiendo. Nada lo inventé, todo lo traje y lo apliqué, adaptándolo. He aprendido a conectar cosas: un conocimiento de aquí con otro de allá para quizá convertirlo en una tercera cosa. Es una habilidad que he ganado con los años, visualizar lo global.
Que la gente considere a Hebraica como un lugar de referencia, donde las cosas se hacen bien, donde se siente paz, donde las personas se sienten felices; y además como una institución judía, no solo “para judíos”: sionista y judía. Que aquí no solo se hacen actividades deportivas y recreativas, sino que hay un sentido y un contenido. Para mí ese es el mayor logro. Eso se logró con un grupo de gente, y ese es un segundo logro que apoya al primero: el estilo gerencial y de cogestión directivos-profesionales, con todos sus tropiezos porque cada dos años cambia el presidente y cambia el estilo, pero así y todo hay una estructura, un ambiente de trabajo muy bueno; la gente siente que esto es parte de su vida, que está haciendo algo importante, una misión. Al final de cuentas lo que uno quiere es tener algo relevante y significativo que hacer en la vida.
Pienso que ya lo tenía. Todo el tiempo tengo que estar haciendo algo, desde chiquita. Soy una persona inquieta, curiosa.
No sé, eso quizá lo fui ganando con el tiempo, pero pienso que viene conmigo, que desarrollé muchas capacidades porque recibí muchos estímulos; debe ser por mis padres. Mi papá me hablaba como a una persona adulta, me ponían muchos retos, me exigían mucho. Posiblemente eso fue lo que me hizo desarrollar esas habilidades. Nunca lo pensé, la verdad; no tengo idea. Es normal para mí. Pero ahora con el teléfono, cuando estoy escribiendo, me desconcentro un poco; ya no escucho tanto. Lo del teléfono me ha quitado un poco esas capacidades, o tal vez la edad…
No me lo imagino, y no lo “pienso pensar” hasta que me pase. No soy una persona de estar pensando mucho en el futuro. Planifico, pero lo dejo ahí, no sigo pensando en eso. Trato de vivir el presente, no estoy metida en el futuro.
Creo que me va a afectar, porque el ritmo que va a cambiar por completo. Pero estoy metida en muchos proyectos a nivel internacional. Hatzad Hashení es uno de ellos, y tenemos muchos proyectos ahora que yo empiezo a estar más “libre”. Estoy metida con la Organización Sionista Mundial, con el Joint, varias cosas. Quizá cuando esos proyectos se calmen sentiré que “me falta algo’. Y lo buscaré. Estudiaré. Mi plan es meterme en la política, a ver si puedo. Quiero contribuir seriamente en algo, y creo que si en Israel no te metes en política no hay cómo.
Será un cambio grande, lo voy a asumir día por día. Soy una persona muy optimista, me adapto a todo; veré cómo me va. No te voy a decir que es para toda la vida, a lo mejor no me gusta, no me adapto, no sé. Voy a probar, mi meta es aguantar como mínimo tres años a ver cómo me va. En Israel las cosas son difíciles; la parte económica es pesada, la gente es más agresiva de lo que estamos acostumbrados, hay tráfico… Pero tengo fe en que con mi poder de adaptación voy a lograrlo.
Voy a seguir en contacto, y espero ayudar a la comunidad en lo que pueda desde allá. Estoy explorando diferentes cosas. Me gustaría meterme en el tema de la educación, ya he incursionado en eso. Creo que la educación va a sufrir un cambio muy grande, porque los niños ya saben más que los maestros, incluso en conocimiento duro. Tienen toda la información a su disposición y los profesores no pueden mantener su atención. La escuela tiene una función de guardería: dónde dejar a los niños mientras los padres trabajan. Eso en cuanto a la forma, pero también está el fondo: ¿Cuál va a ser la educación judeo-sionista? ¿Qué va a ser relevante para un niño, por qué va a seguir siendo judío, por qué eso es importante? ¿Y qué es lo que nos une como judíos? Algunos dicen que el idioma, otros que la religión, pero los que no saben hebreo ni son religiosos, ¿con qué se conectan? Israel es lo único realmente común que tenemos.
Hay mucha propaganda antiisraelí que los jóvenes estadounidenses están asumiendo: “Mira lo que le están haciendo a los palestinos”. Les falta información, se empiezan a distanciar de Israel, e Israel no sabe venderse muy bien. Eso es lo que me interesa, ver cómo puedo contribuir, estar en alguna mesa donde se trabajen esos temas, crear cosas, influir de alguna manera para que se hagan cambios. Estoy en Hatzad Hashení, y también en un proyecto de educación que se llama Ayn Letzíon, para pequeñas comunidades.
Hay comunidades judías latinoamericanas muy pequeñas, como las de Perú y Costa Rica; estoy trabajando con ellas para entender cómo sobreviven, qué es lo que hacen y cuáles son las nuevas preguntas. Hay que empezar a pensar diferente. Cuáles son los círculos de pertenencia de la gente: qué te genera memoria, cómo te relacionas con los conceptos de la tradición, si todo es sentimental. Hay que propiciar experiencias para que la gente se conecte. En Israel hay muchos experimentos sobre ese tema, y aquí no lo sabemos.
Amén. Ojalá que pueda entregar algo nuevo para ayudar.
Yo creo que todavía hay comunidad para rato. Por lo que te conté, estoy en contacto con comunidades muy pequeñas. En Ecuador son 600 personas, pero tenías que haber visto el acto que hicieron por su 80 aniversario, el colegio que tienen, la institución que tienen, los voluntarios que tienen. En Perú son 2.000 personas y tienen una comunidad increíble, superorganizada, con un colegio bellísimo; Costa Rica, adonde estoy asesorando, también.
Todo tiene algo bueno y algo malo; lo malo es que ya no somos como antes, hay nostalgia por lo que fue. Pero creo que la gente se reinventa, se une más, empieza a pensar en un futuro diferente. Aquí la comunidad va a ser más pequeña, pareciera que va a ser más religiosa, y se va a tener que ir adaptando. Hay mucha gente que apoya, hay gente que se fue que sigue aportando porque no quiere que esto se acabe. El país no nos permite ver muchas luces, pero como buenos venezolanos nosotros nos adaptamos a todo. Yo no soy fatalista. La comunidad tiene todavía mucho camino por andar, hay estructuras que a lo mejor habrá que repensar, optimizar, reducir o lo que haga falta. Hay mucha gente pensándolo y se está planificando estratégicamente. Estamos haciendo un estudio demográfico y mucha gente dice que no se va, mucha más de lo que yo pensaba.
La parte económica puede ser un problema, pero ahora todo el mundo judío está con los ojos puestos en la comunidad de Venezuela, porque cuando lo hicimos bien, lo hicimos muy bien. Nunca pedíamos nada. Es una comunidad muy querida, con una imagen excelente, y entonces ahora todo el mundo nos quiere ayudar. Estamos recogiendo los frutos de lo que se hizo bien. La comunidad va pa’lante, ya verás.
«Nos ha permitido soñar», por Ricardo Landau
«Qué representa Anabella para la comunidad», por Simón Sultán
«Nuestra querida Anabella», por Coby Benzaquén
Palabras de Carlos Chocrón en nombre de los ex presidentes de Hebraica
Una despedida que no termina: Anabella Glijenschi de Jaroslavsky