Elías Farache S.
La dinámica del Estado de Israel, su historia y su cotidianidad, resultan muy singulares. Extrañas, diríamos. Siendo que el pueblo judío es un superviviente del tiempo trascurrido desde la existencia del mismo Abraham, la dimensión temporal le juega algunas pasadas al moderno país de los judíos del siglo XXI.
En unas semanas, ha de visitar el Medio Oriente el presidente de los Estados Unidos. Es una constante de las administraciones norteamericanas visitar la región y, al menos una vez por década, presentar un plan de paz que dé soluciones al conflicto árabe-israelí. Desde hace siete décadas estos planes no han funcionado, esas visitas se terminan desvaneciendo en medio de las desavenencias de las partes entre sí y dentro de sí.
Es verdad que se pueden señalar logros. La paz entre Israel y Egipto, la paz entre Israel y Jordania. Más recientemente, los Acuerdos de Abraham. Un legado de Donald Trump y Benjamín Netanyahu que reconocen todos, partidarios y adversarios de los polémicos jefes de gobierno de otrora. Ambos con serias posibilidades de retorno. Sin embargo, el tema del conflicto israelí-palestino sigue sin solución. En una etapa de parálisis cuya calma se rompe a voluntad de algunos dirigentes que asumen la violencia como arma de presión y negociación, sin que la misma les haya devengado los éxitos y logros que pretenden.
Joe Biden cumplirá la tradición de los presidentes estadounidenses que presentan un “plan de paz” para el Medio Oriente
(Foto: AP)
En el Medio Oriente, las décadas no cuentan en su verdadera extensión. Y las semanas pueden producir cambios dramáticos. En 1967, la Guerra de los Seis Días desdibujó el panorama local y regional, también el equilibrio de fuerzas en la zona. En la tambaleante pero existente coalición de gobierno israelí, cada semana tiene la intensidad de una década quizá. Lo que ocurra esta semana, o la próxima, puede ser de impacto tremendo en Israel, sus vecinos y la región.
Cuando Joe Biden visite Israel en unas tres semanas, no sabemos quién será el primer ministro: el actual, el jefe de la fracción de Yesh Atid, o el líder de la oposición. Pero sí se sabe que el conflicto con Gaza ha de seguir en las mismas, antes, durante y después de su llegada. Igual como ha de seguir en las mismas las relaciones de Israel con la Autoridad Palestina. No pareciera que la administración americana se vaya a tropezar con nada distinto a lo que han encontrado las administraciones anteriores.
El gobierno israelí y la oposición se sienten presionados por la visita de Joe Biden. Es natural. Estados Unidos es el principal aliado de Israel en estos momentos, y desde hace tiempo. A los israelíes les cuesta explicar la situación que se vive, a los norteamericanos entenderla. Es comprensible, porque las posiciones asumidas por las contrapartes de Israel carecen de la racionalidad y el pragmatismo necesario.
También, en todas las décadas de existencia de Israel, su supervivencia se ha visto amenazada. Por enemigos más numerosos y mejor armados, por andanadas de cohetes como la de 1991 durante la Guerra del Golfo, cuando Iraq bombardeó el país. A pesar del poderío creciente que se le atribuye a Israel, siempre ha sido víctima de alguna amenaza cierta y temible.
En estas décadas, la amenaza de un Irán nuclear es una preocupación mayor. Algo que suma décadas y podría resolverse en semanas. Mejor por las buenas, porque no hay otra forma que no sea sino mala. Joe Biden lo sabe, lo saben todos.
Entre semanas y décadas. Cosas de la historia y los destinos nacionales.