La historia del pueblo judío está llena de elecciones entre algo malo y algo peor. Entre lo malo y lo peor, lo malo es preferible. Es mejor, aunque no sea bueno. Consuela, no satisface.
Rabí Yojanan Ben Zakai, durante el asedio romano a Jerusalén, negoció y capituló ante Vespasiano para preservar el estudio de las fuentes, el acervo académico del Judaísmo. Se quedó con la academia de Yavne y sus alumnos. Muchos criticaron esta posición, que significó la derrota definitiva a manos de Roma, pero logró la supervivencia del Judaísmo hasta nuestros días. Era malo capitular, pero peor desaparecer en una guerra perdida ante un imperio cruel. Rabí Yojanan Ben Zakai eligió algo malo: no se salvaría el Templo de Jerusalén, pero se fundaría el Judaísmo rabínico que permitió la conservación del Judaísmo. Lo peor habría sido la destrucción total del pueblo y su saber. Tito, el hijo de Vespasiano, terminó quemando el segundo Templo de Jerusalén y toda Jerusalén.
La historia del moderno Estado de Israel tiene varios episodios en los cuales hubo que elegir entre algo malo y algo peor. Ben Gurión colaboró con los británicos en la Segunda Guerra Mundial, a pesar del Libro Blanco que limitaba cruel y drásticamente la inmigración judía a la Palestina del Mandato Británico. No colaborar con el esfuerzo de guerra británico habría sido apoyar a los nazis, algo sin duda peor.
El 7 de octubre de 2023 significa para Israel y los judíos un llamado de atención muy fuerte sobre lo barata y poco llorada que es la sangre judía por parte de una espeluznante mayoría. Es el evento más trágico desde la Shoá, el Holocausto. Hombres, mujeres y niños fueron asesinados, vejados y secuestrados. El mundo ha estado impasible ante los hechos conocidos por todos. Luego de casi dieciséis meses de guerra, de eventos insospechados en el convulsionado Medio Oriente, cuando quedan 98 rehenes en Gaza, se llega a un esquema que podría liberar a las infortunadas victimas en etapas no confirmadas.
Familiares de los rehenes israelíes durante una de sus frecuentes protestas, mientras se proyecta un video con la foto del bebé Kfir Bibas
(Foto: AP)
El acuerdo que empieza a ejecutarse justo cuando se escriben estas líneas es malo. Israel no recibe a todos los rehenes, existe una caprichosa e injusta clasificación de estos, y se trata a la contraparte y sus aliados como entes respetables. Sin entrar en ningún otro calificativo, basta mencionar que se trata de secuestradores. Y el secuestro es un crimen que todos condenan fuertemente, menos en este caso particular de los secuestrados israelíes.
Dentro de Israel existen posiciones encontradas. Por un lado, está el compromiso ético de rescatar los secuestrados a cualquier precio. Se trata de personas inocentes, de familias que sufren la desaparición de sus seres queridos. Hay toda clase de individuos, incluyendo infantes. El dolor de toda la sociedad israelí es inmenso, la vergüenza de haber permitido que ocurriese el 7 de octubre es tremenda. Es el sufrimiento de toda una nación.
La experiencia pasada de canjear rehenes israelíes por prisioneros condenados en Israel ha sido desastrosa; los liberados de las cárceles israelíes retoman sus andanzas y ocurren más atentados. No hay que ir muy lejos: Yahya Sinwar, autor intelectual y material de los acontecimientos del 7 de octubre de 2023, fue liberado cuando se intercambiaron más de 1000 prisioneros por Gilad Shalit el 18 de octubre de 2011. No cabe duda de que un acuerdo de liberación masiva es peligroso. ¿Es un argumento suficiente para no aceptar un acuerdo que libere rehenes, aun a cuentagotas?
La consideración que obliga a realizar el acuerdo es que sería peor no hacerlo. Los 99 rehenes estarían condenados a muerte. Es terrible recibirlos en cuotas, pero es cuestión de salvar los que se pueda. Israel ha presionado para recuperar a sus secuestrados, pero el consenso mundial es que debe negociar con quienes retienen a estas desdichadas víctimas. No se entiende muy bien la postura de quienes presionan a Israel para implementar este acuerdo, sin ejercer una presión total sobre quienes fungen de contraparte. Se legitima el secuestro como instrumento de negociación. Se tolera a quienes apoyan a los secuestradores. Se liberan prisioneros convictos y confesos. Se negocian cuotas, y se etiqueta alegremente aquello de razones humanitarias.
El acuerdo que empieza a ejecutarse justo cuando se escriben estas líneas es malo. Israel no recibe a todos los rehenes, existe una caprichosa e injusta clasificación de estos, y se trata a la contraparte y sus aliados como entes respetables
¿Alguna otra nación en el mundo negociaría estos términos con quienes tuviesen a sus ciudadanos secuestrados? ¿Existen guerras en las cuales una de las partes provea ayuda humanitaria a la otra sin exigir su rendición? El Medio Oriente resulta, además de complicado, kafkiano.
Al llegar a casa las primeras tres jovencitas liberadas, embarga a todos en Israel una alegría indescriptible. La emoción se traduce en llanto, pero no se deja de pensar en el resto de los rehenes, ni cómo será de terrible lo de aquellos que regresen cadáveres, o si el acuerdo finalmente se completará. Una y otra vez, los israelíes y los judíos, también otras gentes de bien, se preguntan por qué no se ha liberado a todos los rehenes, por qué persiste esta situación tan terrible. La respuesta es obvia y triste.
La dirigencia israelí optó por aceptar este acuerdo que, siendo malo, es mejor que la alternativa de no tener a los rehenes de vuelta parcial o totalmente, aun a sabiendas de los riesgos que se corren. La presión que se ejerció sobre Israel para que aceptase negociar y los términos de la negociación fue tremenda, de parte de su aliado más cercano, los Estados Unidos de América, y mediante la administración saliente de Joe Biden y la entrante de Donald Trump. Los israelíes y los judíos, siempre agradecidos con sus amigos y por sus gestos de solidaridad, no dudan en reconocer los esfuerzos y el interés de los norteamericanos en resolver este asunto. Queda el sabor amargo de sentirse presionados y sin todos los rehenes de vuelta, negociando con quienes no se debería tratar en ninguna circunstancia. Obligados a elegir entre lo malo y lo peor.
Del don’t de Joe Biden al hell de Trump, se puede extraer un denominador común: la sangre judía es barata. Damos las gracias porque se ha podido elegir lo mejor… pero entre lo malo y lo peor.
Como siempre, a Dios hemos de encomendarnos.
Este es un tema de gran actualidad, una tragedia humana de dimensión creciente y vergonzante para los países que presumen...