Esta semana se inicia con una fusión entre dos partidos algo disímiles. Azul y Blanco, al mando del ministro de defensa, Benny Gantz, se une al partido Nueva Esperanza, de Gideon Saar, ministro de Justicia. El objetivo es captar votos que originalmente pudieran ir al partido del actual primer ministro en funciones, Yair Lapid y Yesh Atid.
Saar se define a la derecha del Likud. En la práctica, no parece ser así; formó coalición con partidos de izquierda radical en el recién terminado gobierno. La alianza entre Gantz y Saar pretende fortalecer una especie de centro político algo orientado a la derecha, que sirva de fiel de la balanza en caso de que ni Lapid ni Netanyahu logren 61 escaños en las elecciones de noviembre y entonces deban negociar.
Esta unión de partidos con plataformas ideológicas encontradas desdibuja en cierto modo el panorama electoral. La derecha parece diluirse en un centro algo confuso. Lo mismo sucede con la izquierda. El resultado puede ser un empoderamiento de partidos de derecha más consistentes. Las encuestas preliminares reflejan eso y, además, una mala proyección para Méretz, el partido de extrema izquierda. Pareciera que vamos a un resultado muy apretado y polarizado. Las ventajas a 100 días de las elecciones no son sustentables ni confiables.
Pero esta semana también Israel tiene la tradicional visita de término presidencial del mandatario norteamericano en funciones. Joe Biden es el presidente que ha conocido y tratado con el mayor número de primeros ministros de Israel, remontándose a la legendaria Golda Meir. Lapid y sus aliados de partido confían en que un resultado positivo de la visita podría redundar en un mejor resultado electoral. En el pasado reciente, Benjamín Netanyahu jugó esa carta con éxito.
Biden necesita un logro que lo ayude en su imagen doméstica, imagen golpeada por la inflación, la debacle del mercado de valores y la guerra en Ucrania. No parece que Biden y Lapid puedan lograr mucho con Mahmud Abbas para retomar algún tipo de negociación entre Israel y los palestinos de la Margen Occidental. Con los de Gaza y Hamás, la esperanza de algún progreso es remota, por no decir inexistente.
Biden y Lapid echan sus cartas a algún tipo de normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Ello sería fabuloso para todos. Ir avanzando en temas de paz y convivencia desarman las amenazas de conflictos y de asociaciones indebidas entre países que adversan a Israel. Sería una profundización de los Acuerdos de Abraham, impulsados por Donald Trump y Benjamín Netanyahu, que rompieron el paradigma según el cual ningún avance de paz o de establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y países árabes sería posible hasta tanto se solucionara el conflicto entre israelíes y palestinos. Un avance en las relaciones entre Israel y Arabia Saudita le daría buenos créditos a los exmandatarios y ahora candidatos o precandidatos electorales, Netanyahu y Trump. Paradojas de la política.
Es decir, que esta semana seguimos en el ciclo electoral que ya va por cinco elecciones en menos de 30 meses, y en una visita más de un importante mandatario con buenas intenciones que no logrará resolver las diferencias entre Israel y los dos enclaves palestinos que lo adversan. Resulta curioso que casi cada administración americana ha elaborado un plan de paz para el Medio Oriente… y ninguno ha funcionado.
Entre visitas y elecciones Israel ha salido adelante, consolidando su independencia y posición como Estado y nación. No se puede decir lo mismo de sus contrapartes intransigentes y nada pragmáticas. El derecho a equivocarse es ejercido a plenitud.