El pueblo judío es uno de conservación y trasformaciones. Haber sobrevivido con la identidad religiosa y nacional para llegar a nuestros días requiere de un apego estricto a leyes y valores, preceptos y costumbres. Y también, por paradójico que parezca, de una capacidad de trasformación y adaptación a los tiempos y circunstancias que se han vivido.
En el largo camino desde que nació el pueblo de Israel, es verdad que muchas almas se han perdido por efectos de la asimilación. Un enemigo silente y mortal, siempre presente y mucho más, en sociedades tolerantes en apariencia. Pero con todo y las bajas que ha sufrido, incluyendo las de persecuciones y crímenes contra los judíos, el balance es positivo. A veces con dolor, pero positivo. En el siglo XXI, está en la palestra mundial en casi todos los ámbitos de importancia de la humanidad. Una humanidad que vive sus vivencias trasmitidas en tiempo real.
Nuestros días tienen a un pueblo judío muy distinto al de los anteriores dos mil años. Por primera vez existe un Estado judío, y las diásporas, además de ser en su conjunto menos numerosas, son también voluntarias. Además, analizándolo con algo de cuidado, vemos que las situaciones que se viven en menor y hasta pequeña escala en comunidades y hasta congregaciones, se viven en el Estado de Israel. Lógico, pues de judíos se trata.
Unas 80.000 personas protestaron en Tel Aviv la noche del 14 de enero contra la propuesta de reforma judicial (Foto: AFP)
El mundo de nuestros días se debate en muchas latitudes entre liberalismo y conservadurismo. Por un lado, las libertades necesarias y justas de todos los hombres para tener y ejercer sus derechos ciudadanos. Por otra, la necesaria disciplina de conducta que se tenga, lo que se conoce como normas y costumbres de bien. En ambas corrientes, debe privar el necesario sentido común. Un liberalismo extremo, que confunda las libertades y derechos con conductas poco edificantes o posiciones aberrantes, no significa liberalismo. Un conservadurismo extremo, que pretenda una disciplina coercitiva o la negación de ciertas manifestaciones genuinas, no es una postura sostenible. Pero en ambos campos, en el liberalismo y en el conservadurismo, existen los extremos minoritarios que tienden a impedir la natural convivencia entre quienes viven y opinan distinto, sin tener que molestarse unos a otros.
En las comunidades judías del mundo, podemos ver esos fenómenos de apertura y de integración. En el extremo se llega a la asimilación, la pérdida de identidad. Y se ven también los procesos de vuelta a las raíces. En el extremo, suponen aislamiento y hasta atraso. Cuántas comunidades de varios países han sucumbido a los efectos de la asimilación, cuántas otras han cerrado filas en torno al aislacionismo. Como siempre, el camino del medio, el sendero dorado, es el más complicado de transitar, por más que sea el más razonable y conveniente.
Quienes tienen un espíritu conservador, temen los cambios bruscos y las condescendencias extremas. Toleran las diferencias de otros grupos, pero se sienten amenazados de ser arrastrados a posturas y conductas que no son agradables o aceptables para ellos. Quienes tienen un espíritu liberal, temen que aquellos que se consideran más cautos o conservadores les impidan desarrollar o vivir su conducta liberal, que en su celo amenacen su verdadera libertad y los derechos de todos. Cuando el diálogo se hace poco frecuente, privan los temores y los fantasmas, se enrarece el ambiente.
Luego de dos mil años de exilio, de setenta y cinco años de independencia nacional, siendo el hogar del pueblo judío, es natural que haya discusiones y divergencias. Lo contrario sería extraño y preocupante
Israel y sus ciudadanos no son ajenos a estos fenómenos y procesos. Un Estado de corte liberal, con una población culta y de posicionamientos claros, con una tradición de religión, valores y costumbres, y con un leit motiv respecto a la libertad. La muy noticiosa propuesta de reforma al sistema judicial puede bien ser vista como una batalla entre campos conservadores y liberales. Solo que los medios y las opiniones las lideran muchas veces quienes se anotan en los extremos. Allí está el problema.
Cualquier país democrático tiene el derecho de revisar sus mecanismos de gobierno, la relación entre los poderes, dentro del marco que sea legítimo. Y lo más importante es, hoy en día, dada la inmediatez de la noticia y los comentarios, guardar ciertas formas que no ensucien el fondo. No se puede decir, lamentablemente, que la vocería en Israel, la presencia y acceso a los medios, cumpla con las debidas formas. Excesos de la democracia.
Luego de dos mil años de exilio, de setenta y cinco años de independencia nacional, siendo el hogar del pueblo judío, es natural que haya discusiones y divergencias. Lo contrario sería extraño y preocupante. Aunque se deben evitar las expresiones fuera de lugar, lo que garantiza la supervivencia del pueblo judío es, precisamente, cambiar y adaptarse.
Son varios milenios entre cambios y adaptación. El siglo XXI, Israel… no son la excepción.