E l sonido más conocido en la tradición judía es el del shofar. Vamos a la sinagoga en Rosh Hashaná no solo para escucharlo, sino también vivirlo y sentir profundamente su efecto en nuestras almas.
Tocamos diferentes sonidos. El sonido largo se llama tekiá. Los tres cortos, shevarim. Nueve sonidos cortos se llaman teruá. Los sonidos se hacen en ese orden, y la tekiá se emite nuevamente al final de la secuencia. ¿Cuál es la importancia de repetir este sonido?
Primero expliquemos el por qué hacer sonar el shofar en Rosh Hashaná. Si tenemos algo que decir en ese día sagrado, ¿por qué no utilizamos palabras? Un instrumento primitivo, que emite sonidos primarios, evoca a los hombres de las cavernas, cuando el lenguaje era incipiente y la capacidad verbal del hombre era demasiado limitada para trasmitir ideas complejas. Ahora que sabemos cómo articular nuestros pensamientos, ¿por qué no lo hacemos?
El hecho es que articulamos un montón de palabras durante los Yamim Noraim. Pasamos horas y horas convirtiendo el contenido de página tras página en oración y súplica. Pero hay un nivel de emoción que no puede ser articulado, una profundidad que va más allá de las palabras; solo se puede acceder a ella a través del sonido sin palabras.
Cada idioma tiene un equivalente para la expresión “ay”. Sin embargo, no importa qué idioma hablemos, cuando experimentamos un dolor muy intenso y penetrante, simplemente gritamos. No decimos “me duele”, ni siquiera “ay”. Emitimos un grito gutural de modo que comunicamos el dolor más allá de las palabras.
Lo mismo sucede con la emoción. Algunos sentimientos pueden ser comunicados a través de la poesía, emociones más profundas con una mirada. A veces las emociones son tan intensas que brotan lágrimas de alegría. Algunas emociones son tan poderosas, tan profundas, que lo único que se puede hacer es suspirar y emitir un “aaaah”.
Luego viene la emoción que está más allá de la articulación. Incluso un sonido sin palabras no puede capturarla. Eso es lo que sentimos en Rosh Hashaná. Nuestro vínculo con Dios es tan profundo, vasto y penetrante que el sonido emitido por el ser humano no le hace justicia. En su lugar, se utiliza un instrumento. Se alcanza una apertura en nuestros corazones para liberar torrentes de emociones profundas y largamente reprimidas. Se alcanza una apertura en nuestras almas a través de la cual fluyen cascadas de nuestro anhelo por Dios.
Una metáfora describe esta experiencia trasformadora: como resultado de los factores ecológicos y climáticos, el río se ha secado. ¿Cómo se surte de agua nuevamente? Cava hasta conseguir un manantial; al llegar a él, el agua vuelve a la superficie y llena el cauce del río. Este fluirá nuevamente con toda su fuerza, quizá con una potencia aun mayor que antes.
Nuestra relación con Dios algunas veces se seca. A lo largo del año, no nos damos cuenta de que los niveles de agua disminuyen. Todavía hay un montón de agua en el lecho del río. Pero cuando el río se seca, no podemos seguir mintiéndonos. Debemos hacer una pausa y tomar nota de lo ocurrido.
En Rosh Hashaná echamos un vistazo a nuestro río y descubrimos que se secó. Necesitamos reponer la conexión, pero ¿de qué fuente podemos llenarnos? Tenemos que encontrar un nuevo manantial, el viejo pozo se ha secado. Es por ello que cavamos profundamente en nuestras almas, hacia un lugar que está todavía sin explotar, un lugar que está más allá de la articulación, con objeto de aprovechar una nueva conexión hasta ahora no experimentada, fresca, con Dios.
Es por ello que el momento del toque del shofar es tan espiritual y edificante. Podemos sentir el shofar rasgar lo más profundo de nuestras almas. Podemos sentir las vibraciones muy adentro, y la liberación de conexiones de gran alcance. Es así como muchos judíos que no asisten frecuentemente la sinagoga hacen un punto de honor el asistir en Rosh Hashaná. ¿Cómo podemos perdernos la experiencia? Es la más significativa y de mayor alcance en el repertorio de nuestras tradiciones.
Nos mantenemos en silencio, y escuchar el sonido del shofar evoca la memoria del sumo sacerdote en el lugar más sagrado del Templo en Yom Kipur, el día más sagrado del año. El cohén gadol también se mantenía en silencio, no decía palabra alguna. Cuando salía del Santo de los Santos, entonaba una oración corta, pero en el Kodesh Hakodashim se mantenía en completo silencio.
La conexión que sentía con Dios en ese espacio sagrado era indescriptible. Más allá de palabras y más allá del sonido. Cuando se encontraba allí, no era un individuo privado, sino que representaba a la nación entera: cada alma judía estaba dentro de él. La reverencia experimentada por el cohén gadol resonaba en cada alma del pueblo, especialmente en los que estaban presentes en el Templo en ese instante.
Hoy no existe el Templo, no somos capaces de experimentar la conexión de ese entonces con Dios. Todos los días esperamos su reconstrucción con la llegada del Mashíaj. Mientras tanto tenemos que conformarnos con una alternativa. Lo más cercano a esa experiencia es expresarnos sin palabras: los sonidos del shofar.
Volvamos ahora a la repetición de la tekiá, el sonido único y largo. De los tres sonidos, el prolongado es el menos articulado. Ciertamente los otros sonidos carecen de palabras, pero tienen carácter. El shevarim es un gemido y la teruá es un sollozo. Se comunica un mensaje que nos dice qué sentir. La tekiá es solo un grito, una sirena profunda y penetrante que no dice nada; proviene de las profundidades, y no tiene ningún mensaje, más que un simple “yo estoy aquí”.
El gemido y el llanto indican remordimiento por haber permitido que nuestro río se mantuviese seco. La tekiá es la explosión que golpea una fuente para volver a llenar el cauce del río. La primera tekiá es el grito angustioso que proviene de lo más profundo de nuestro ser. La segunda tekiá es la respuesta de Dios desde las alturas. Al igual que nuestro anhelo surge de nuestras profundidades, la respuesta de Dios surge de sus profundidades.
En preparación para el sonido del shofar se recitan varios versículos. El primero afirma: “Desde las estrechuras llamo a Dios; a partir de una vasta extensión Dios responde”. Nuestra primera llamada a Dios ocurre desde lo estrecho, un lugar confinado y profundo. La respuesta divina proviene de la fuente celestial que está colmada de amor y perdón. Esa es la fuente que hemos tratado de aprovechar con nuestro grito. La primera tekiá es el grito que da voz a nuestra desesperación. La segunda tekiá da voz a su respuesta.
Para ponerlo en perspectiva, los sonidos del shofar comunican el mensaje siguiente: tekiá afirma que estamos desesperados y anhelamos la presencia de Dios desde nuestras profundidades. Shevarim y teruá conceden que estamos quebrantados por haber permitido que nuestra relación con Dios ocurra en terreno estéril. Tekiá, Dios responde con amor y dice: “Retornen, hijos míos, retornen. No importa dónde se encuentren, siempre podrán volver a casa”.
A través de todas las generaciones, cuando la situación ha sido negativa para la nación hebrea, esta siempre ha sabido que la manera de superar los obstáculos es dirigirnos a Dios. En este venidero Rosh Hashaná, cuando escuchemos el sonido del shofar que rasga los cielos, escojamos cada uno, a su nivel, una mitzvá que mantendremos al máximo; Él verá nuestra situación y nos enviará a su redención personal; en última instancia, seremos merecedores de la redención final.
Me gustaría añadir mis humildes bendiciones a nuestra comunidad: Quiera Dios inscribir a cada uno de ustedes en el Libro de la Vida y les conceda un año pleno de felicidad y alegría. Que Dios responda positivamente a todas nuestras oraciones. Amén.
¡Leshaná Tová Tikatevu Vetejatému!