“Y salió un hijo de una mujer israelí —siendo hijo de un hombre egipcio— dentro de los hijos de Israel, pelearon en el campamento el hijo de la israelí y el hijo del israelí. Y pronunció el hijo de la israelí un nombre particular de Dios, maldijo; y lo aproximaron a Moshé. Y el nombre de su madre era Shelomit bat Dibrí, de la tribu de Dan”.
He aquí el registro de una singular pelea entre hermanos. No se trataba de una discusión ideológica o política, como en el episodio de Koraj o los espías, sino simplemente una pelea —como se diría— de vecindad.
Es curioso pero, aparentemente, esta fue la única pelea que hubo en el campamento de Israel durante sus cuarenta años en el desierto, hecho que demuestra la existencia de fraternidad y armonía entre ellos.
¿De qué manera se rompió esa paz? ¿Cuál fue el detonante que originó involucrar a uno de los nombres inefables de Dios en una pelea insubstancial?
El Kelí Yakar, ZT”L, explica lo siguiente: “Vemos que el versículo no menciona los nombres de quienes se involucraron en la pelea, puesto que tanto uno como el otro tenían graves defectos de carácter personal, ya que quien comienza una pelea no puede incluirse en el grupo de las personas respetables, a quienes se les nombra con honor; sino con las personas vulgares y bajas. Su única muestra de honor fue el hecho de que uno era hijo de Israel, y el otro hijo de una mujer judía.
De esta manera se entienden los siguientes versículos, los cuales nos advierten de no emitir una mala palabra (Jas Ve Shalom) en contra de Dios, de no golpear al prójimo y no provocarle defectos, ya que todos ellos hablan sobre lo despreciables que son las riñas entre hermanos, pues ciertamente la paz no surge a raíz de la discusión y por medio de esta es que, eventualmente, llegará al punto de agredir a su prójimo o dañar sus bienes.
Por cuanto dijeron nuestros sabios que: ‘Todo aquel que atribuye defectos a su compañero, en realidad, él mismo los posee’, por esta razón está escrito: ‘Cuando una persona coloque un defecto en su compañero…’, ya que es como provocar defectos en personas con santidad. Y como reza el final del versículo: ‘…así le harán a él’. Es decir, se demostrará claramente que él mismo es poseedor de esas fallas. Esto mismo ocurrió con los dos personajes mencionados, quienes se envolvieron en la mencionada pelea, ya que tanto uno como el otro humillaron a su prójimo al mencionar sus defectos”.
Esta triste historia comienza con una salida, “y salió un hijo de una mujer israelí”. Nuestros sabios preguntan de dónde salió, y rabí Levi dice: “Salió de su mundo”. Estas palabras pueden interpretarse de varias maneras: una es que al momento de comenzar la riña y encender el fuego de la discordia, perdió su parte en el mundo venidero, siendo esto una simple consecuencia de sus acciones; o también podría entenderse que salió de su modo habitual de conducta, de sus normas de vida, de la decencia y del respeto al prójimo, hecho que inevitablemente lo encaminó a un comportamiento inhumano.
Nuestra parashá nos coloca en un importante punto de reflexión, el cual nos invita a no solamente tasar las situaciones que nos envuelven en la vida, sino además a evaluar nuestro comportamiento frente a ellas.
En no pocas ocasiones nos encontramos al borde de perder los estribos, de salir de nuestras casillas, por un enfrentamiento con otro. Puede ser cercano o completamente desconocido, y en realidad no importa, pues lo grave de esta situación es que podemos perder nuestra “imagen y semejanza” a Dios, solamente por no ceder en nuestra posición.
Todos debemos activar los frenos en el momento en que nos veamos a punto de salir de nuestros márgenes, pues ello significaría salir de nuestra realidad física y espiritual.
La Torá nos enseña que la persona, su intelecto, sus principios morales y éticos, etc., se encuentran en riesgo, y que la línea que separa al hombre de su parte animal se vuelve sumamente frágil al entrar en discusiones y peleas.
La paz y el respeto al prójimo son los valores que, más allá de conservar la armonía, nos hacen conservar nuestra esencia misma y, eventualmente, nuestra vida eterna.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda