En 1934, Berl Katzenelson, un sionista socialista declaradamente laico que vivía en Tel Aviv, criticó a los miembros de su movimiento juvenil por ir a acampar en esa fecha
Gil Troy*
Se ha convertido en un ritual moderno. Todos los veranos, antes de Tishá BeAv, el noveno día del mes hebreo de Av, muchos judíos se preguntan si seguir ayunando en esa fecha que conmemora la destrucción del Primer y Segundo Templo, junto con muchas otras persecuciones que los judíos soportaron durante el milenios. Especialmente contando con una Jerusalén unificada, y con Israel celebrando su 75 aniversario, parece anacrónico recrear una vez más la desesperación de nuestros abuelos.
Un amigo mío de Jerusalén ayuna, se lamenta, reza, pero termina el ayuno cuatro horas antes de la puesta del sol, brindando por el Israel moderno con lecturas bíblicas que enfatizan que, cuando llegue la redención, el duelo terminará.
Esta disputa religiosa va mucho más allá de cuán rigurosamente uno adhiera a la ley judía. Este debate, sobre cómo recordar la historia y qué olvidar, llega al corazón de la revolución sionista, y también a algunos dilemas democráticos de la actualidad.
En 1934, Berl Katzenelson, un sionista socialista declaradamente laico que vivía en Tel Aviv, criticó a los miembros de su movimiento juvenil por ir a acampar en Tishá BeAv. Al abrazar el sionismo como el movimiento de liberación nacional del pueblo judío, estos jóvenes revolucionarios habían rechazado su sofocante educación religiosa. Comían en Yom Kipur, consumían pan en Pésaj, y en lugar de lamentarse por Tishá BeAv celebraban el retorno de los judíos a Sión, incluso antes del establecimiento del Estado de Israel. Cada rechazo a la tradición afirmaba su estatus como nuevos judíos; no eran como esos yids patéticos, pasivos, piadosos y perseguidos de los que huyeron en el galut.
Berl Katzenelson (Foto: Wikimedia Commons)
El mismo Katzenelson disfrutaba de credenciales revolucionarias impecables. Nacido en 1887 en un pueblo llamado Babryusk, ubicado en la actual Bielorrusia, se sumergió en los apasionantes debates marxistas de la Rusia de principios del siglo XX. Sin embargo, su cruzada universalista por la igualdad nunca debilitó sus lazos con el pueblo judío ni sus sueños sionistas. Al llegar a Palestina en 1909, fue uno de los pocos ideólogos de la “Segunda Aliá” que construyeron la tierra y también fueron reconstruidos por ella.
Este socialista sincero trabajó primero como peón. Finalmente, sus habilidades como organizador laboral, orador, escritor, editor y cofundador en 1925 del diario de los trabajadores, Davar, convirtieron a Katzenelson en el bardo del sionismo socialista. Un aneurisma fatal en 1944, a los 57 años, privó a los sionistas laboristas de una figura definitoria. Hoy ha sido casi olvidado, a diferencia de sus amigos que establecieron Israel cuatro años después, como David Ben Gurión.
Aun así, aunque Golda Meir disfrutaba recordando su “encantadora sonrisa”, Katzenelson estaba furioso ese verano de 1934. Es cierto que no fue el primer revolucionario en encontrar a los jóvenes revolucionarios demasiado revolucionarios, pero tenía razón. En una columna en Davar titulada “Destrucción y separación”, Katzenelson atacó a estos juerguistas de Tishá BeAv por no “llorar sobre nuestra destrucción, nuestra esclavitud, nuestro amargo exilio”. ¿De qué sirve un movimiento de liberación nacional, se preguntó, si no está enraizado en los ritmos de su pueblo, y solo recuerda cómo olvidar?
“¿De qué sirve un movimiento de liberación nacional, se preguntó, si no está enraizado en los ritmos de su pueblo, y solo recuerda cómo olvidar?”
Para los sionistas socialistas, insistía, el 9 de Av tiene el mismo significado que tiene para todos los judíos. Todos perdimos nuestra tierra, nuestra libertad, nuestra esperanza cuando los romanos destruyeron el Segundo Templo en el año 70 e.c., desencadenando el exilio de 1900 años que los sionistas buscaban terminar.
Finalmente, Katzenelson perdonó a esos jóvenes amnésicos. Pero, advirtió, no hay salvación en nuestro movimiento de salvación nacional para aquellos que “no tienen instinto para el espíritu nacional, para los símbolos históricos, para los valores culturales perdurables”.
Todavía furioso, Katzenelson decidió pronto confrontar la descomposición intelectual que subyacía a esta cancelación de la historia. El resultado fue lo que puede ser su ensayo más memorable, Revolución y tradición.
Estableciendo primero sus credenciales revolucionarias, Katzenelson catalogó las muchas rebeliones que derivaron de su revuelta sionista socialista contra la falta de un hogar y la impotencia de los judíos. “Estamos rechazando la adoración de los diplomas entre nuestra intelectualidad”, la “utopía asimilacionista” de la antigua intelectualidad socialista judía, y “el desarraigo y la mediocridad” de los europeos burgueses, se regocijaba.
Pero los buenos revolucionarios no solo rompen juguetes como niños que tienen una rabieta. Retrocediendo ante el nihilismo de Nietzsche, y temiendo ya ql nazismo de Hitler, Katzenelson advirtió que borrar el pasado a menudo produce un presente bárbaro. Incluso los revolucionarios necesitan equilibrio.
“Una generación renovadora y creativa no tira a la basura la herencia cultural de siglos”, predicó. “Examina y escruta, acepta y rechaza. Si un pueblo posee algo antiguo y profundo, que puede educar al hombre y prepararlo para sus tareas futuras, ¿es verdaderamente revolucionario despreciarlo y alejarse de él?”
Haciendo malabarismos, Katzenelson enseñó que las personas están “dotadas de dos facultades: la memoria y el olvido. No podemos vivir sin ambos. Si solo existiera la memoria, entonces seríamos aplastados bajo su carga. Nos convertiríamos en esclavos de nuestros recuerdos, de nuestros antepasados. Nuestra fisonomía sería entonces una mera copia de las generaciones precedentes. Y si estuviéramos regidos enteramente por el olvido, ¿qué lugar habría para la cultura, la ciencia, la autoconciencia, la vida espiritual?”
El “constructivismo revolucionario” de Katzenelson rechazaba la rigidez del “archiconservadurismo” y el anarquismo del “seudorrevolucionismo” primitivo. En cambio, dijo, tamizamos. “Una generación renovadora y creativa no tira a la basura la herencia cultural de siglos”, predicó. “Examina y escruta, acepta y rechaza. A veces puede mantener y agregar una tradición aceptada. A veces desciende a las grutas en ruinas para excavar y quitar el polvo de lo que había quedado en el olvido, para resucitar viejas tradiciones que tienen el poder de estimular el espíritu de la generación renovadora. Si un pueblo posee algo antiguo y profundo, que puede educar al hombre y prepararlo para sus tareas futuras, ¿es verdaderamente revolucionario despreciarlo y alejarse de él?”.
Inicialmente, Katznelson habla como marxista, sonando muy teórico. Termina sonando francamente rabínico, sermoneando, usando el calendario judío para descubrir el verdadero carácter de su pueblo. “El año judío”, razonó, “está salpicado de días que, en cuanto a profundidad de significado, no tienen paralelo entre otros pueblos. ¿Es ventajoso, es un objetivo, para el movimiento obrero judío, desperdiciar el valor potencial almacenado dentro de ellos?” En cambio, sugirió, “debemos determinar el valor del presente y del pasado con nuestros propios ojos, y examinarlos desde el punto de vista de nuestras necesidades vitales, desde el punto de vista del progreso hacia nuestro propio futuro”.
“La nación judía sigue sin ser vencida por dos mil años de dispersión, porque Israel supo preservar el día de su luto, rescatando del olvido la fecha de su pérdida de la libertad. En cada aniversario se derramaban lágrimas ardientes y cada generación expresaba su dolor”
Primero, deleitándose con el viaje sionista de sus compañeros de la esclavitud a la libertad, analizó la festividad de Pésaj. Celebrando la narración midor lador, de generación en generación, Katzenelson elaboró dos oraciones sublimes que deberían ser de lectura obligatoria en cada séder. “No conozco ninguna creación literaria que pueda evocar un mayor odio por la esclavitud y amor por la libertad que la historia de la esclavitud y el éxodo de Egipto”, escribió. “No conozco otro recuerdo del pasado que sea tan completamente un símbolo de nuestro presente y futuro como el ‘recuerdo del éxodo de Egipto’”.
Volviendo a su obsesión de verano, Tishá BeAv, Katzenelson notó cómo los exiliados polacos y rusos en París y otros lugares se asimilaron rápidamente, olvidando sus identidades. Por el contrario, “la nación judía sigue sin ser vencida por dos mil años de dispersión”. Eso es porque “Israel supo preservar el día de su luto, rescatando del olvido la fecha de su pérdida de la libertad. En cada aniversario se derramaban lágrimas ardientes y cada generación expresaba su dolor”.
Sorprendentemente, el poeta nacional polaco no judío, Adam Mickiewicz, asistía a la sinagoga cada Tishá BeAv para «unirse a los judíos en su duelo por la pérdida de su patria». Como nacionalista frustrado, Mickiewicz apreciaba ese ejercicio de memoria y conciencia nacional. Él «comprendió el poder y la profundidad de Tishá BeAv».
Katzenelson advierte contra los conservadores demasiado anclados en el pasado, así como contra los progresistas que destrozan el pasado. Hoy vemos cómo tales anteojeras crean conservadores que no logran conservar las instituciones, y progresistas que no creen en el progreso
Finalmente, refutando a aquellos que querían celebrar la patria revitalizada en Tishá BeAv, Katzenelson advirtió que demasiados judíos seguían en peligro, desde las amenazas físicas en Europa y las tierras árabes hasta las amenazas espirituales a través de la asimilación en la “Francia capitalista” y en otros lugares. Dando un salto de esperanza, Katzenelson dejó abierta la posibilidad de un cambio dramático, una vez que los judíos experimentaran una “liberación completa de la esclavitud, incluida su liberación de la opresión de una clase por otra”. Pero, incluso si la salvación llegara, esperaba “que cada niño nacido en libertad e igualdad, sin haber conocido el hambre y la opresión material, conocerá los sufrimientos de todas las generaciones anteriores”.
Revolución y tradición explica por qué los judíos deberían conmemorar Tishá BeAv, incluso en libertad. Leer hoy a Katzenelson subraya los muchos milagros de la revolución sionista: 89 años después, la mayoría de los judíos se despiertan todos los días libres y cómodos, especialmente después de que millones encontraran refugio y dignidad en Israel, que ahora alberga a la comunidad judía más grande del mundo. En términos más generales, Katzenelson aprecia la historia y la memoria como pegamentos esenciales que unen a las comunidades y animan a la gente. Por lo tanto, advierte contra los conservadores demasiado anclados en el pasado, así como contra los progresistas que destrozan el pasado. Hoy vemos cómo tales anteojeras crean conservadores que no logran conservar las instituciones, y progresistas que no creen en el progreso.
El camino del medio de Katzenelson es constructivo. El fanatismo destructivo, “o esto o lo otro”, ofrece boletos de ida a la barbarie. Las democracias liberales requieren tamizar, recordar y olvidar, mirar hacia atrás y hacia adelante, abrazar lo suficiente del pasado para tener raíces y ser sabios, mientras sueñan lo suficiente sobre el futuro para ser ambiciosos y creativos.
*Escritor. Autor de The Zionist Ideas y editor del conjunto en tres volúmenes Theodor Herzl: Zionist Writings, publicación inicial de la Biblioteca del Pueblo Judío, publicada en 2022 para conmemorar el 125 aniversario de la Primer Congreso Sionista.
Fuente: Jewish Journal.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.