Este domingo han circulado imágenes de choques violentos en la Explanada de las Mezquitas en el monte sagrado en Jerusalén (Monte del Templo en la terminología judía, Haram el-Sharif en la musulmana), presentadas por los palestinos como prueba de acoso por parte de Israel y de hostigamiento a los musulmanes que subieron al lugar a orar en su día sagrado, al comenzar Id el-Adha, la Fiesta del Sacrificio.
Pero la verdad detrás de esas escenas es otra. Al menos, hay otra campana para escuchar. Aproximadamente 60.000 musulmanes subieron desde temprano por la mañana al lugar para orar, con plena libertad. Ya bien temprano, la policía sospechó que se estaba preparando algo, ya que los musulmanes corrieron la hora de su plegaria matinal, al parecer para que coincidiera con el planeado horario usual de visitas de los judíos al lugar.
En un intento de maniobrar en un delicado equilibrio, la policía decidió no permitir que los no-musulmanes visitaran el lugar, debido a que se esperaba una multitud de decenas de miles de musulmanes. Sin embargo parecería que al menos para un núcleo radical, alentado en parte por el propio Waqf —institución responsable de cuidar los santuarios islámicos—, más importante que sus plegarias era impedir que judíos subieran al monte sagrado.
Una de las pruebas del espíritu que se respira en el lugar, radicalizado por los sermones del mufti palestino, la dio un cartel colocado en el Monte con el saludo por la fiesta de Id el-Adha: de un lado, una imagen del otrora presidente de Egipto Muhamad Mursi, de los Hermanos Musulmanes, recientemente fallecido; y del otro, una foto de un miembro de Hamás uniformado con binoculares, mirando hacia Jerusalén. Ese es el ambiente.
A pesar de la decisión policial de no permitir el ascenso de los judíos y turistas cristianos, varios cientos de musulmanes se mostraron decididos a impedir la entrada al lugar, emplazándose junto a la puerta de los Mugrabim, por la que llegan al lugar los judíos y otros no musulmanes que visitan el Monte del Templo. Estaban dispuestos, al parecer, a impedir con su propio cuerpo que se realizaran las tradicionales visitas. Tiraron piedras y otros objetos a los efectivos policiales. Según un testimonio que circuló de boca del propio ministro de Seguridad Interna,pero que después no fue repetido, apedrearon también a los judíos que oraban abajo, en la explanada del Muro de los Lamentos.
No podemos afirmar que durante la dispersión no haya habido ningún exceso. En este tipo de situaciones, ello es posible. También ocurre que cuando hay elementos nacionalistas entre los grupos judíos, cantan y bailan en la puerta de acceso al Monte del Templo —lo cual la policía no permite cuando ya han subido—, y eso saca a los musulmanes de sus casillas.
Pero el tema central de fondo es que los choques ocurren porque los musulmanes no reconocen que el monte es sagrado también para los judíos, y toman cada visita de judíos al lugar (por más que solo recorren la parte exterior, sin entrar nunca a las mezquitas) como una provocación. Alegan que la afirmación judía sobre la existencia allí de los Templos sagrados milenios atrás es una mentira histórica, y de esta postura deriva toda la tensión.
Cada vez que suben judíos a recorrer el monte, aunque no entran en las mezquitas, los musulmanes lo presentan como un “ataque” o “irrupción”. Recibimos constantemente fotos distribuidas por servicios de información palestinos sobre una diversidad de temas, entre ellos las visitas de grupos judíos al Monte. Aunque lo que muestren las imágenes sea simplemente gente caminando, el texto que las acompaña siempre afirma que “irrumpen”, “invaden” o términos similares.
Los musulmanes son los únicos que pueden entrar siempre al Monte sagrado, por cualquiera de las puertas, a cualquier hora. A veces se limita la entrada a mayores de determinada edad, cuando hay advertencias de seguridad, para minimizar el riesgo de violencia. Pero la norma es que los musulmanes son absolutamente libres de orar cuando lo deseen, mientras que los no-musulmanes, especialmente los judíos, están limitados en sus visitas a determinados días y ciertos horarios, y ascendiendo únicamente por la puerta de los Mugrabim, la que se halla sobre el Muro de los Lamentos.
Lo hemos visto personalmente en distintas ocasiones en que hemos subido al Monte del Templo. Un guía israelí especializado en el tema aclara de inmediato: “puedes grabar, pero mejor no tomes apuntes porque pueden pensar que tienes un libro de oración”. Y la policía israelí se encarga de hacer cumplir las limitaciones, deteniendo a quienes parecen “provocar” orando en el lugar.
Dicho sea de paso, el Rabinato Central de Israel no avala la subida de judíos a visitar el monte, por temor a que involuntariamente, se profane el sitio en el que se hallaba el Kodesh HaKodashim donde se encontraba el Arca de la Ley. A pesar de ello va creciendo la cantidad de judíos, en su mayoría religiosos, que suben de visita, dado que la policía ha permitido una mayor cantidad de grupos. Según el ministro de Seguridad Interna, la cantidad de visitas aumentó en un 350%. Los musulmanes, eso está claro, lo ven con preocupación.
Quiso el calendario que este año se diera una situación muy poco común: el primer día de la fiesta musulmana de Id el-Adha coincidió con Tishá BeAv, un día muy importante en el calendario judío. Lo común es que en días de fiestas musulmanas no se permita a los judíos subir al Monte del Templo, por más que nunca entran a las mezquitas, debido a que en el lugar hay decenas de miles de musulmanes y se considera que no es recomendable aumentar el roce y el potencial de choques. Pero como esta vez la fiesta coincidía con Tishá BeAv, fecha en la que hay judíos que desean subir a su sitio más sagrado, cuando ya habían terminado las primeras plegarias musulmanas se decidió revocar la prohibición a los judíos y se reabrió el monte. Como siempre, los judíos subieron escoltados por la policía. Por un lado, eso los protege. Por otro, los controla. Los musulmanes que aún estaban en el Monte “recibieron” a los judíos con gritos de Ala hu Akbar, Dios es grande. Lamentablemente, un concepto compartido por judíos y musulmanes creyentes se ha convertido en un grito de guerra.
Es especialmente lamentable cuando recordamos que al construir en el monte el Domo de la Roca (en el año 691 e.c.) y la mezquita de Al Aksa (710 e.c.), varios siglos después de la destrucción del Segundo Templo judío, el criterio principal del califa Abd el-Malik era precisamente que allí había estado el Templo de Salomón, lo cual era una prueba de la santidad del lugar. La radicalización en el Islam y las consideraciones políticas de los palestinos pretenden imponer una versión distorsionada de la historia.
Nos resulta especialmente triste recordarlo justamente cuando los musulmanes celebran la Fiesta del Sacrificio, que señala la disposición de Ibrahim a sacrificar a su hijo para mostrar su devoción a Dios, así como el hecho que este se salvó, y finalmente el padre sacrificó a un animal. ¿Por qué? Porque justamente en esta fiesta radica uno de los símbolos más fuertes tanto de lo que puede unir como de lo que separa: el Ibrahim venerado por los musulmanes es nuestro patriarca Abraham, y el hijo que se salvó, para nosotros Itzjak, es su Ishmael.
Un trasfondo complejo como para hallar una solución.