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Augusto Manzanal Ciancaglini*
L os nobles saudíes dificultan su individualización cuando se mezclan vistiendo la kufiya, tradicional pañuelo con el que se cubren la cabeza. El mismo es se asegura con un cordón negro llamado agal. Sin embargo, una silueta sobresale y hace añicos esa imagen fija que proyectaba la casa de Saúd.
Recientemente, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán ordenó el arresto sin procedimientos jurídicos de influyentes personajes del reino: desde el inversionista más rico, el príncipe Alwaleed bin Talal, hasta el adversario más poderoso, el príncipe Mutaib bin Abdalá.
De esta forma, el alumno de Mohamed bin Zayed, príncipe heredero de Emiratos Árabes Unidos, mata dos pájaros de un tiro: por un lado, se refresca un sistema estático y corrupto y, por otro, se eliminan rivales políticos.
El hijo favorito del rey Salmán parece controlar ahora las fuerzas de seguridad, el ejército, mientras hace temblar a empresarios, intelectuales y clérigos wahabitas. Chas W. Freeman, ex embajador estadounidense, resume así lo que está pasando en Arabia Saudita: “Se acabó. Todo el poder ahora se concentra en las manos de Mohamed bin Salmán”.
Al mismo tiempo, el príncipe Salmán, con el ojo puesto en Irán, está desarrollando una activa política exterior: ha intentado aislar Qatar, se ha embarcado en una prolongada guerra en Yemen y se ha inmiscuido en la política interna del Líbano. En este campo los resultados no han sido muy positivos, pues unas medidas impetuosas con cierta torpeza diplomática se suman a lo poco flexible que es la cadena de mando en sus fuerzas armadas.
Por último, quiere disminuir la dependencia del petróleo y recibir más inversión extranjera. Símbolos de esta apertura al futuro son el proyecto Neom, la construcción de una ciudad futurista, y el otorgamiento de la ciudadanía a un robot.
Sofía, el androide con pasaporte, no vestía la abaya negra tradicional sino una camisa de seda clara, hecho que lleva a otro tema importante: las mujeres ya pueden conducir o ir a estadios, y el príncipe manifestó su deseo de volver a un “Islam moderado, equilibrado, abierto al mundo y a todas las religiones, tradiciones y pueblos”, como aquel que existía antes de la toma de la Gran Mezquita de la Meca por los extremistas puritanos en 1979.
El heredero al trono pretende generar tres procesos de manera simultánea: la consolidación de su poder en detrimento del equilibrio que brindaba una arraigada oligarquía, el ensanchamiento de la hegemonía saudí en el mundo musulmán, y la modernización técnica y social del país. La primera de sus misiones puede ser la más fácil de llevar a cabo, mientras que la segunda será la más difícil de establecer. La clave está en la tercera: si logra reformar Arabia Saudita, es posible que la primera meta dure poco y la segunda se haga realidad.
*Politólogo