El sábado 7 de octubre, cuando recién se cumplían 50 años de la Guerra de Yom Kippur, fuimos sorprendidos por la noticia de un ataque contra Israel. Cohetes lanzados en forma masiva, huestes invasoras matando personas a mansalva con cualquier grado de inimaginable crueldad, secuestro de personas de cualquier edad y condición. Muertos y heridos por doquier.
Israel fue atacado y sorprendido. Al momento de escribir estas líneas, no se sabe con certeza qué sucedió ni cómo sucedió. Tampoco el número exacto de víctimas, heridos y desaparecidos. No se conocen los detalles, ni las acciones que habrá de emprender el gobierno de Israel ante lo ocurrido y lo que ocurre.
La semana pasada, Arabia Saudita e Israel se encaminaban a normalizar sus relaciones diplomáticas. Este sería un gran avance para logar la paz de la región, y también minimizaría el rol del conflicto palestino-israelí. Un conflicto largo, atascado por la intransigencia de aquellos que proclaman los tres famosos “no”: no reconocimiento de Israel, no negociaciones y no paz.
Soldados israelíes se despliegan en la ciudad de Sderot, que sufrió intensamente la barbarie de los terroristas de Hamás durante el ataque
(Foto: AFP)
En 1972 y 1973, el presidente de Egipto, Anwar el Sadat, observaba con preocupación que la Unión Soviética y los Estados Unidos de América estrechaban relaciones. Siendo así, la URSS dejaría de apoyar a Egipto con la misma vehemencia, y todo lo relacionado con el conflicto árabe-israelí y egipcio-israelí pasaría a un segundo e irrelevante plano. Este, según algunos analistas, fue el motivo principal de iniciar la Guerra de Yom Kippur: recuperar protagonismo y mantener el tema en el tapete.
Salvando algunas distancias, el avance de la paz entre Israel y los países árabes, especialmente Arabia Saudita, dejaría a los palestinos en un segundo plano. Por cansancio. Por testarudez. ¿Había que reavivar un conflicto nunca dormido?
Cuando los Acuerdos de Oslo parecían funcionar, una ola de atentados y autobuses explotando dio al traste con todo. Provocar una reacción de Israel de defensa legítima y con saldo inevitable de muertos y heridos, con las condenas y solidaridades de rigor, constituye un mecanismo probado para torpedear cualquier avance en aras de la paz.
Las acciones de Hamás han cruzado todos los límites. Constituyen un hecho de salvajismo y crueldad intolerable para todos aquellos que se consideren civilizados. Resulta intolerable para Israel, como resultaría intolerable para cualquier país del mundo. Es evidente el grado de preparación, financiamiento y apoyo de terceros para ejecutar esta maldad. Sorprende el silencio de muchos para condenar lo ocurrido.
La barbarie perpetrada tendrá también, como consecuencia lógica prevista por todos y calculada por los autores, una reacción muy fuerte del Estado de Israel. En esos momentos Israel también apreciará la solidaridad con sus acciones. Una solidaridad que tiende a desaparecer, a convertirse en injustas condenas
La barbarie perpetrada dispara la solidaridad de muchos y se agradece. No es la situación que los judíos preferimos, ser objeto de sentida lástima. Eso queda para los pogromos del siglo pasado, para la Shoá, para la Inquisición.
La barbarie perpetrada tendrá también, como consecuencia lógica prevista por todos y calculada por los autores, una reacción muy fuerte del Estado de Israel. Una legítima defensa que recupere rehenes, territorio, seguridad y capacidad disuasiva. Estas acciones son necesariamente dolorosas, costosas en vidas. No hay guerra que produzca beneficios. En esos momentos Israel también apreciará la solidaridad con sus acciones. Una solidaridad que tiende a desaparecer, a convertirse en injustas condenas, algo preferible a la lástima y las condolencias, sin lugar a dudas.
El pogromo de nuestros días se diferencia de los de antaño: no quedará impune.