El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, presentó en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el pasado viernes 22 de septiembre, su novedosa y lógica visión del Medio Oriente. Una región en la cual reine la paz, o quizá solo la ausencia de conflictos armados, con libertad de circulación y comunicación entre las que serían las potencias de la siempre convulsionada región.
Ya en la última década del siglo XX, Shimón Peres tuvo una visión optimista de la región, inspirada en el esperado éxito de los Acuerdos de Oslo que resultaron fallidos, para luego tener el conflicto palestino israelí sumido en el marasmo en el cual todavía se encuentra.
Igual que Peres, Netanyahu es un político de gran estatura. Igual que Peres, Netanyahu parece ser mejor percibido, apreciado y considerado afuera que dentro de Israel. Aunque ambos han efectuado sus intentos de profecía, nadie es profeta en su tierra, y en la Tierra de Israel esto aplica con más vehemencia.
Mapa del “nuevo Medio Oriente” que mostró el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante su discurso ante la Asamblea General de la ONU la semana pasada
(Foto: X-Twitter)
La propuesta de Netanyahu, como la de Peres en su momento, es lógica y sensata que ofrece beneficios a todos. La paz y el progreso que conlleva redundaría en bienestar y calidad de vida. La teoría y práctica de Netanyahu, en el sentido de no permitir que los palestinos tengan derecho a vetar acuerdos entre Israel y países árabes, es interesante. Pero todos también deberían querer acabar con este largo y desgastador conflicto, que no trae nada bueno para nadie y solo siembra más odio y desesperación.
La coyuntura de Irán y su plan de desarrollo nuclear, las aspiraciones de Arabia Saudita y el deseo de Joe Biden de dejar un legado para la historia, son circunstancias que otorgan una ventana de oportunidad. No es la primera vez que se tiene una ventana de oportunidad, y nunca se han aprovechado cuando se han presentado. Ojalá que esta vez las partes entren todas en razón por el bien de todos, los involucrados y los espectadores.
Justo con la esperanza que arroja esta iniciativa, se vive el Yom Kipur, el magno Día del Perdón del calendario judío que nos sumerge en un ambiente de reflexión y buenas intenciones. También nos trae recuerdos. Precisamente se cumplen 50 años de la famosa y cruel Guerra de Yom Kipur. Los ejércitos de Egipto y Siria sorprendieron a Israel, un Israel que no podía o no quería lanzar un ataque preventivo. Hoy se abren los archivos con información antes clasificada, y persiste el debate sobre qué debió o no debió hacer el gobierno de Golda Meir. Y mientras en Egipto se celebra una victoria difícil de entender, en Israel se sigue sufriendo el shock de los momentos iniciales del conflicto. Más de 2500 bajas dejan entender que ninguna guerra produce beneficios, y eso de ganar es un relativismo carente de consuelo. Israel terminó a escasos kilómetros de El Cairo y Damasco, pero lejos de la gloria embriagadora de la Guerra de los Seis Días.
El Medio Oriente y sus sufridos habitantes merecen algo mejor que guerra y muerte. La visión de un mapa con fronteras transitables, un tren de largo recorrido y un turismo de altura, entre otras cosas, resulta algo mucho más edificante y optimista que las imágenes de tanques y aviones de guerra, desfiles militares y discursos amenazantes
El Medio Oriente y sus sufridos habitantes merecen algo mejor que guerra y muerte. La visión de un mapa con fronteras transitables, un tren de largo recorrido y un turismo de altura, entre otras cosas, resulta algo mucho más edificante y optimista que las imágenes de tanques y aviones de guerra, desfiles militares y discursos amenazantes.
Las ideas de destrucción de Israel, negar el derecho de los judíos a un Estado, las habladurías de no reconocimiento y la negativa a negociar no han dado buenos resultados; han condenado a muchos a un inmerecido calvario. Los Acuerdos de Abraham, las perspectivas de normalización de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Israel, hacen soplar vientos de optimismo. Que no sean solo vientos, que sean realidades positivas.
Sí. Hay lugar para otro nuevo Medio Oriente… con la misma gente y otra mente.