El debate por el manejo de la certificación kosher le demostró al liderazgo ortodoxo que ya no juegan con las mismas reglas que cuando gobernaba Netanyahu
Sofi Ron-Moria*
El cambio en la relación entre el Estado y la religión tal vez sea la diferencia más evidente entre Netanyahu y el gobierno de Bennett. Y no se trata de una cuestión política o consideraciones personales, sino de un cambio estratégico dictado por la realidad israelí.
Las grandes concesiones a los partidos ortodoxos que se hicieron en los últimos años ubicaron al Estado de Israel y a la sociedad israelí frente a dos amenazas existenciales: una económica y otra social.
La amenaza económica nace de la insistencia del liderazgo ortodoxo de perpetuar una situación de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, en la que la mayoría de los hombres ingresan a una yeshivá para estudiar judaísmo por el resto de sus vidas, mientras las mujeres deben mantener a la familia. En el mundo actual esto es una amenaza para el propio sector ortodoxo, que se va volcando hacia la pobreza, y también para todo el Estado de Israel, que ya no puede soportar esa carga económica.
El primer ministro Naftali Bennett y Matan Kahana, ministro de Asuntos Religiosos
(Foto: AFP)
La amenaza social es la visión de un liderazgo ortodoxo conservador, que plantea dos países con muy pocos puntos de encuentro, de comunidades ultraortodoxas herméticamente cerradas junto a ciudades claramente seculares. En ese escenario, cuando un ortodoxo debe salir al espacio público se le deben crear condiciones especiales. La segregación de género, que exige eliminar a las mujeres de toda publicidad o cartelería pública, inhabilita toda convivencia posible con el resto de los israelíes.
Después de años de ser un socio político de Bezalel Smotrich, quien siempre lo empujó a favorecer los intereses ortodoxos, Bennett llegó a un punto en que puede decidir con independencia en cuestiones de religión. Y la visión de dos mundos desconectados no es algo con lo que esté dispuesto a convivir.
Se puede debatir si es mejor un monopolio del Rabinato o la privatización de los servicios religiosos, pero eso solamente es posible si el Rabinato principal forma parte del Estado y no está controlado por grupos que se niegan a reconocer cuáles son sus intereses.
*Periodista y escritora
Fuente: Ynet.
Versión NMI.